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Casas del Tablado: una de las tipologías arquitectónicas más originales de Canarias

El Tablado – Villa de Garafía. Fotografías: Javier Díaz Hernández y Horacio Concepción García.

Horacio Concepción García

Garafía —
  • El investigador y escritor palmero Horacio Rodríguez Concepción, miembro de la Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias, ha publicado un artículo en la revista on line Turismo y cultura de Canarias con el título Casas del Tablado, Garafía. Pasado donde naturaleza y hombre convivían en justa relación.

El medio natural y su transformación por la actividad humana es el componente de estudio más auténtico e indisoluble de la geografía, convirtiéndose así el paisaje en punto de encuentro entre la geografía y la historia a través de la geografía histórica. Para muchos arqueólogos e historiadores el estudio de los paisajes y su evolución constituye una herramienta básica para entender las sociedades que los construyeron, ya que: «el paisaje refleja la realidad ambiental de cada lugar, a la vez que compendia la historia del proceso antrópico que en él se haya producido ». En el paisaje rural de isla de La Palma —territorio ocupado por el desarrollo de una actividad agrícola, ganadera, forestal, etc., al que suele estar asociado un gran valor de carácter etnográfico— destaca el municipio de Garafía, y entre otros el añejo caserío de El Tablado, el cual se encuentra engarzado entre el Barranco de los Hombres (que lo separa de Franceses) y el de Fagundo (que lo separa de Don Pedro). 

El origen del topónimo de este pretérito lugar, nace posiblemente en la arquitectura popular de la isla, en las denominadas tradicionalmente casas de tablado. Estas antiguas y peculiares viviendas se caracterizan por presentar la cubierta de madera de tea, y en algunos casos las paredes del piso superior. Los elementos primordiales utilizados en estas construcciones son la piedra y la madera de tea de forma general (por su incorruptibilidad) que guardan, en una de las tipologías posibles de su clasificación, cierta similitud con los hórreos gallegos, vascos, asturianos o con los portugueses denominados espigueiros, aunque presentan características que los diferencian en su concepto de la construcción de los hórreos que podían ser: de madera, de piedra y mixtos, construidos con una combinación de granito y madera de castaño . El término espiguero en La Palma se encuentra en desuso, y se utilizaba para referirse a los pajeros donde se almacenaban granos, millo, etc., quedando plasmado en los topónimos: Los Espigueros de Lomo Machín (Barlovento), El Castillo y Cueva de Agua (Garafía) o El Granel (Puntallana) . La evolución de esta vivienda y de los asentamientos donde se localizan, nos permiten analizar, interpretar y comprender los parámetros socioeconómicos registrados, además de los niveles de antropización del medio natural y la determinación evolutiva surgida del modelo de ocupación formada por: el substrato cultural de los colonos; sus mecanismos de adaptación al nuevo espacio; la pervivencia de formas heredadas de los antiguos ocupantes del territorio; y las soluciones de habitabilidad asumidas (cueva, casa pajiza, casa de tablado o casa de tejas). Así todos estos parámetros quedan englobados dentro de una definición válida de la arquitectura considerada como: «el arte y la técnica de proyectar, construir y transformar el entorno vital del hombre ».

Estas pequeñas y elementales construcciones rústicas tuvieron una importante significación en el desarrollo social y económico de la vida rural de la isla, y denotan, por su abundancia en tiempos pasados y por su espontaneidad, que cumplían una primordial función para los habitantes del campo palmero, constituyendo una de las tipologías arquitectónicas más originales y simbólicas de Canarias, las cuales desde el siglo XVI están presentes en la geografía norte de la isla: «Marcos Pérez, de Los Catalanes, vecino en el término de Barlovento, se hizo en una casa nueva que se edificó en sus tierras, se ocuparon en traer la madera de tea, tablado para su aforro, los bueyes acarreando desde el aserradero hasta la casa en lo que se ocuparon un día [12 de febrero de 1598]».

