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La UE respira aliviada con el adiós de Boris Johnson

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, saluda al presidente francés, Emmanuel Macron, durante la cumbre del G7 en Cornualles en junio de 2021.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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La Unión Europea está respirando aliviada con el adiós de Boris Johnson, con la esperanza de que un relevo en Downing Street pueda reconducir el bloqueo en la aplicación del acuerdo del Brexit. “¿Se han encargado botellas extra de champán para celebrar la marcha de Johnson?”, preguntaba el corresponsal británico del Daily Mail, este jueves a los portavoces de la Comisión Europea. “No, no”, ha respondido entre risas el portavoz, “se consume poco alcohol aquí”.

“Son asuntos británicos y no tenemos nada que decir sobre los procesos democráticos en terceros países”, ha zanjado diplomáticamente el portavoz comunitario sobre la marcha de quien ha llevado a mínimos históricos las relaciones entre Londres y Bruselas.

Quien ha sido explícito ha sido el primer ministro irlandés, Micheal Martin, quien ha aprovechado la crisis para pedir al Gobierno británico que abandone su agenda unilateral sobre el protocolo de Irlanda del Norte: “Desde una perspectiva personal, soy consciente de que ha pasado unas semanas difíciles y le mando mis mejores deseos para él y a su familia. Si bien el primer ministro Johnson y yo mantuvimos una relación estrecha, no siempre estuvimos de acuerdo, y la relación entre nuestros gobiernos ha atravesado por momentos tensos en los últimos tiempos”.

“Nuestras responsabilidades conjuntas con respecto al Acuerdo del Viernes Santo, así como el fomento de relaciones bilaterales entre nosotros”, prosigue el primer ministro irlandés, “requieren que trabajemos juntos con un espíritu de respeto, confianza y colaboración. Eso es más importante que nunca hoy, y pido una vez más una retirada de acciones unilaterales. Ahora tenemos la oportunidad de volver al verdadero espíritu de asociación y respeto mutuo que se necesita para sustentar el Acuerdo de Viernes Santo”.

El propio ex negociador del Brexit por parte de la UE, el francés Michel Barnier, ha dicho: “La marcha de Boris Johnson abre una nueva página en las relaciones con Reino Unido. Que sean más constructivas, más respetuosas con los compromisos adquiridos, en particular con respecto a la paz y la estabilidad en Irlanda del Norte, y más amistosas con los socios en la UE. Queda mucho por hacer juntos”.

“Es muy difícil ver cómo las cosas podrían ser peores de lo que fueron con Boris Johnson. La confianza se ha erosionado casi hasta el punto en que es inexistente”, reconocen fuentes diplomáticas citadas por The Guardian: “La UE ve a Johnson como un socio en el que no se puede confiar y alguien que está dispuesto a quemar todas las relaciones a nivel internacional para obtener beneficios políticos a corto plazo. Si hay algo más positivo por parte de Reino Unido, lo aprovecharemos”.

Fuentes citadas por Bloomberg añaden: “No ha habido un compromiso constructivo sobre el Brexit durante el último año y medio por parte del Reino Unido. Johnson trató el asunto con desdén. Mientras luchaba por sobrevivir, era difícil encontrar espacio para la cooperación. No había esperanza de progreso en el protocolo de Irlanda del Norte o la relación entre los dos bloques mientras siguiera siendo primer ministro”.

No obstante, en Bruselas temen que si la ministra de Exteriores, Liz Truss, releva a Johnson, las relaciones no tienen por qué mejorar necesariamente, en tanto que ella ha sido quien ha encarnado la política desafiante de Downing Street respecto al Brexit en los últimos meses. Otras fuentes sitúan en las quinielas a Ben Wallace, ministro de Defensa, uno de los tories que apoyó la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea y quien podría representar un perfil menos duro con Bruselas.

Según un alto diplomático citado por Politico, “hay pocas esperanzas de un reinicio de las relaciones bajo cualquier líder tory. Para ser honrado, lo que realmente necesitamos para resolver esto es un gobierno laborista”.

Es un hecho que el Gobierno de Boris Johnson ha sido un dolor de cabeza constante en Bruselas y en el resto de capitales europeas, ya fuera por los incumplimientos del Brexit o, con Francia, por ejemplo, por los permisos para pescar en sus costas, que derivaron en amenazas francesas de interrumpir el suministro de energía.

El ex alcalde de Londres tumbó el Gobierno de Theresa May por un acuerdo del Brexit que le parecía poco. Ganó las elecciones a Jeremy Corbyn, renegoció el acuerdo, lo firmó con la UE y en cuanto entró en vigor ha querido reescribirlo unilateralmente. Boris Johnson llegó a Downing Street con el “Get Brexit Done” como lema, y gran parte de su agenda política ha estado marcada en estos tres años por su relación con el continente y con la Unión Europea.

Johnson hizo campaña por el Brexit en el referéndum de 2016. Periodista, ex corresponsal del amarillo The Daily Telegraph en Bruselas, no ha tenido problemas en retorcer la realidad para reforzar las posiciones contra la Unión Europea. Recientemente, por ejemplo, comparó en el congreso del Partido Conservador la lucha de los ucranianos contra la invasión de Vladímir Putin con la de los británicos por salir de la UE. Da igual mezclar una guerra con unas negociaciones; unos bombardeos con idas y venidas por el eurotúnel; y el rechazo a la UE británico con el anhelo de entrar en la UE ucraniano. Todo le ha valido a Johnson para agrupar a los suyos en torno a él. Hasta la campaña sobre una supuesta prohibición de la UE de imprimir el sello de la casa real británica en los vasos de pintas de cerveza.

