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Total War: Attila. ¿Un glorioso regreso al campo de batalla?

Total War: Attila

Álvaro Alonso

La estrategia bélica se ha convertido en uno de los géneros predilectos para muchos fans de los videojuegos. Si bien al principio no destacaba, tal vez por la falta de acción o la aparente lentitud de su jugabilidad, poco a poco ha cogido fuerza. Son pocos los que no hayan probado maravillas como Age of Empires, Civilization o, más reciente, la excelente saga Total War.

Esta última ha sido la que ha mejor ha llegado a nuestros días. Desde su primera entrega, en el año 2000, la serie ha sabido evolucionar e innovar mientras respetaba su esencia. Después de varios títulos ambientados en la Edad Media, el siglo XVIII o el Japón Feudal, en 2013 Creative Assembly y SEGA lanzaron Total War: Rome II, la segunda entrega de la saga ambientada en la Antigua Roma. Un juego que, si bien al principio recibió algunas críticas, acabó convirtiéndose en un título muy respetable y atractivo.

En febrero de este año, la saga Total War volverá a la palestra con Attila, la nueva entrega que se ambientará en los últimos años del Imperio Romano y relatara el declive de Roma, las invasiones bárbaras y, sobre todo, el avance de los hunos comandados por el temible Atila. La ambientación, tan cercana a la de Rome II, hace temer a muchos de que nos encontremos frente a una expansión venida a más. ¿Es Total War: Attila un juego por derecho propio, o ha reciclado los elementos de su predecesor? Hemos tenido la suerte de poder probar una versión reducida del juego antes de su lanzamiento. Éstas son nuestras impresiones.

Un imperio amenazado

Un imperio amenazadoComo ocurre en todos los títulos de Total War, al iniciar la campaña podemos elegir una facción entre varias disponibles. Podemos decidir encarnar al Imperio Romano (de Occidente o de Oriente), los bárbaros del norte (francos o sajones), a los grandes migradores (visigodos, vándalos, ostrogodos y alanos) o al Imperio Sasánida. Al ser una versión preview teníamos algunas limitaciones, así que sólo pudimos elegir entre el Imperio Romano de Oriente, los sajones, los ostrogodos y el Imperio Sasánida.

Cada facción tiene unas características propias que influyen en la forma de sus ejércitos y la administración de sus regiones. Además, en función de la facción que escojamos la amenaza inicial será mayor o menor. Por ejemplo, el Imperio Romano presenta un inicio de campaña muy complicado, ya que se encuentra en plena decadencia y tiene a los enemigos a sus puertas. Con otros, como el Sasánida, iniciamos la campaña en relativa paz.

Al principio de la partida nuestra facción tiene un líder rodeado por varios miembros de su familia. A los masculinos podemos asignarles tareas como gobernador o como general, y en función de sus rasgos y habilidades serán más efectivo en un puesto u otro. A las mujeres sólo podemos utilizarlas para cerrar matrimonios y conseguir alianzas. Todos los miembros de la familia se encuentran en el árbol genealógico, que podemos consultar siempre que queramos para analizar las fortalezas y debilidades de cada uno.

Total War: Attila reincorpora los árboles genealógicos después de que los eliminaran de Rome II, y lo hace incluyendo varias nuevas características. Ahora, al pinchar en cada miembro de la familia seguimos viendo sus características, fortalezas y debilidades, pero también nos aparecen otras opciones muy interesantes. Por ejemplo, podemos buscar un matrimonio adecuado para ese personaje o hacer que adopte a alguien, con lo que conseguimos que se unan más unidades a la facción. Sin embargo, también podemos orquestar la caída de ese personaje, ordenando su muerte o iniciando rumores para que disminuya el respeto que la plebe siente por él. A veces algún miembro de la facción aparecerá marcado como sospechoso de una intriga, y tendremos qué decidir cuál será su destino. Entre las demás opciones se encuentran las de recabar aliados, nombrar un heredero o divorciarse, entre muchas otras.

El sistema de juego durante la campaña es similar al de las anteriores entregas. Tenemos que defendernos de las amenazas externas, repeliendo a los invasores y a las facciones enemigas. Podemos firmar alianzas y comerciar con los imperios extranjeros, o bien invadirlos y conquistar sus ciudades. Al mismo tiempo debemos controlar nuestras propias regiones, manteniendo el orden público y evitando las revueltas y levantamientos. Todo esto dentro del sistema por turnos en el que debemos tomar nuestras decisiones y después esperar a ver cuáles son las del resto de facciones. En las anteriores entregas, un turno suponía un salto de un mínimo de 6 meses, pero en Attila el periodo de tiempo transcurrido es menor.

