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Abbas Kiarostami: “El cine digital fue el ángel que me salvó”

El director de cine iraní Abbas Kiarostami, durante una entrevista en el Festival de Cannes 2014

David Martos

Siempre ataviado con sus gafas oscuras, Abbas Kiarostami nunca daba un paso en el Festival de Cannes sin su fiel traductora, que lo acompañaba escaleras arriba y escaleras abajo, de entrevista en entrevista o de conferencia en conferencia. Era mayo de 2014. Kiarostami acababa de fallar el premio del jurado que presidía -el de los cortometrajes-, y había decidido conceder un par de entrevistas antes de regresar a Teherán. En una de las azoteas del palacio de festivales, con el griterío de la alfombra roja a apenas 10 metros de distancia, el director de Copia certificada y El sabor de las cerezas (Palma de Oro en 1997) se hacía escuchar como podía, deseando en todo momento terminar la entrevista... pero sin regatear ninguna respuesta.

¿Siguen teniendo sentido los festivales cuando tenemos Internet?

Los festivales siguen siendo muy importantes porque son una celebración del cine. Nos permiten a todos los que vivimos del mundo del cine intercambiar impresiones, estar juntos y hablar de cine. No solo ver películas, sino hablar de películas. Y esos intercambios son también una creación. Por la misma regla de tres podríamos preguntarnos por qué hay que ir al cine si existen los DVD. Hay lugares de celebración. Se le muestra un respeto al cine, los festivales son lugares de creación para el cine.

¿De qué parte del proceso de hacer películas disfruta más?

No creo en la independencia del cine. Tengo que decir que no disfruto de hacer cine cuando se trata de largometrajes porque, incluso en mi cine, tengo que tener en cuenta el gusto del público y también el gusto del dinero de los productores. Pero cuando hago cortos o cuando monto talleres con estudiantes en todo el mundo -hago cuatro o cinco cada año- sí puedo seguir trabajando como un “no profesional”. Salgo del mundo profesional del cine y encuentro todo el placer y toda la creatividad que fueron míos cuando empecé a trabajar en el cine.

Algo positivo tendrá la edad. ¿Qué hace usted mejor ahora que cuando era joven?

Bueno, la consciencia de las cosas tiene ventajas... pero también puede hacer que las cosas sean más difíciles. Cuando era joven me importaba hacer bien las películas, no me importaba mucho de qué hablaba en ellas. Ahora lo que más difícil me resulta es decidir qué voy a decir, qué películas merecen existir. Y estar en el corazón de una película me da miedo, me genera dificultad. Esa consciencia no es constructiva. En resumen: ahora que hemos aprendido a decir todo lo que queremos... nos hacemos la pregunta de qué tenemos que decir.

¿Qué hay que decir en el siglo XXI?

Esa es una pregunta para los filósofos. Nosotros no tenemos que decir nada, solo tenemos que hacer preguntas. Lo que nos preguntamos es... qué preguntas tenemos que hacer.

Así que no es usted un director con una agenda política como, por ejemplo, Ken Loach...

Bueno, sin un ejemplo sería más fácil contestar... pero como nombra a Ken Loach puedo decir que lo admiro en su obstinación, en el hecho de querer seguir haciendo una película cada año, aunque sea un poco mayor que yo. Lo que importa es eso, seguir motivado, hacer películas, tener esa energía y esa convicción. Al final no importa tanto si lo que decimos gusta o si se oye, lo que importa es seguir haciendo películas.

En 2015 este arte cumple 120 años. ¿Pronostica usted la muerte de las salas?

Bueno, esos pronósticos se hacen siempre cuando estamos ante cifras redondas. Se hicieron con los 100 años y se volverán a hacer con los 150 y con los 200. Pero son pronósticos que nunca sabemos si se harán realidad.

¿Pero hacia dónde cree que va el cine técnicamente?

Hay dos tipos de cine. Hay un cine que existe solo para entretener, es un cine de diversión, hecho solo para la gente de 16 años. Es para el placer y la excitación de los adolescentes. Pero la juventud pasa, y esas personas que tienen 16 años se hacen viejas. Creo que ese cine que les gusta morirá y dará lugar a un cine más auténtico, más cercano al de los hermanos Lumiére. Así podremos asistir al nacimiento de un cine verdadero.

¿Cómo vivió la transición entre rodar con película y rodar en digital?

El digital fue el ángel que me salvó la vida como cineasta, porque entre la guerra y las sanciones económicas en mi país ya no podíamos trabajar con películas. Fue el digital el que me dio la posibilidad de seguir trabajando.

¿Y qué consejo le da a los jóvenes estudiantes con los que trabaja?

Nada más que trabajar. Solo se trata de trabajar. En vez de pensar y prepararse hay que ponerse al trabajo. Cuando uno trabaja tiene que estar convencido de que le gusta lo que hace. Cuando el trabajo te gusta, te da energía. Todo esto ni siquiera son consejos, es mi propio modo de trabajo con ellos. Yo trabajo con ellos en períodos de 10 días, e incluso a ellos les sorprende todo lo que pueden llegar a trabajar en ese tiempo. El resto del año conservan ese recuerdo, esa capacidad y esa energía.

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