Todo ello ha hecho que Johnson se encontrara cada vez más aislado en las reuniones internacionales, como se evidenció en la última cumbre de la OTAN en Bruselas.

Campaña con mentiras

Las mentiras sobre la UE arrancaron en la campaña de 2016 cuando alimentó el bulo de que el Reino Unido enviaba a la UE 350 millones de libras a la semana. Montó un autobús de campaña con la cifra y apareció frente a una pancarta que decía: “Démosle a nuestro sistema público de salud los 350 millones de libras que la UE se queda cada semana”.

La Autoridad de Estadísticas del Reino Unido dijo que la cifra era de 285 millones de libras a la semana, sin tener en cuenta los pagos de la UE al Reino Unido. Teniendo en cuenta solo los pagos más básicos de la UE (directamente al sector público del Reino Unido), se redujo a 190 millones de libras esterlinas.

Pero le dio igual. Siguió usando la cifra durante más de un año, y el organismo de control de datos lo acusó de un “claro mal uso de las estadísticas oficiales”.

No han sido solo las mentiras relacionadas con el Brexit y el insistente Take back control en un sistema mundo del siglo XXI con Estados, regiones y bloques interdependientes, que hace imposible que un país se desconecte completamente de sus vecinos salvo que se quiera ir a un modelo aún más cerrado que el norcoreano. El mandato de Boris Johnson también ha estado marcado por el incumplimiento de las promesas.

Johnson se llevó por delante a Theresa May porque consideraba que ella defendía un Brexit demasiado blando. Y con el tiempo se dio cuenta de que el Brexit demasiado duro que preconizó y firmó el propio Johnson generaba muchos más problemas de los previstos por él, que no por May, quien en Bruselas decía que nadie en su sano juicio en Downing Street firmaría algo como lo que suscribió Johnson.

Y así fue, desde que comenzó a entrar en vigor, con moratorias, el protocolo de Irlanda del Norte, Johnson se dio cuenta de que había sido un error, porque venía a partir Reino Unido en dos: la isla de Irlanda por un lado y la de Gran Bretaña, por otro. May lo supo ver; y Johnson no lo quiso ver hasta su entrada en funcionamiento.

Pero, claro, ya era demasiado tarde para todo dirigente serio. Pero Johnson es cualquier cosa menos fiable, y dio la orden de saltárselo de forma unilateral, de reescribirlo y rehacerlo unilateralmente si la Unión Europea no aceptaba reabrir el acuerdo de retirada de Reino Unido de la UE. Y, evidentemente, los 27 se han estado negando a ir más allá de unos arreglos para flexibilizar el acuerdo sin rehacer el texto.

Pero a Johnson le parecía poco, quería mantener el conflicto abierto y culpar a Bruselas de sus males, muchos de ellos derivados del Brexit: como la carestía de algunos productos, problemas para encontrar mano de obra, desabastecimientos periódicos, caída del turismo y del PIB. Así, pues, primero anunció que prorrogaba las moratorias unilateralmente y hasta en dos ocasiones ha anunciado una legislación que reescribe el acuerdo. La primera nunca llegó a aprobarse, y la segunda estaba en trámite, entre las acusaciones de la oposición externa e interna, como la propia May, que han alertado de la pérdida de credibilidad que puede tener para Reino Unido saltarse acuerdos internacionales.

Saltarse los acuerdos

Además, si Reino Unido culmina esa legislación, no sólo tendrá que afrontar demandas judiciales de Bruselas, sino también la quiebra del tratado de libre comercio y de relación futura pactado después del acuerdo de retirada del Brexit. Porque uno emana del otro. Y sin el acuerdo de retirada, no puede haber tratado de libre comercio, lo que supondría dificultar aún más las exportaciones de Reino Unido al continente y afrontar represalias comerciales por parte de la UE.

Maros Sefcovic, el vicepresidente de la Comisión Europea encargado de las negociaciones del Brexit, decía este miércoles en el pleno de Estrasburgo mientras se sucedían las dimisiones en Londres: “Esperamos tener negociaciones reales, porque es lo que está esperando la gente de la UE, Irlanda del Norte, Reino Unido y la república de Irlanda. Las soluciones técnicas no servirán sin deseo político en Londres de abordar conversaciones genuinas, de reiniciar el trabajo para lograr soluciones concretas de forma conjunta. Si esto no ocurre y se aprueba la legislación anunciada, por supuesto que nos veremos obligados a emplear todas las medidas a nuestro alcance, incluidas las relativas al Acuerdo de Cooperación y Comercio”.  

Boris Johnson se está marchando, y nadie en Europa derrama una lágrima por él. Eso sí, junto a la esperanza de un cambio que pueda reconducir las conversaciones entre Londres y Bruselas, también existe incertidumbre sobre cómo afrontará las negociaciones para aplicar el Brexit la persona que le suceda.

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