Lo primero que debemos hacer al iniciar una campaña es establecer un gobernador en cada una de nuestras provincias. Podemos elegir a miembros de la familia para que ocupen ese puesto, o bien elegir a personajes “con menos importancia” dentro de la facción. Una vez que tengamos un gobernador en la provincia podemos dictar edictos, investigar tecnologías, reclutar nuevas unidades o implantar mejoras.

Los edictos nos permiten cambiar el papel que desempeñará la región. Por ejemplo, si optamos por el desarrollo rural, la producción de comida y el aumento de la población serán superiores que en otras provincias. Si elegimos la urbanización, la construcción de edificios costará un 10% menos y recaudaremos más con los impuestos. Los edictos también afectan a la religión de la región. Por ejemplo, si elegimos que el cristianismo sea la fe oficial aumentará el orden público.

Por otro lado están nuestros generales, a los que podemos enviar a conquistar ciudades extranjeras o defender nuestras regiones. Cuando atacamos una ciudad debemos sitiarla para debilitarla y después invadir. Si ganamos la batalla podemos decidir quedarnos el asentamiento o arrasarlo hasta que no quede nada. Si nuestros ejércitos se topan con otros en los caminos se enfrentarán a ellos sin necesidad de asedio.

La gran novedad de Total War: Attila es que ahora algunas facciones no tienen asentamientos como tal. Las tribus nómadas avanzan por el mapa arrasando ciudades enemigas, pero no tienen sus propias ciudades. Lo máximo que pueden hacer es acampar durante un tiempo, pero no de forma indefinida. Esta novedad resulta muy interesante, porque ya no podremos eliminar una facción tomando todas sus ciudades. Ahora hay que derrotar a todas sus hordas.

El mayor exponente de las tribus nómadas son los hunos, encabezados por el temible Atila. Esta facción es una de las más rápidas y letales, y es casi imposible hacerles frente en el campo de batalla. La presencia de esta facción cambia casi por completo la forma en que debemos jugar. En los anteriores Total War debíamos invadir y defendernos a partes iguales, pero en Attila lo principal será sobrevivir el máximo tiempo posible. Esto incrementa de forma considerable la dificultad del juego.

A todas las mejoras de la Campaña hay que añadir la de los campos de batalla. Al igual que en las anteriores entregas, al enfrentarnos a un ejército enemigo o atacar una ciudad podemos elegir entre una resolución automática llevada a cabo por la inteligencia artificial del juego o bien combatir de forma natural, en el campo de batalla.

El sistema de combate sigue siendo el mismo. Antes de la batalla colocamos a nuestras tropas por el campo y después nos encargamos de darles distintas directrices. Podemos optar por un ataque directo y arriesgado o flanquear al enemigo y tenderle una emboscada. Si ganamos tenemos la opción, como mencionábamos antes, de arrasar por completo la ciudad o ejército, hacer prisioneros y esclavos o asentarnos y gobernar.

Entre las novedades destaca, por ejemplo, la posibilidad de arrasar con todo lo que haya en una zona para que el enemigo no tenga recursos a su disposición cuando nos enfrentamos a él. Otra mejora es la incorporación de un fuego dinámico que se extiende por el campo de batalla y al que hay que tener muy en cuenta, ya que si nuestras unidades quedan atrapadas morirán quemadas o ahogadas por el humo. Además, en función del turno (época del año) en que se produzca la batalla las circunstancias que la rodean cambiarán. No es lo mismo luchar en verano en una llanura que en pleno invierno a través de las montañas. Estas implementaciones dotan de mucho realismo a las batallas.

En resumen, y a falta de probar la versión completa del juego, Total War: Attila supone un gran regreso de la aclamada franquicia, con el retorno de las características preferidas por los fans y la incorporación de varias novedades que, si bien en su mayoría afectan a la campaña principal, el gobierno y la administración, también refrescan el sistema de batallas.

En efecto el juego cuenta con multitud de novedades que innovan en el sistema de juego, algo que se aprecia en una saga tan longeva como Total War. Los que teman encontrarse con una versión maquillada de Rome II no tienen nada que temer. Attila es, por si mismo, un excelente juego que no tiene nada que envidiar.

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