La madera de tea es utilizada tanto para la armadura y cubierta como para las puertas, ventanas, tabiques de separaciones, paredes exteriores, alacenas, sollados o suallados (suelo de madera), etc. . La cubierta de este tipo de viviendas presenta mayor inclinación que de la teja (en torno a los 45º), y el número de tiseras de la armadura (de par e hilera) se reduce con respecto a las anteriores al no contar con el peso de la teja. Las tablas que dan forma al forro son gruesas y anchas, de aproximadamente 60 cm., dispuestas horizontales a la cumbrera, clavándose sobre las maderas haciendo descansar una pequeña parte del tablón superior sobre el inferior, para evitar la entrada de agua, aunque siempre había lugares por donde penetraba en agua, para lo que se ideó un sistema uniendo dos tablas que formaban un ángulo recto y sobreponerlo a la construcción; también había techumbres en que las tablas se disponían verticalmente. La cumbrera se remata con una especie de cobertura que favorece la escorrentía del agua. El tipo de cobertura más generalizada es a dos aguas —igual que los hórreos —, aunque también se podían elaborar a cuatro aguas o a tres aguas, quedando destinadas generalmente las de un agua sola a las cocinas o fabricaciones para animales. Las juntas de los tablones podían ser impermeabilizadas con brea, al igual que los tanques de madera de tea, aparecidos con los pobladores de origen lusitano en el siglo XVI, de los que el ingeniero cremonés Leonardo Torriani (1560-1628) da referencias. El resto de los elementos de la construcción acentúan su gran sencillez, tablas lisas para el acabado de puertas y ventanas. En cuanto a estas soluciones constructivas, las casas de tablado con las paredes del piso superior de madera responden de manera notable en su tipología y semejanzas con los espigueiros portugueses estudiados por Fernando Galhano, siendo en estos también el principal material utilizado la madera, hecho que no es de extrañar dada la importante colonia de origen lusitano que arribo al norte de La Palma . Los muros de piedra se fabricaban normalmente de piedra seca —sin ningún tipo de argamasa—, la cual podía ser basáltica o tosca —un término utilizado para referirse a un estrato edáfico generado por la acumulación de piroclastos y su posterior aprehensión. Su compactibilidad pero su peso ligero frente a volúmenes similares de basalto y con una superficie endeble lo convierte en un material sencillo para su tallado en la construcción de piedras esquineras o de cabezotes fáciles de trabajar a golpe de hacha, que conformaban cadenas para reforzar la estructura, técnica de origen lusitano —. Ya en épocas más recientes las paredes de piedra eran rejuntadas con mortero de barro, o encaladas en su parte exterior con cal y arena, las cuales poseían un grosor en torno a los 60-80 cm. 

Entre las tipologías de las mismas se pueden clasificar, a grandes rasgos, en tres tipos. Primero la casa terrera de planta rectangular a nivel de suelo, paredes de piedra seca, cubiertas a dos aguas y cuatro de forma más excepcional. En estas estructuras los vanos son escasos, se limitan a la puerta de entrada, normalmente por los laterales y una o dos ventanas o postigos (pequeñas ventanas orientadas al norte que facilitaban la penetración del aire fresco para la ventilación) dependiendo del tamaño de la casa. El espacio interior de la vivienda podía dividirse a través de un tabique de madera como modo de separar los distintos usos, aunque muchas aparecen sin división interior, aprovechando para hacer esta construcción el tirante medianero. Otro elemento fundamental era el espacio para la alacena, que podía tener la conformación de ventana y se cerraba con dos hojas sencillas. La mayoría presentan el piso de sollado, aunque también las hay con el suelo empedrado o simplemente de tierra, y las paredes de piedra. Las paredes que conformaban los lados largos y el tabique de los techos a dos aguas alcanzaban sobre 1.80 m, como máximo. 

