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The Guardian en español

EN PRIMERA PERSONA

La última vez que vi a Andriy actuaba en un teatro, ahora también empuña armas

Una joven con un arma durante un entrenamiento de combate básico organizado por las fuerzas especiales en Mariúpol, Donetsk, el 13 de febrero.

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No queríamos creernos que se produciría una invasión real y a gran escala, porque es algo muy ilógico. Pero Putin es ilógico y no está cuerdo. Me debato entre la racionalización –¿qué ganará Rusia con esta invasión?– y el recuerdo de hace ocho años, cuando mi ciudad, Donetsk, fue ocupada y me quitaron la casa.

Ha sido un mes tenso y nos hemos preparado para cualquier tipo de escenario. Todos los días estábamos listos para irnos, para escapar. Bebes demasiado café por la mañana para mantenerte concentrado y por la noche te apetece mucho beber algo de alcohol, pero tienes miedo de hacerlo. ¿Y si tienes que conducir tu coche de urgencia por la noche?

Hace una semana hacía una hermosa tarde lluviosa y olía a primavera, así que pensé que podríamos relajarnos, al menos durante la noche. No invadirían Mariúpol bajo la lluvia, así que finalmente me tomé esa cerveza. Otro error fue estar segura de que Mariúpol –ciudad portuaria al sureste– sería el primer lugar en ser invadido por nuestra proximidad a los territorios ocupados y a Rusia.

Huir o no huir

Me desperté con la noticia de que las principales ciudades estaban siendo atacadas. También oímos algunos bombardeos, algunos disparos, pero hace años que los oigo. El frente está muy cerca, a 15 kilómetros, y había habido muchos disparos en la última semana. Pero no puedo imaginar lo que sentían quienes estaban en Kiev, Járkov o Sumy esa mañana.

Estaba comenzando un proyecto artístico. Estábamos esperando a que llegaran los artistas. Mi primer pensamiento ―que ahora me parece gracioso― fue preguntarme si cancelábamos el proyecto, porque soy muy responsable. Pero, claro, los artistas provenían de una ciudad que está siendo bombardeada, así que poco a poco caí en la cuenta de que probablemente no iba a suceder.

En cambio, tuvimos una reunión de coordinación de seguridad para discutir nuestros planes ante la ocupación. Alguien dijo que saldrían hacia el oeste de Ucrania al atardecer. Mi marido y yo hablamos de qué hacer, porque yo estoy en la lista de personas buscadas por los rusos.

Ya habíamos hablado muchas veces sobre la posibilidad de huir. Mi idea era que, en caso de una invasión real, cogeríamos el coche y nos iríamos sin más. Pero ahora no me he sentido así.

Recordé mi huida de Donetsk hace ocho años. Me obligaron a escapar, yo no quería irme. Formaba parte de una organización, un grupo de base llamado Donetsk es Ucrania. Los prorrusos atacaron nuestra asamblea; distribuyeron información sobre los que organizamos el movimiento y colgaron nuestros retratos por toda la ciudad. Incluso salir a la calle se volvió peligroso.

Fue mi madre la que me convenció de irme porque me estaban buscando. “Solo una semana”, me prometió. Si no me lo hubiera rogado, me hubiesen metido en la cárcel. Todos los activistas que se quedaron fueron encarcelados.

Primero fui a Odesa y luego a Leópolis, en el oeste. Pasé tres meses allí porque, obviamente, no podía volver a casa. Leópolis es muy bonita, segura, pintoresca, con banderas ucranianas por todas partes (en Donetsk, podrían habernos matado por llevar esa bandera), pero solo recuerdo la sensación de estar lejos, haciendo scroll por las noticias. Imagino que si huyo ahora, me sentiré igual.

El poder y el espíritu

No me malinterpreten: da mucho miedo. El Ejército ruso es muy poderoso y ya ha tomado muchos lugares. Y, si bien las sanciones no son suficientes (la zona de exclusión aérea no se ha aplicado), esas medidas tampoco les importan.

Pero durante estos días de guerra también he visto algo nuevo, algo hermoso, poderoso e inspirador de parte de todos los ucranianos, que sienten ese instinto de quedarse en casa y luchar por el país. Me sorprende lo valiente que es el pueblo ucraniano. Nunca esperé que tantos civiles de a pie se unieran a la defensa del territorio. Todos los que conozco en Kiev han ido a alistarse.

Muchos de mis amigos son artistas. Siempre he sido artista y activista, y a veces me reía un poco de mis amigos artistas, pensando que eran guapos, muy filosóficos, pero esencialmente inofensivos.

Resulta que no es cierto. La última vez que vi a uno de ellos, Andriy, llevaba tacones altos y purpurina, haciendo de modelo para el loco y provocador teatro de moda del excéntrico diseñador Mijaíl Koptev. Hace unos días fue a alistarse en el Ejército, pero no lo aceptaron porque tiene pasaporte ruso (es originario de San Petersburgo). Así que se fue a otra ciudad cercana y lo aceptaron.

Rusia tiene un poder brutal. Y esos soldados rusos, que son solo carne para Putin, están siendo enviados a morir. Son muchos, tienen muchos tanques y nuestro cielos están desprotegidos. Estamos en una situación de verdadera vulnerabilidad.

Pero nosotros tenemos nuestro espíritu. Puede que nos ocupen de forma brutal y violenta, pero no pueden amedrentarnos. Incluso las personas mayores, aquellos ucranianos que podrían tener algo de nostalgia soviética, habrán cambiado su opinión después de esto.

No olvidaremos al hombre que se inmoló para destruir un puente y detener el avance ruso. Y, por desgracia, habrá más como él. Todos y cada uno de estos sacrificios nos distanciarán más de los rusos. Puede que se nos vengan encima, pero mentalmente nos alejaremos más y más, nuestra identidad estará cada vez más separada.

Diana Berg es artista y activista. Dirige la plataforma artística Tu y colabora con la organización cultural alemana ifa.

Traducción de Julián Cnochaert.

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