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La historia de amor de un rohinya y una rakáin en tiempos de odio sectario

La historia de amor de un rohinyá y una rakáin en tiempos de odio sectario

EFE

Bangkok —

Saw Yedul Islam era un joven de familia acomodada cuando se enamoró de su vecina en el oeste de Myanmar, una historia de amor corriente si no fuera porque él pertenece a la minoría musulmana rohinya y ella era una rakáin budista.

Saw y su ahora esposa, que omite su nombre por miedo a represalias contra su familia, comenzaron su cortejo en una aldea en el norte del estado Rakáin, la zona cero de la limpieza étnica orquestada por el Ejército de Myanmar contra los rohinyás.

En una entrevista con Efe, el rohinya, de 30 años, relata la odisea desde que se enamoraron hace siete años, huyeron a Bangladesh para casarse y viajaron por separado a Tailandia, donde ahora viven como indocumentados junto con su hijo de 6 años.

Los enamorados podían pasear juntos de forma discreta, a pesar de la creciente tensión entre sus dos comunidades en Rakáin, una franja costera situada junto a Bangladesh.

En una de las regiones más pobres del país, tanto entre los rakáin como los rohinyas, sus familias disfrutaban de una holgada posición económica y regentaban sendos negocios de telefonía móvil.

Ante la imposibilidad de casarse en Myanmar, la pareja decidió huir a Bangladesh para celebrar su matrimonio en 2012, el mismo año en el que la violencia sectaria provocó en Rakáin decenas de muertos y 140.000 desplazados, en su mayoría rohinyás.

En ese momento se separaron sus caminos. Saw se embarcó con unos 500 rohinyás y bangladesíes en un peligroso viaje por mar hasta Tailandia tras pagar unos 250 dólares (210 euros) por persona a un grupo de traficantes humanos.

La travesía en un barco de pescadores duró una semana a través del golfo de Bengala y el mar de Andamán.

“Casi no podía andar. Comíamos una vez cada dos días, una pequeña porción de arroz y poca agua”, relata el rohinyá a través de un intérprete en la pequeña vivienda en la que vive con su mujer, de 45 años, y su hijo en el norte de Bangkok.

Al llegar frente a la costa tailandesa, permanecieron inmovilizados durante quince días mientras los traficantes negociaban con los militares y guardacostas tailandeses.

Atracaron en una isla desierta, donde los inmigrantes y refugiados acabaron con toda la fruta que encontraron.

Los traficantes aprovecharon la noche para llevarlos a tierra firme en una barca y los encerraron en un campo clandestino en la frontera con Malasia donde les exigieron a cada uno 50.000 bat (unos 1.280 euros) a cambio de liberarlos.

Saw explica que los traficantes lo golpearon y que otros incluso fueron asesinados o murieron debido a las enfermedades y el hambre en los campos, que fueron clausurados en una operación policial en 2015.

Finalmente, el rohinyá fue liberado gracias a la ayuda de Hajee Ismail, director de Rohingya Peace Network, una organización dedicada a ayudar a los miembros de esta comunidad apátrida.

Su mujer, que se convirtió al islam, llegó dos años más tarde a Bangkok en un viaje por carretera desde Myanmar.

Saw tiene trabajo, pero carece de visado y vive continuamente con miedo a ser detenido por la Policía tailandesa, ya que en este país los refugiados no son reconocidos oficialmente y son tratados como inmigrantes ilegales si carecen de visado.

En una esterilla en el suelo, el padre trata de enseñar con unos cuadernos viejos algo de birmano e inglés a su hijo, quien no está escolarizado al carecer de documentación.

No pueden volver a Myanmar, donde más de 700.000 rohinyas han huido desde el año pasado tras dos campañas militares calificadas por la ONU como una “limpieza étnica de manual”.

Dos de los refugiados son los padres de Saw, que ahora se encuentran en uno de los inmensos campos de rohinyas en territorio bangladesí.

La esposa de Saw dice que no mantiene ningún contacto con su familia en Rakáin, excepto algunas llamadas por teléfono con dos hijos que tuvo de una relación anterior.

Tilda su vida de “muy ardua” y abriga la esperanza de que un día puedan ser acogidos en Europa o Estados Unidos, algo difícil ya que solo el 1 por ciento de los refugiados es realojado en terceros países, según la ONU.

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