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Bronce inmortal

Julio M. Marante

La muerte de un poeta se mide por la belleza o por la herida de los versos que fueron la pasión de su vida. Días pasados, sentado junto a la escultura en bronce recién inaugurada de Félix Francisco Casanova, obra del reconocido artista Fran Concepción, recordé con satisfacción el Encuentro de Escritores que lleva su nombre y cuya primera edición tuvo lugar en nuestra Isla. Aquel programa, tal vez sin pretenderlo, coincidió con los actos conmemorativos del 400 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, la efeméride más importante de esta década en el mundo literario. En mi intervención como Cronista Oficial de Breña Baja, en la jornada que tuvo lugar en dicha Villa, recuerdo que dije que la amnesia es un gran peligro si deseamos construir un futuro para nuestra cultura. El reto cultural, es decir, fomentar los recursos creativos de la cultura, entre ellos los de escribir, leer y pensar, resultan esenciales como elementos liberadores del individuo, en una sociedad como la nuestra, en la que resulta alarmante comprobar que, a pesar de haber escolarizado a su población en un grado máximo, el aprendizaje, los niveles de comprensión lectora y expresión escrita, no han sido los deseados. Recuperar la memoria del autor de El don de Vorace (Premio Benito Pérez Armas de narrativa) El Invernadero (Premio Julio Tovar de poesía) y La Memoria Olvidada entre otros libros, a través de una figura accesible, sentada como un estudiante habitual en los escalones de la Pérgola, debe invitar a los jóvenes a conocer su obra. Félix Francisco fue un amante de la música y la lectura: “Estos días oigo mucha música, mucha. Siempre estoy naciendo en la música, es inagotable mi sed y también su fuente es inagotable. Y me amansa y me derrama como un cántaro de sangre de montaña, y su amor me toca y soy lo más vulnerable a sus palabras, y mis heridas, mis llagas revenan como un árbol cortado, como el primer día en que amé o leí a Tagore”. La Literatura es una de las materias que más contribuyen al proceso de maduración de un adolescente; desarrolla su capacidad crítica y creadora, enriquece su saber lingüístico, aumenta el gusto por la lectura y abre puertas a nuevas experiencias.

No sé si es una realidad o, al menos, a mi me lo parece, pero, tal y como quería, Félix Francisco Casanova ha vuelto a casa: “La primera vez que bajé al valle me sorprendió que la yerba no fuese agua, tal como parecía desde la montaña. La segunda vez me defraudó comprobar que sus habitantes eran mudos, ya que no los oía desde la montaña. A la tercera vez comprendí / que ya nunca más subiría a la montaña”. Félix Francisco, gracias al Cabildo de La Palma que afrontó en buena medida el coste de la obra al Ayuntamiento capitalino y al hálito creador del artista Fran Concepción se ha quedado a pie de calle, en La Pérgola por la que de joven tantas veces pasó al bajar del Instituto. Ahí está, el joven maestro de la palabra cuya voz ha crecido con el tiempo, mirando al horizonte sin que exista separación alguna entre el genio y la gente común. Así, el poeta que se movía en medio de la duda:No quiero estar en un hospital, no quiero estar en un cementerio, no quiero estar en un hogar, no quiero estar en la calle. En la gran matriz del mundo no hay sitio para mí”. Por fin halló su sitio.

Creo que con esta escultura hemos sellado uno de tantos pactos con nuestra particular historia. La historia doméstica de una ciudad hilvanada de nombres y de hechos, de glorias pasadas y de calles con memoria. Así, Félix Francisco Casanova, con una aureola de leyenda, tiene su asiento en un rincón principal de Santa Cruz de La Palma, aunque estoy seguro de que, el que acaso sea, junto a Leopoldo María Panero, el más maldito de los poetas de su generación, desde el más allá no comparte tanto boato: “¿Y qué significan esas lápidas y estas partidas de nacimiento? si somos velos transparentes superponiéndonos, una maleta llena de hojas de mano en mano por un largo corredor”. El poeta era sencillo y contrario a cualquier ostentación, pero llegó a la inmortalidad por el camino más corto: morir antes de tiempo, siendo uno de los paradigmas de la lírica española del siglo XX. Su obra fue sublime hasta la muerte, pues quienes leen a Félix Francisco Casanova descubren que nunca ha muerto. Además, en su memoria la empresa propietaria y editora del periódico El Día y el Cabido de La Palma instituyeron para recordarlo el premio de poesía y narrativa que lleva su nombre y que este año alcanza la XLI edición. Ahora esa imagen en bronce que posiblemente descansa sobre su propia huella nos hace sentir el latido del poeta que, hasta en la angustia, fue siempre un canto.

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