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Viaje a la ciudad más pobre de Francia

Roubaix, una ciudad al norte de la región francesa de Nord-Pas de Calais./ Pau Collantes

Pau Collantes

Roubaix —

El café de moda de Roubaix se llama Harold's, sirve sándwiches, purés, cafés de importación y productos ecológicos y provee de wifi gratuito a los clientes y a los jóvenes desocupados que juguetean fuera con sus telefónos. “Abro de lunes a viernes de 9 a 17.30. El fin de semana cerrado”, relata el dueño, Hubert Warot. “Inauguré mi negocio hace año y medio y sobrevivo, pero no puedo contratar a nadie porque no tendría para asumir los gastos. No me merece la pena abrir más tarde, y eso que estoy en la mejor zona de Roubaix. ¿Problemas? Bueno, aún no he tenido contratiempos graves, pero no es casualidad que cierre pronto ni soy ajeno a las pandillas de chicos que deambulan y menudean con marihuana. Yo he puesto mi granito de arena, pero el Ayuntamiento tiene que hacer más por la ciudad”.

Roubaix, al norte de la región francesa de Nord-Pas de Calais, es una comuna con 100.000 habitantes que se extiende a lo largo de la frontera con Bélgica, país vecino al que se puede acceder desde el casco histórico a pie o en bicicleta. La ciudad más pobre de Francia según diversas estadísticas, Roubaix es una prolongación de Lille, una urbe que -al igual que Toulouse al sur- vive un interesante despegue económico y urbanístico. Cien mil habitantes y un 75% de ellos residiendo en Zona Urbana Sensible, un baremo que viene a decir que a tres de cada cuatro les acecha la pobreza, cuando no conviven a diario con ella.

El soleado domingo 12 de abril, como todos los años por estas fechas, fue el día grande de la ciudad. Es el día de la París-Roubaix, uno de los cinco monumentos ciclistas cuyo atractivo consiste en afrontar 27 sectores de pavés repartidos entre más de 250 kilómetros: una carrera de polvo y adoquines para profesionales con las piernas gordas. El ganador final, John Degenkolb, tiene las piernas como dos jamones: es el segundo alemán en vencer, tras imponerse Josef Fischer en la primera edición de la prueba, disputada en 1896. Ningún español ha conquistado nunca esta clásica, apodada el infierno del Norte.

El bilbaíno David Veganzones hace un doctorado de Administración de Empresas en la Universidad de Lille y ha venido a ver el final de la carrera. “Un amigo me aconsejó que viviera aquí porque es más barato. Qué error. Ahora pago 350 euros por la residencia, pero me voy a trasladar a Lille. No he tenido ningún problema pero no hago vida en Roubaix. No me gusta. Cuando es de noche tomo el ascensor en mi parada de metro, porque en las escaleras siempre hay un grupo de jóvenes que da mal rollo”.

Todo ha empeorado

El día de la exaltación ciclista, Roubaix es un mosaico de banderas flamencas y de aficionados de todas partes –muchos anglosajones- apostados en las cunetas y ataviados de maillots de todo tipo. Fuera de la París-Roubaix, el ambiente suena poco halagüeño: “Todo ha empeorado desde los atentados de Charly Hebdo”, deplora un vecino cerca del Hôtel de Ville (Ayuntamiento), un edificio impresionante erigido a principios del siglo XX cuando la industria textil era pujante y a Roubaix la apodaban la Manchester francesa.

La población extranjera ronda el 15% porque los hijos, nietos y –ya sí- bisnietos de la inmigración magrebí, turca, iraní, polaca, belga, española, italiana, portuguesa o del África negra son franceses.

Las estadísticas dicen que Roubaix es muy pobre y con un nivel de desempleo propio de las provincias españolas más paupérrimas: casi un 30% según el instituto estadístico Insee frente al 10% de la media nacional. Pero los clichés también pueden llegar más lejos, avivados por las soflamas del ultraderechista Frente Nacional y algunos medios de comunicación. “¿Cuántos Mohamed Merah (el terrorista islámico que asesinó en 2012 a siete personas al sur de Francia antes de ser abatido) entran cada día?”, se ha llegado a preguntar Marine Le Pen.

