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Abre la boca y come, mamá

Elsa López

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Es la frase que muchos hijos han repetido durante años a una madre o a un padre enfermos de Alzheimer. Es la frase que repiten miles de personas que cuidan en sus casas a familiares que dependen de ellos. El enfermo abre la boca y come como un pajarillo. El enfermo entiende el lenguaje infantil de la cuchara que le ofreces. “Abre la boca y come, mamá”. Y sientes una ternura inmensa hacia esa pequeña criatura desvalida. Y el padre o la madre te miran y te dicen cosas tristes como “señora, ¡qué lata le doy, ¿verdad?”. Y no te atreves a decirle sí, papá, sí, mucha. Y sabes que estás sola, que nadie va a venir a solucionarte la situación; que las instituciones no funcionan como tú desearías y silencian a la gente que no tiene ni los medios ni los recursos para dar su visión del asunto.

Los que cuidan, callan. Un día y otro día. No es a ellos a quienes silencia la administración, es a su madre y a su padre, a todos esos seres aislados del mundo y de los suyos por una enfermedad que se extiende y ataca sin que podamos averiguar el porqué. “Abre la boca y come, mamá”. Como un grito, una alarma, una voz que arrastran después de miles de horas y horas de dedicación, de angustia, de miedo, de mala conciencia, de quiero y no puedo, de rabia contenida contra una sociedad que no mira de frente a sus enfermos y menos aún a aquellos que tienen cualquier tipo de demencia. El horror. Quienes han tenido en sus manos la vida de un ser humano dependiendo de ellas sabe de lo que hablo.

No asumimos la enfermedad y la enfermedad llega un día, ese día que el padre o la madre te mira desde una lejanía que no alcanzamos a descifrar y te dice sonriendo: “¿Y tú quién eres?”. Y ese día y los miles de días siguientes te sirven para comprender que no va a ser fácil; que si no puedes atenderlos como quisieras o no hay quién que te ayude a hacerlo, la carga llegará a ser insufrible; que todo puede acabar en locura compartida o en maltrato, y no porque el sueldo no dé para camas o para sillas o para medicamentos (que también), es que tu ánimo se va achicando, tus nervios saltan, la impaciencia, el ahogo, la fortaleza del espíritu se resquebraja, y comienzas a gritar, a no soportar las horas del día que son las mismas horas del enfermo que depende de ti. Al final serás tú la enferma, la que depende, la que sufre. “Abre la boca y come, mamá”. El último soplo de amor.

Elsa López.

Poeta y escritora

(Artículo publicado en el periódico La Opinión)La Opinión

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