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The Guardian en español

Un entrenador de lucha libre reabre su gimnasio en Afganistán tras un ataque de ISIS: “El tatami está lleno de sangre”

Imagen del gimnasio tras el atentado de ISIS cometido el pasado 5 de septiembre.

Memphis Barker

Kabul —

Para hacer el 'saltur', un término de lucha libre afgana, el luchador gira detrás de su oponente, lo levanta unos centímetros y lo golpea contra el suelo tirándolo hacia atrás por encima de su cabeza. Es un movimiento que el entrenador Ghulam Abbas ha enseñado a sus estudiantes durante más de 30 años y que le encanta ver.

“Me olvido de mis problemas cuando un alumno aprovecha la oportunidad”, afirma este entrenador de 57 años del club de lucha libre Maiwand, situado al oeste de Kabul. Pero ya no puede enseñar a sus alumnos esa llave. Mientras camina entre sus 40 pupilos adolescentes que se agarran y gruñen, su manga izquierda cuelga visiblemente suelta donde debería estar el brazo.

Hace dos meses, terroristas suicida de ISIS atacaron su club de lucha libre. Sobre las seis de la tarde del 5 de septiembre, Abbas escuchó disparos y el grito de “¡suicida!”. Corrió hacia la puerta y golpeó el pie del atacante intentando cerrarla de un portazo. El terrorista detonó rápidamente la bomba que llevaba en una mochila de deporte. Otro hizo estallar un coche bomba justo en la puerta cuando estaba llegando ayuda.

Abbas no se dio cuenta de que había perdido el brazo izquierdo en la explosión hasta que recuperó la conciencia en el hospital. En total, 30 personas murieron y otras 50 resultaron heridas. “Antes era muy bueno enseñando a los alumnos a hacer llaves, pero ahora les tengo que decir que practiquen con otros chicos”, afirma Abbas. “Eso ha sido muy duro para mí”.

En casa también ha tenido que adaptarse. Su mujer le ayuda a ponerse el calcetín izquierdo por las mañanas. “Cuando limpiaba, me gustaba hacerlo con ella”, recuerda. “Pero ahora no puedo.

Sin embargo, Abbas nunca dudó de que volvería al club de lucha libre Maiwand. En el hospital, centenares de visitantes se presentaron junto a su camilla, dando gracias al hombre que había puesto a sus hijos en el camino correcto o que, durante el ataque, les había salvado la vida.

Abbas ha pagado él mismo las reparaciones en el gimnasio. Una cicatriz negra todavía rodea la pared donde estaba la entrada. Un parche de pintura más clara deja entrever el agujero que hizo la explosión y, mientras, la espuma amarilla de obra se asoma por el tejado reparado.

El entrenador se mantuvo en forma esperando su regreso al gimnasio: en cuanto la herida dejó de sangrar empezó a correr, al principio de forma inestable, alrededor de los jardines del hospital. Diez veces por la mañana y diez por la noche.

Su tenacidad está dando resultados. Este jueves, inicio del fin de semana afgano, Abbas celebrará una sesión gratuita a la que acudirán unos 50 jóvenes, la mitad de la cifra que solía tener antes del atentado. Aun así, el entrenador asegura que este número está creciendo.

A medida que los alumnos van llegando, un guarda de seguridad les registra con especial cuidado en el túnel de entrada recién construido y protegido por bolardos de cemento y alambres de espino. Un joven de 23 años reconoce que tenía miedo de volver, pero la lucha libre es una forma de resistir. “El enemigo quiere que no juguemos”, señala un miembro del Ministerio de Defensa, “pero estamos demostrando que podemos volver y hacer mejor las cosas”.

Descansando de una serie de sentadillas rápidas, el joven de 16 años Sjid Omid cuenta que el día del ataque un trozo de metralla le golpeó en el pecho y que su pareja de lucha falleció. “Me da miedo venir, pero mi pasión por la lucha libre significa que no puedo no venir”, afirma tímidamente. Omid espera convertirse en el último de una larga tradición de campeones entrenados por Abbas, pero las preocupaciones de seguridad hacen que nadie sepa cuándo se puede organizar el próximo combate.

Aquellos que han perdido alguna extremidad y no pueden volver están en una situación todavía peor“, afirma Bashir Ahmad Faizi: ”He escuchado que quieren morir“.

El ataque contra el club Mainwand fue el quinto atentado de ISIS de este año cometido en la zona oeste de Kabul, en un barrio hazara pobre de casas bajas de ladrillo. La escena de la lucha libre en Afganistán es motivo de orgullo hazara. Los campeones de cuatro categorías de peso diferentes murieron en el atentado.

Atacando a esta minoría, principalmente chií, de seis millones de personas, ISIS espera provocar una lucha sectaria con la mayoría suní pastún. El miedo a caer en un derramamiento de sangre similar al vivido en Irak ha demostrado ser exagerado, pero el resentimiento hazara hacia el Gobierno está creciendo.

Abbas fundó esta rama del club de lucha libre Mainwand en 1980. Como muchos afganos, ya se ha recuperado de más de lo que la mayoría sufrirá en toda su vida. Durante la guerra civil de los 90, un cohete mató a su primera esposa y la pequeña tienda que tenía en propiedad se le quemó.

Fuera del gimnasio, pasa junto a un tatami enrollado que descansa junto a una valla metálica. Pagó 700 dólares por aquel tatami, el mejor que se podía conseguir en Afganistán. Algún día lo abrirá y verá si se puede reutilizar. De momento no se atreve a mirar. “Está lleno de sangre y partes de cuerpos”, asegura.

Dentro del gimnasio, se acerca el final de la sesión. Alguien suelta una cuerda anudada y un joven se levanta con ella. Las piernas se balancean en el aire.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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