Sobre las paredes se colocaban los frechales (maderos de tea), y otro madero unía en altura los dos vértices del triángulo: la cumbrera, desde esta hacia los frechales se clavaban las tiseras. Entre los dos frechales largos, se colocaba a media altura del habitáculo un madero, el tirante. Para dar consistencia al techado se colocaban en las cuatro esquinas donde se unían los frechales los cuadrantes. En segundo lugar de esta clasificación estaría la casa de dos niveles normalmente de planta rectangular, con paredes de piedra seca, cubierta a dos, tres y cuatro aguas, las cuales se fabricaban aprovechando la pendiente del terreno, quedando las paredes posteriores y/o laterales apoyadas en el terreno, denominadas casas de arrimo o sorriba. La planta baja se destinaba (normalmente con un único hueco) para los animales o como almacén para los productos del campo: la lonja, ya fuese para productos alimenticios, o alimento verde para los animales. La planta alta se reserva para la vida de la familia dividida o no por un tabique de madera. La iluminación de la parte alta se consigue con un postigo de mayor o menor tamaño abierto en el testero del fondo. El acceso a la planta superior puede ser directamente desde el terreno o a través de la escalera exterior de piedra o madera. En tercer lugar el otro tipo lo constituyen las que presentan las paredes de madera también, normalmente a dos aguas, de un nivel o de dos, en que el piso superior es también de madera y en algunos siendo frecuente que presenten la planta baja abierta a modo de establo para el ganado. Esta última tipología es la que más similitudes guarda con los hórreos: «El acceso a la cámara se realiza a través de una escalera, el armazón del piso está constituido por vigas de madera, el pavimento es de madera, las paredes de madera de mampostería o sillarejo ». La cocina solía estar ubicada en espacios exteriores anexos a las viviendas, generalmente con cubierta a un agua, formada por un exiguo recinto donde se cobijaba la hoguera o el fogón junto con los útiles necesarios para la elaboración de los alimentos ; tanto por razones higiénicas como para evitar posibles incendios.

La zona donde más se conservan hoy en día mayor número de estas construcciones es en el barrio de Franceses —donde sus admirables y vetustos conjuntos de estas pintorescas arquitecturas merecerían la catalogación de Bien de Interés Cultural—, aunque en siglos pasados eran comunes en toda la mitad norte de la isla . El secular aislamiento que sufrió Garafía hasta los años 60 de la pasada centuria, hizo que se conservaran este tipo de viviendas con respecto a otras zonas de la isla. La gran proliferación de este tipo de viviendas en la zona de El Tablado, forjó que este pago se denominara con este término; pero su desaparición se consumó en el más trágico suceso acontecido en torno a San Antonio del Monte, el dantesco incendio declarado el 12 de Agosto de 1902. Al mediodía, en los montes del pago de El Tablado, llamaradas espantosas avivadas por el viento impetuoso de levante que reinaba, cabalgaron hasta la misma orilla del mar, devastando en pocas horas la práctica totalidad de los montes, viñedos y árboles frutales. Lo más lamentable fue la muerte dos personas carbonizadas, además de un número altísimo de heridos; se quemaron más 200 de cabezas de ganado, quedaron destruidas alrededor de 1.500 casas y pajeros colmados de cereales, papas, etc., y considerables cantidades de maderas de tea. La ermita de San Antonio del Monte, su santo patrón, y sus acompañantes en las hornacinas del desparecido retablo (por aquel entonces San Roque y San Bernardo), quedaron reducidos a cenizas, junto a la Casa de los Romeros. A partir de este momento las nuevas soluciones constructivas y la escasez de tea respecto a siglos anteriores, hicieron que los vecinos de El Tablado, optaran por otro tipo de materiales como la teja . 

A nivel turístico, este particular asentamiento de El Tablado, es atravesado por una de las etapas del sendero circular de gran recorrido (GR 130), antiguo Camino Real de la Costa y Medianías, que une Barlovento y Santo Domingo, atravesando lugares como: La Tosca, La Palmita, Barranco de la Vica, Gallegos, Barranco de Franceses, Los Machines y Barranco de los Hombres. Los paisajes lacrados o focalizados, determinados por esta red de profundos barrancos que surcan la orografía de cumbre a costa, unido a elementos visuales como la línea del horizonte marino, con la frecuente aparición de formas móviles creadas por las masas nubosas empujadas desde el Océano Atlántico por los Vientos Alisios; las pendientes de cumbre a costa con incomparables rincones que aportan carácter y conjuntos de añejos caseríos con solera hacen de esta zona un lugar de gran valor paisajístico, desde donde podemos admirar parte de los escarpados acantilados costeros de Garafía y Barlovento integrados dentro de la Reserva Natural Especial de Guelguén, costa cortada verticalmente. La ruta nos deleita con un medio, donde barrancos, vegetación, vestigios del pasado y extensos dominios del horizonte, se conjugan en cadenciosos escenarios.

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