Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Israel se prepara para una ofensiva en Rafah mientras el mundo mira a Irán
EH Bildu, una coalición que crece más allá de Sortu y del pasado de ETA
Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

El exilio de Miami ya no es un reducto del anticastrismo más visceral

El opositor cubano Jorge Luis García Pérez "Antúnez", junto a la presidenta de la Organización "Mar por cuba", Silvia Iriondo, en una rueda de prensa celebrada en Miami

Isabel Piquer

La noticia de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha provocado un auténtico terremoto en el exilio cubano de Miami que vive desde hace varios años un relevo generacional que intenta dejar atrás a la vieja guardia anticastrista.  

Pero la vieja guardia se resiste. De hecho su principal valedor, el senador republicano Marco Rubio, de Florida, fue uno de los primeros en criticar duramente la decisión de Barack Obama al asegurar que para restablecer relaciones diplomáticas con Cuba, esta debía primero “ser normal”. La Habana, dijo Rubio, no va a permitir elecciones libres ni partidos políticos “sólo porque la gente pueda comprar Coca-Cola”.

La opinión de Rubio –probable candidato a las presidenciales de 2016- empieza a ser minoría en Miami.

El exilio cubano puro y duro, que todavía mantiene representantes en Washington en las figuras de Ileana Ros-Lehtinen, que lleva 24 años en el Congreso, y Mario Diaz-Balart, tuvo su época de gloria en los años 80 y 90. Hubo un tiempo en que la Fundación Nacional Cubano-Americana, fundada y dirigida por Jorge Mas Canosa, era la que dictaba la política estadounidense hacia Cuba. Fue la que más presionó para mantener el embargo y la que consiguió endurecerlo gracias a la ley Helms-Burton, de la que ya nadie se acuerda y que Bill Clinton firmó en 1996.

Pero Mas Canosa murió en 1997 sin poder enterrar a Castro, y con él los sueños de una generación que conservaba en Miami los planos de las azucareras que habían dejado en Cuba.

Al poco de saberse la noticia, algunos nostálgicos enarbolaron pancartas criticando la “conspiración de Obama” delante del café Versailles, en la Calle Ocho, el más emblemático de Little Havana y donde van todos los periodistas cuando quieren hacer un tema sobre “el exilio cubano”. Pero ni el Versailles es ya representativo del exilio –aunque sigue siendo el mejor embajador gastronómico de la isla- ni las calles cubanas del centro de Miami son lo que eran, porque allí viven ahora nicaragüenses, hondureños, colombianos y peruanos.

Todas estas voces son voces del pasado. La nueva generación de exiliados, llegada después de los años 90, y en menor medida la de los hijos de los que huyeron de Castro, tienen otras ideas.  

“Esta es una nueva era” decía a la agencia Associated Press en Miami, David Lafuente, un hijo de emigrantes cubanos de 27 años y fundador de la empresa de tecnología LAB Miami. “Ha reavivado las conversaciones sobre las relaciones entre los dos países y eso es lo más importante”.

El exilio ya no es un bloque monolítico de oposición visceral. Los últimos años han visto nacer nuevas organizaciones con ideas y estrategias variadas, que se han enfrentado, mezclado o aliado, a veces con intenciones diametralmente opuestas, con grupos como Hermanos al Rescate o el histórico Alpha 66.

De los dos millones de cubano-americanos que viven en Estados Unidos (el 70% en Florida) ya casi la mitad (44%) han nacido en el país. Sus relaciones con la isla ya no son tan fuertes. Los sondeos reflejan el profundo cambio generacional que se está operando: el 88% de los cubano-americanos de entre 18 y 29 años quiere el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, frente al 41% de los que tienen más de 65 años, según un estudio reciente de Cuba Research Institute.

“La comunidad está muy dividida entre los primeros exiliados que ya no mantienen vínculos familiares con Cuba y están a favor de una política de firmeza, y los grupos más recientes, muchos de ellos todavía no nacionalizados, que preferirían ver menos restricciones para poder viajar, traer a sus familias o mandarles dinero”, dice Jaime Shuchliki, director del Centro de Estudios Cubanos de la Universidad de Miami.

Durante muchos años la palabra ‘embargo’ ha pesado como una losa sobre las reivindicaciones de las nuevas generaciones por el profundo valor simbólico que todavía ejercía sobre el exilio. “Aunque muchos reconocen que el embargo no ha servido de nada, no dicen abiertamente que habría que levantarlo. Se ha convertido en una palabra muy simbólica para todas las penurias que han pasado”, cuenta Hugh Gladwin, director del centro de sondeos de la Universidad Internacional de Florida.

Pero los símbolos no resisten el paso del tiempo.

“Poco a poco se ha llegado a la conclusión de que la visión tradicional sobre Cuba es obsoleta”, reconocía hace unos años Lisandro Pérez, uno de los responsable del grupo anticastrista Directorio Democrático Cubano. “Al conocer la enfermedad de Castro, muchos cubano-americanos se dieron cuenta de que no había mucho más que hacer, aparte de tocar la bocina delante del restaurante Versailles, en la Calle Ocho. Entendieron que el aislacionismo era una vía de doble sentido”.

Etiquetas
stats