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Sarov, la ciudad secreta rusa que desapareció del mapa y donde trabajaban los fallecidos en el accidente nuclear

Imagen del funeral celebrado en Sarov el 12 de agosto a los cinco científicos fallecidos tras la explosión.

Javier Biosca Azcoiti

El pasado 8 de agosto, al menos cinco personas fallecieron en Rusia tras una explosión ocurrida en la ciudad costera de Nyonoksa, al norte del país. Tras cuatro días de secretismo, su entierro arrojó algo de luz sobre el incidente. Los fallecidos fueron despedidos y enterrados en la ciudad de Sarov, sede del Centro Nuclear Federal donde trabajaban y uno de los secretos mejor guardados del país.

Durante los actos se confirmó por primera vez que estos “héroes nacionales” estaban realizando pruebas de un nuevo armamento nuclear cuando ocurrió la explosión. “El mejor tributo para ellos será seguir trabajando en nuevos modelos de armas, que sin duda se llevarán a cabo hasta el final”, señaló durante el acto Alexei Likhachev, director de Rosatom, la agencia atómica rusa.

El 9 de abril de 1946, la Unión Soviética eligió mediante un decreto secreto la ciudad de Sarov para establecer el Centro Nuclear Federal y desarrollar la bomba atómica. Entonces la ciudad desapareció de los mapas (excepto los confidenciales) y no volvió a aparecer hasta 49 años después, en 1995. Antes de su desaparición, la ciudad era una de las ciudades más importantes para la iglesia Ortodoxa Rusa, ya que su monasterio proporcionó a uno de sus santos más conocidos, Serafín de Sarov.

Sin embargo, el lugar de nacimiento de la bomba nuclear soviética nunca volvió a ser una ciudad normal a partir de 1995. Actualmente está considerada como una “ciudad cerrada” y está regulada por la Ley Sobre Entidades Administrativo-territoriales Cerradas (ZATO) de 1992. Una zona prohibida de 232 kilómetros cuadrados y delimitada por una doble valla con alambre de espino y sensores de movimiento subterráneos rodea la ciudad, tal y como recogió el periodista Andrei Zolotov en un artículo publicado en 2013 en Russia Beyond The Headlines, propiedad de la agencia estatal Rossiya Segodnya. A la entrada de la ciudad un cartel reza: “Sarov, centro de la fortaleza y espíritu de Rusia”.

Al ser una ciudad cerrada, el acceso es restringido y se necesita autorización especial para entrar. El acceso a turistas extranjeros es prácticamente imposible. Según contaba Zolotov en 2013, los empleados del Centro Nuclear Federal con autorización de seguridad en el Centro Nuclear solo pueden viajar a Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania, a menos que se trate de viajes de trabajo autorizados. Incluso los habitantes de Sarov que no trabajan en el centro también tienen restricciones. Aunque pueden viajar al extranjero, solo pueden invitar a la ciudad a sus familiares más cercanos.

“El instituto se fundó en 1946 e hizo una contribución fundamental a la producción de las armas nucleares y termonucleares en la URSS y eliminó el monopolio de poder nuclear de EEUU. El Centro aseguró la paridad nuclear en el mundo durante los años de la Guerra Fría, manteniendo a la humanidad alejada de conflictos militares globales”, señala la web del centro.

Durante el medio siglo que Sarov desapareció literalmente del mapa, la región adoptó el nombre de Arzamas-75 porque estaba situada a 75 kilómetros de la ciudad de Arzamas. Al considerar que ese nombre revelaba más información de la necesaria, volvieron a cambiarlo por Arzamas-60 y, finalmente, Arzamas-16. En aquel momento la ciudad tenía unos 80.000 habitantes, de los cuales 30.000 trabajaban en el Centro Nuclear Federal. Actualmente el censo de la ciudad es de unos 90.000 habitantes.

El caso de Sarov no es único, aún quedan en Rusia más de 40 “ciudades cerradas” heredadas de la Unión Soviética. Aunque vuelven a aparecer en los mapas, siguen viviendo bajo un régimen especial, aunque más permisivo que durante la Guerra Fría. En el pasado los residentes que salían de la ciudad no podían decir dónde vivían. Como compensación recibían salarios más altos y un mejor suministro de alimentos. Por ejemplo, los residentes podían comprar fácilmente salchichas cuando eran especialmente escasas en el resto del país, señala el medio ruso. Actualmente, más de 1.269.000 personas viven en ciudades cerradas.

Los Alamos y Sarov, ciudades hermanas

Tras la caída de la Unión Soviética, muchas de estas ciudades, especialmente las diez “ciudades nucleares”, entre las que se encuentra Sarov, empezaron a sufrir graves problemas económicos. Se redujeron los salarios de los especialistas nucleares bien pagados y el nivel de vida empeoró considerablemente. A mediados de los años noventa el problema se internacionalizó por las noticias de huelgas de los trabajadores, la fuga de cerebros de científicos soviéticos y los intentos de robos nucleares. Todo ello aumentaba los riesgos de proliferación nuclear en el mundo.

Para intentar aliviar la situación, Rusia aprobó en 1998 una reforma fiscal que permitía a las ciudades nucleares quedarse los impuestos recaudados y no entregarlos al Gobierno federal. La medida no funcionó y, meses después, Rusia y Estados Unidos llegaron a un acuerdo para poner en marcha un proyecto que ayudase a desarrollar una industria civil y una economía sólida en estas ciudades. La Iniciativa de las Ciudades Nucleares empezó a funcionar como un proyecto piloto en solo tres de ellas, entre ellas Sarov, y pretendía que la mala coyuntura económica, combinada con el conocimiento militar de los científicos nucleares soviéticos, no se convirtiese en un riesgo a la seguridad internacional. El programa se cerró en 2006.

Unos años antes, en 1994, la ciudad de Los Álamos (Nuevo México, EEUU), lugar del principal laboratorio que desarrolló la bomba atómica estadounidense, se hermanó oficialmente con Sarov como un gesto de distensión entre ambos países.

Igual que su ciudad rusa hermana, el pequeño enclave estadounidense no podía localizarse en los mapas. De hecho, todas las cartas dirigidas a la ciudad se tenían que enviar a la caja de oficina postal 1663 de Santa Fe, a 54 kilómetros de Los Álamos. Incluso esta dirección se utilizó en el certificado de nacimiento de los bebés nacidos durante el periodo de máximo secretismo. Los residentes de Los Álamos tenían prohibido decir Los Álamos y, a su llegada, los científicos adoptaban nombres ficticios. El acceso también era restringido y se requería una autorización especial para entrar y salir de la ciudad.

Décadas después, la tensión entre ambos países ha vuelto a aumentar en los últimos meses. Se suspenden tratados de no proliferación y se produce un aparente regreso de la carrera militar. “EEUU está aprendiendo mucho de la fracasada explosión de un misil en Rusia. Nosotros tenemos una tecnología similar, pero más avanzada”, señaló un Trump amenazante poco después de la explosión.

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