La respuesta es ninguno: Merah, los hermanos Karachi y Amedy Coulibaly o el roubaisiano Mehdi Nemmouche, que mató a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas en 2014, tienen pasaporte francés y no han vivido en otro país salvo en los peores momentos de obnubilación radical, cuando marcharon a entrenar a Siria, Libia u otros países.

Coincidiendo con la última París-Roubaix, un reportaje del programa de la sexta cadena Zone Interdite titulado “El verdadero rostro de los nuevos guetos” desató una ola de críticas. Más polémico fue un artículo del semanario conservador Valeurs Actuelles en marzo, que presentaba a Roubaix como un “lugar en el que el islamismo campa a sus anchas”; sin duda una desproporción que el autor alimentó al publicar fotos de calles que no correspondían con la descripción a la que aludía el texto y al inventarse cifras estadísticas: “Más del 60% de la población local es de origen ”extraeuropeo“ (sic). El texto se corona con una declaración solemne del portavoz comunal del FN que provocaría carcajadas en Roubaix si no fuera por su inclinación neonazi: ”Ante todo somos un pueblo de raza blanca y religión cristiana“.

La amenaza yihadista

Hasta mediados de los noventa Roubaix era una ciudad que se asociaba a la pobreza y la delincuencia, herencia de la desindustrialización textil y del desarrollo urbano desmedido. En 1996 una serie de espectaculares robos y hasta un asesinato perpetrados por siete veteranos de la Guerra de Bosnia y vinculados a grupúsculos que después se asociarían a Al Qaeda cambiaron la suerte de la ciudad. Le Gang de Roubaix introdujo el cariz yihadista. Ya en 1997 la revista Le Point aseguró sin ningún fundamento que Roubaix era “la primera ciudad francesa de mayoría musulmana”.

El socialista Michel David ocupó durante 15 años la concejalía de Servicios Sociales y es una figura apreciada dentro del tejido asociativo de Roubaix. “Somos pobres, y nuestra pobreza tiene raíces históricas”, explica David. “Un paro desorbitado, un tercio de la población viviendo de las ayudas sociales y la mitad de los residentes procedentes de países de fuera de la UE son hoy el resultado de un desequilibrio entre Lille y Roubaix. Pero tenemos dos opciones: o sumirnos en la pobreza, lo cual agravará las soluciones radicales que proponen la ultraderecha del FN y el islamismo radical; o salir con nuestros propios recursos”.

El exconcejal señala que mejor haría el Ayuntamiento en desarrollar políticas “endógenas” que en tratar de captar la atención de empresas foráneas, “una vía ya probada”. Las familias fundadoras de los grupos LVHM (dedicada al lujo) y Alcampo, los Arnault y los Mulliez, proceden de Roubaix. “La creatividad que esconde Roubaix en realidad es impresionante, lo que escasea son las oportunidades”, apunta Michel David.

Al sur de la comuna las suntuosas mansiones que rodean el parque Barbieux no hacen presagiar la otra realidad, la de los deprimidos aledaños de la estación de tren presididos por la sucia Rue de l’Alma. Pero Roubaix no es una ciudad fea: las interminables casas de ladrillos coloreados recuerdan a las de los barrios obreros de Inglaterra. El Museo de La Piscine, un canto al arte industrial del siglo XIX, es probablemente el más bonito de la Gran Metrópoli de Lille. El mítico velódromo donde concluye el monumento ciclista está en obras. Un nuevo barrio universitario se levanta entre la parte más pobre y el centro de Roubaix.

Tras décadas de dominio socialista, en las elecciones municipales de 2014 se impuso el centro-derechista UMP con menos de 7.000 votos, una cifra ridícula que delata la gran abstención. El alcalde electo, Guillaume Delbar, ha rechazado durante una semana y media la invitación de este medio de ser entrevistado, incluido por teléfono. Un encuentro fugaz detrás del Ayuntamiento se saldó con un “tengo prisa” y un Delbar –dirigente joven, pelo hacia atrás- escapando raudo a su coche oficial. “Al menos recortó en chóferes”, ironiza un funcionario –de origen argelino- que presenció la escena.

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