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La derecha y la ultraderecha francesa se baten por el electorado obrero

Sarkozy posa con un niño para un selfie en su visita al Salón de Agricultura en París el 4 de marzo.

Paula Rosas

París —

Inmigración. Identidad cultural. La “herencia cristiana”. El “comunitarismo” o etnocentrismo musulmán. La prohibición del velo en la universidad. La eliminación del menú de sustitución para las minorías étnicas o religiosas en las cantinas de los colegios.

La ultraderecha francesa no es la única que ha tirado de eslóganes identitarios para hacer campaña en las elecciones departamentales que el domingo celebran su segunda vuelta. Deseoso de volver a seducir a los votantes conservadores que se han lanzado a los brazos de Marine Le Pen, los discursos de Nicolas Sarkozy en las últimas semanas podrían parecer obra de los jefes de campaña del Frente Nacional. Al menos en lo que a agenda se refiere.

Muy pocos dudan hoy en Francia de que la alianza de centroderecha que lidera el expresidente Sarkozy, y que obtuvo el mayor porcentaje de votos en la primera vuelta con un 29,2%, arrasará en esta segunda cita electoral. Pero el líder de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) no quiere sólo ganar. Quiere recuperar al “rebaño descarriado”, está convencido de que muchos votantes del Frente Nacional (FN) “quieren ser persuadidos para volver a creer en él”, y que tan sólo “esperan los argumentos adecuados”, señala su entorno a Le Figaro.

Lo dicen las encuestas y lo reconocen en el seno de la UMP: el 75% de los votos del Frente Nacional ya ha cristalizado, son votos propios que Marine Le Pen ha conseguido fidelizar. Hacerse con ese cuarto restante es “cuestión de vida o muerte”, reconoce el expresidente quien, con estas elecciones busca también reforzar su figura frente a la de otros posibles competidores dentro de su partido, como Alain Juppé, de cara a las presidenciales de 2017.

Hace tiempo que el Frente Nacional dejó de ser una fuerza política anecdótica. El fin del bipartidismo es evidente en Francia y, aunque no está claro que se pueda describir a la formación de ultraderecha como “el primer partido de Francia”, tal y como ellos pregonan, sí es cierto que han conseguido asentar ese 25% del electorado que ya le dieron las elecciones europeas y que los votantes le han confirmado en la primera vuelta de las departamentales.

La división de la izquierda en una maraña de siglas peleadas entre sí y el periodo de debilidad por el que ha pasado la UMP han jugado a su favor. Es posible, sin embargo, que Marine Le Pen, la populista y carismática líder de la ultraderecha, haya tocado su techo.

Pero elecciones como las departamentales de Francia, en las que realmente se juegan pocas competencias (los departamentos franceses apenas gestionan el presupuesto de institutos y carreteras comarcales y poco más), son una pica importante dentro de la estrategia que Marine Le Pen ha concebido. A diferencia de su padre Jean Marie, fundador del partido y al que muchos critican que usó la formación como plataforma para exponer sus ideas sin tomarse demasiado en serio alcanzar la presidencia, Marine busca crear una maquinaria política para ganar influencia a nivel nacional e impulsarse de ahí a la jefatura del Estado.

Lo reconoce el secretario general del FN, Nicolas Bay, quien dice que el objetivo primordial del partido antes de 2017 es “constituir una malla territorial completa para llevar a Marine Le Pen al Elíseo y por fin devolver nuestra nación a su pueblo”. Las alcaldías y las comunas son importantes dentro de ese plan porque acercan al ciudadano las políticas y la agenda del partido, y ella quiere demostrar que el Frente Nacional es algo más que palabras y eslóganes, y que puede conseguir bajar impuestos o acabar con el crimen, como promete en campaña.

EL FN busca votos en la clase obrera

El Frente Nacional, advierten numerosos politólogos, ha encontrado en la clase obrera, que se siente abandonada desde hace décadas por la izquierda, una nutrida charca en la que pescar votos. Marine Le Pen dice dirigirse a “los olvidados”, una retórica que cala en una población precarizada, donde el paro ronda el 10% y que se ha visto afectada por los recortes sociales que ha impuesto el gobierno socialista.

En feudos de izquierdas como Saint Denis, por ejemplo, en la periferia empobrecida parisina, la abstención ha superado el 70% en la primera vuelta de las departamentales, por lo que, con pocos votos, el Frente Nacional ha conseguido igualarse al Partido Socialista o al Frente de Izquierdas.

Como analiza la politóloga Céline Braconnier, autora del estudio Les Inaudibles. Sociologie politique des précaires (Los inaudibles. Sociología política de los precarios), los efectos de esa abstención y ese desencanto en una población que salió a votar en masa a François Hollande en las presidenciales de 2012 esperando un cambio, se verán en 2017, “en las que se puede dudar de que el candidato socialista se beneficie de tal apoyo”, explica a Le Monde.

Entre los que tienen nacionalidad francesa, “la simpatía por Marine Le Pen crece con el nivel de precariedad, de igual modo que sus ideas sobre la inmigración. Que habría demasiados inmigrantes en Francia, que supondrían una amenaza para el empleo y que vendrían a aprovecharse de las ayudas sociales”, señala Braconnier.

Según el periodista y escritor François de Closets, “desde los años 90 hemos visto a los obreros votar al Frente Nacional, y al Frente Nacional cebarse en este viraje social. Se trata de un partido camaleón que prospera con las cóleras, los descontentos y los miedos”, señala en una entrevista en L'Opinion. La ultraderecha ha notado cómo crecía “esa irritación con la inmigración desde las clases populares”, explica el ensayista, una xenofobia que siempre ha existido, aclara, porque “los obreros siempre han visto a los trabajadores extranjeros como el ejército de reserva del capital, que los patrones han hecho venir para oponerse a sus reivindicaciones”.

Pero para la izquierda, critica De Closets, para los “bobos”, como se denomina en Francia a la burguesía bohemia, “sólo las minorías homosexuales o las étnicas eran interesantes”, han descuidado a la clase obrera y por “ceguera ideológica” no han visto que Francia estaba en peligro de lepenización.

En la primera vuelta del domingo 22 de marzo se eligieron 298 consejeros, y 43 millones de franceses están convocados ahora a las urnas para escoger a los 1.905 restantes, que se batirán en duelos o en triángulos. Se espera que el Partido Socialista, que apenas superó el 21% en la primera vuelta, pierda muchos departamentos, que acabarán probablemente en manos de la alianza entre la UMP y los centristas de la Unión de Demócratas e Independientes (UDI).

Mientras que el PS, que no ha conseguido pasar a la segunda vuelta en más de 500 departamentos, ha anunciado que apoyará a los “partidos republicanos” allí donde se enfrenten al Frente Nacional, el expresidente Sarkozy ha reafirmado su estrategia del “ni-ni”, y ha asegurado que no apoyará “ni a la izquierda ni a Le Pen”.

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