El arte que brota de las raíces isleñas

Esther R. Medina / Esther R. Medina

No le interesa el dinero, lo que persigue realmente con sus obras de arte es que le hagan crecer como persona y que le ayuden a dar sentido a su existencia. Anselmo Gutiérrez (Santa Cruz de La Palma, 1960) confiesa que se siente “perdido” cuando no expresa su desbordante creatividad. “Es como si estuviera en el aire, como si no tuviera un lugar en el mundo”, ha señalado a LA PALMA AHORA este artista, de recias raíces isleñas, que expone hasta fin de mes en la sala 'Hay un mundo por conocer?La Palma' de La Molina Artesanía, en la capital, una serie de 11 esculturas de basalto palmero, madera de eucalipto y piedra de Gran Canaria. “Lo que importa es la creatividad, que tú, aunque vivas en precario, tengas capacidad para crear”, sostiene.

Anselmo, que perfeccionó su estilo y su técnica en la Escuela de Arte Manolo Blahnik, donde cursó el módulo superior de Artes Plásticas, entiende la expresión artística como “una forma de vida, una forma de entender el mundo; porque sin arte no hay mundo, todo es arte: la ropa, los zarcillos, las calles, la arquitectura, los paisajes, la poesía, el brillo de una piedra?Los humanos lo que hacemos en imitar a la naturaleza, que es la verdadera artista, el mejor taller del mundo”, asegura.

La fuente de inspiración de este artista es “la propia Isla”. “Nací en un entorno rural y adoro el campo, la tierra, los lagartos, las palmeras, los dragos? La escuela verdadera, la que despierta mi creatividad, es la Isla, y después aprendes la técnica con los profesores”, dice. A Anselmo le apasiona esculpir con la madera, y sobre todo con la piedra, porque, comenta, “es como si trabajaras con un trozo de eternidad; mi agradecimiento a la naturaleza es infinito, ella es quien nos da la materia prima, nosotros solo la pulimos”.

Este creador que vive fusionado con la naturaleza palmera, la que le ha marcado su estilo, tiene un discurso crítico con la situación en la que se encuentra su tierra. “En La Palma, además de los daños sociales colaterales, que son bastante brutos, no se tiene claro qué es lo que hay que proteger; existe mucha arquitectura que no encaja, y esta Isla se merece un trato especial solo por su geografía; debería de ser un jardín para el planeta, y por eso rechazo el turismo de masa y la costa llena de hoteles”.

Anselmo tuvo la gran suerte, cuando era un treintañero, de residir en Rotterdam durante cinco años. “Allí me encontré con otro mundo, con otros valores sociales; Holanda fue un país que me hizo crecer, artística y personalmente; a España la veía muy lejos, pero mi identidad isleña se reforzó”. En esta ciudad holandesa se inscribió como artista, un trámite obligatorio para exponer, y participó en muestras colectivas. En una de ellas, que congregó a más de un millar de creadores, le seleccionaron tres de los cinco dibujos que había presentado. “Expuse en el Museo de Rotterdam y colgué mis obras de tendencias isleñas, con la presencia de dragos, donde antes había estado expuesto un Picasso”, recuerda con emoción. Algunas de sus obras fueron adquiridas por las instituciones culturales de la ciudad y tuvo también la oportunidad de exponer en Utrecht y de tomar parte en una colectiva de 10 artistas españoles que se instaló en el Ministerio de Economía y Hacienda, en La Haya. “A la inauguración asistió la ministra, que estuvo media hora con cada artista preguntándonos qué mensaje habíamos querido transmitir en las obras; aquello fue una ceremonia preciosa, con música y flores, con un trato exquisito; yo realmente estaba alucinando”.

Es un artista entero, de los pies a la cabeza. “En mi taller trabajo en precario, y la labor es dura, de cincel y martillo, de máquinas, de polvo de piedras con el que arriesgo mi salud; el proceso no es fácil, pero merece la pena porque el resultado es bello y refinado, y me ayuda a crecer como persona, me centra, da sentido a mi vida”.

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