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Una paz de cementerio en la Cachemira india

EFE/EPA/FAROOQ KHAN

EFE

Srinagar (India) —

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Una gran valla publicitaria de una compañía pública de seguros te da la bienvenida en el aeropuerto de Srinagar, capital de verano de la Cachemira india, con el mensaje “La paz está garantizada”. Pero al abandonar este aeródromo casi por entero militar, esa paz se asemeja más a la de un cementerio.

Cachemira se encuentra totalmente incomunicada desde que hace tres semanas el Gobierno indio decidió poner fin a su autonomía, disparando la tensión entre la India y Pakistán, que han librado dos guerras y varios conflictos menores por esta región del Himalaya.

La decisión del pasado 5 de agosto de derogar el estatus especial de Cachemira y dividirla en dos territorios bajo supervisión del Gobierno federal había sido precedida por el corte total de las comunicaciones y la llegada de decenas de miles de soldados en la que era ya una de las zonas más militarizadas del mundo.

El movimiento del Ejecutivo indio, encabezado por el partido nacionalista hindú BJP, es percibido como un intento de cambiar la demografía de esta región de mayoría musulmana, al permitirse ahora, con la retirada del estatus especial, que indios de otras partes del país adquieran tierras o se establezcan allí de manera permanente.

Así, para evitar posibles disturbios, el valle de Cachemira, conocido por la belleza de sus lagos, montañas nevadas y prados, se ha convertido en un fortín.

Las autoridades, tanto en Nueva Delhi como Srinagar, se muestran reacias a dar una fecha sobre cuándo retirarán los controles de seguridad o reactivarán las comunicaciones, aunque aseguran que la situación se ha ido relajando.

Sin embargo, en las calles y los mercados de Srinagar la realidad está aún muy lejos de considerarse normal.

“Estos son los momentos más difíciles de toda mi vida”, aseguró a Efe Siraj, un hombre de negocios de 75 años, incapaz aún desde el 5 de agosto de reunirse con su hija.

“Nunca había visto restricciones como estas, incluso durante las guerras entre la India y Pakistán”, remarcó el anciano.

Los periodistas extranjeros no pueden viajar a Cachemira, mientras que los reporteros locales carecen de libertad de movimientos para trasladarse a las áreas más sensibles y es la Policía la que decide qué lugares visitar en “tours” organizados.

En Srinagar las calles desiertas están salpicadas de hombres uniformados con rifles de asalto y bastones antidisturbios, al tiempo que los cruces están bloqueados por alambres de espinos para evitar que la gente pase sin autorización de un barrio a otro.

La tranquilidad impuesta en las calles contrasta con el ajetreo en el cielo, con helicópteros militares sobrevolando la ciudad en aparentes labores de vigilancia, mientras que aeronaves civiles se agolpan en la residencia del mandatario regional, el gobernador local designado por el Gobierno federal Satya Pal Malik.

Durante la noche no cesa el estruendo de los aviones militares.

“El vuelo incesante de los cazas y helicópteros militares” ha convertido el valle en una zona de guerra, dijo a Efe Hanief Mir.

“¿Sabes cómo te sientes, el miedo que causa, sobre todo durante la noche?”, lamentó.

Los víveres y productos de primera necesidad también empiezan a escasear, entre ellos los medicamentos para enfermos crónicos.

Algunos cachemires que residen fuera están regresando de sus viajes con las medicinas, aunque muchas familias, como la de Shabeer Ahmed, no tienen tanta suerte.

Ahmed tuvo que recorrer varias farmacias en Srinagar durante horas para encontrar insulina para su madre diabética, hasta que al fin, en un barrio de clase alta con menos restricciones de seguridad, encontró un establecimiento abierto.

“No sé qué voy a hacer en el futuro. Pero por lo menos durante las próximas tres semanas no tendremos de qué preocuparnos”, explicó a Efe.

Volar también es un problema, ya que no se pueden reservar los billetes por internet y las agencias de viaje están cerradas.

Cuando se consigue superar el trámite, la situación en el avión es de cierto secretismo, con la tripulación pidiendo bajar las persianas durante el despegue.

“Incluso nos robaron la oportunidad de despedirnos de nuestra tierra”, comentó uno de los pasajeros. Sarwar Kashani

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