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The Guardian en español

La izquierda francesa debe demostrar a Europa que la intolerancia no es la solución

El líder izquierdista francés Jean-Luc Mélenchon

Owen Jones

Por todo Occidente, el viejo orden sigue desmoronándose con ataques desde todos los frentes. El descontento por el estancamiento de la calidad de vida, por la inseguridad creciente y por las cada vez peores prestaciones sociales está presente tanto en la izquierda radical como en la derecha xenófoba. Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, Francia podría salirse del guión. Al menos eso es lo que esperan los asediados políticos del centro.

El apuesto y elegante candidato Emmanuel Macron es el nuevo príncipe reluciente. Representa la esperanza, la salvación. Algunos centristas se inclinan por los finales de los noventa, cuando los socialdemócratas de la “tercera vía” ganaban en Reino Unido, Francia y Alemania. Otros se emocionan hasta las lágrimas con la hegemonía Cameron-Osborne, algo así como unos partidarios del libre comercio que aceptan los derechos de los homosexuales. De cualquier manera, todos confían en que la victoria de Macron inyecte sangre nueva a las viejas políticas de centro en Occidente. Pero la escalada del candidato de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, ha puesto esas esperanzas en jaque y demuestra que el populismo de la izquierda sigue vigente.

Sí, es altamente probable que Macron gane. Si la segunda vuelta es entre él y Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha que niega la responsabilidad de Francia en la deportación de judíos durante el Holocausto, es probable, aunque no seguro, que gane el candidato del centro. Pero el hecho de que tengamos que debatir si un centrista de pura cepa le gana o no a una fascista refleja el descontento en el que se ha sumido Francia.

Macron se cuida mucho de decir qué es lo que hará si sale elegido presidente. Pero es una ilusión pensar que la cura contra el enfado que siente Francia por el estado de las cosas sea un hombre de la banca de inversión que quiere reducir el sector público en 120.000 puestos de trabajo (en un momento en que reina la inseguridad laboral) y bajar los impuestos a los ricos. Sin duda, la avezada Le Pen ya tiene la mira puesta en el verdadero premio: las presidenciales de 2022.

En marzo visité las sedes principales de dos campañas presidenciales. Uno de ellos era el ostentoso centro de operaciones del candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon. Beneficiario del creciente descontento que vive Occidente, Hamon fue el candidato sorpresa de la izquierda en las primarias socialistas. En ese momento, adelantaba en intención de voto a Mélenchon, cuya presencia exasperaba notablemente al equipo de Hamon, temeroso de que dividiera el voto de la izquierda y la dejara sin candidato para la segunda vuelta.

Hamon acababa de ganar el apoyo del Partido Verde de Francia y su equipo esperaba un apoyo similar por parte de Mélenchon. Algunos incluso decían entonces que el verdadero objetivo de Mélenchon no era ganar las presidenciales sino aplastar a los socialistas.

Con esa idea me fui hasta la sede central de Mélenchon. Qué inglesito arrogante, habrán pensado, sugiriendo que se retire nuestro candidato para darle a Hamon la oportunidad de una segunda vuelta. Bien, ellos rieron el último: ahora es Mélenchon el que avanza, Hamon ha colapsado y los números de Macron cada vez dan más bajo. Algunas encuestas incluso lo ubican en el tercer lugar, sólo por encima de François Fillon, el candidato de la derecha castigado por los escándalos.

De cada diez votantes franceses, más de cuatro (el doble que el mes pasado) ven en Mélenchon a un buen presidente. Su programa radical, que establece una semana laboral de 32 horas, adelantar la edad de jubilación, aumentar el salario mínimo, mejorar la Seguridad Social y cobrar más impuestos a los ricos se está extendiendo. Aunque todavía es poco probable que Mélenchon llegue a la segunda vuelta, si sigue remontando así podría ocurrir. Especialmente si Hamon se da cuenta de que no puede ganar y abandona de la carrera.

Francia está enfadada. La gente joven no tiene un trabajo seguro y uno de cada diez ciudadanos no tiene empleo. Tras cinco años bajo el gobierno de François Hollande, un presidente pésimo que traicionó las esperanzas de los que lo llevaron al poder, la pobreza está creciendo. De manera alarmante, muchos jóvenes han sido seducidos por el mensaje de Le Pen. Son los que quieren un cambio, cualquiera, para golpear al sistema que antes los golpeó a ellos.

Sí, Mélenchon también tiene sus problemas, como su explícito apoyo a la campaña bélica de Putin en Siria. Pero es ingenuo pensar que las políticas de un hombre de centro que van a dejar a mucha gente sin trabajo sirvan para aplacar la furia de los franceses.

Una vez más, Francia muestra las líneas maestras de una batalla que rige para toda Europa. Los centristas están desconcertados con el surgimiento de la nueva izquierda y de la derecha xenófoba, y los interpretan como síntomas de histeria y delirio colectivos. No pueden aceptar que el viejo orden está acabado y que millones de europeos buscan romper definitivamente con él. Si la izquierda europea no reacciona con una alternativa audaz y convincente, será la derecha xenófoba la que coseche los triunfos. Es muy probable que lo que pase en Francia este mes ayude a entender el futuro próximo de todo el continente.

Traducido por Francisco de Zárate

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