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‘Cabiria’

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

Al llegar Federico Fellini y Magi a la altura de la Plaza de Santo Domingo, los chicos salían del instituto. Ella pensó en bajar por la Cuesta de Matías, él le preguntó que si no podían pasar por delante del edificio que tenían en frente, a la izquierda, el del Teatro Circo de Marte, en donde estrenaban ‘Cabiria’, una de sus películas. Cuando estaban pasando por enfrente de La Cosmológica, Fellini se detuvo, leyó el cartel que identifica al edificio y pensó: “En esta ciudad ha de haber ‘masonería”. Siguieron caminando, y al llegar a las escaleras de la Plaza de España bajaron hasta la estatua del Señor Díaz; vio el pelícano, y se le vinieron otra vez a la cabeza más pensamientos sobre la masonería. Exclamó para el lugar desde donde mismo venían sus pensamientos: “¡Un monumento a un sacerdote masón!”. Llegaron al Hotel Patria con la poca luz que desprendían las farolas de la calle. Magi le dijo que no se podía quedar a cenar con él, porque trabajaba en la casa de una familia, y que ya era hora de estar en la casa de nuevo. Él le respondió que se volverían a ver. Le dio las gracias, tres besos y un billete de quinientas pesetas.

Lo despertaron las campanas de la parroquia de El Salvador llamando para la misa de las ocho, pero siguió durmiendo hasta el mediodía. Decidió no ir ese día a misa. Bajó a la recepción y preguntó que dónde podría comprar flores. Le dijeron que en La Recova. Después de comprar en La Recova fue a desayunar en un kiosco que había en frente, lo llamaban, el Kiosco de Garrafón. Después del desayuno se tomó tres cervecitas. Invitó a los que lo saludaban a lo que quisieran tomar. Pidió la cuenta, dejó propina y se fue con el ramo de flores y el jarrón al monumento de la Plaza de España. Se subió al muro del chorrito de la plaza, llenó de agua el jarrón, y lo fue a colocar con las flores dentro en el monumento al Señor Díaz, en la parte en donde está el pelícano, el único animal que con el pico se saca la comida de su vientre para dársela a sus hijos: pura simbología masónica. Cerró los ojos, hizo la señal de la cruz, y rezó. Cuando acabó de rezar, pensó en los tres ideales básicos de la masonería: ‘igualdad, libertad y fraternidad’, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Sintió que tenía a alguien cerca. Volvió a abrir los ojos, aunque no le apetecía. Tenía un policía armada de uniforme -luego se enteraría de que lo llamaban ‘El Chupa Sangre’- al lado, que le preguntaba por sus papeles. Federico se los dio. “¿Italiano?. Los fascistas italianos nos ayudaron mucho durante la Guerra Civil, cuando acabamos con todos los comunistas y masones que había en este país. Italia era un gran país. Ahora es una democracia decadente. ¿No será usted demócrata, comunista o masón?”. Fellini le contestó que él solamente le estaba rezando a un sacerdote que tiene un monumento en el centro de la Plaza de España de esta ciudad. “¡Por eso, por eso!”, le gritaba ‘El Chupa Sangre’ con las venas encendidas. ¡No me dirá usted que no sabe que este cura era masón, y que usted no lo es tampoco! ¡Yo los huelo! ¡Me quedo con su documentación! ¡Pase usted por la mañana por la Delegación del Gobierno a las doce en punto, y pregunte por el Señor Delegado!“.

Fellini quiso llegar a La Alameda. Vio a Magi en la ventana de la casa en la que trabaja –ella también se dio cuenta de él-, le dijo que preguntase en la casa si podía entrar a hablar con el señor. Magi bajó las escaleras para recibirlo y subió con él. El señor lo saludó por su nombre y no paró de hablarle del conocimiento que tenía sobre sus películas; le dijo que ayer, precisamente, había ido con la madre al Circo de Marte a ver ‘Cabiria’. “De eso venía a hablarle, bueno, en parte, de que quería invitar esta tarde a Magi a ver ‘Cabiria’, y luego ir con ella a cenar”. Al Señor no le molestó la idea, le dijo que no había ningún problema, que él se encargaba de darle de cenar a su madre. Fellini le dio las gracias y le dijo que iba a estar unos cuantos días más, que otro día vendría a traerle unas fotos y un libro sobre sus rodajes. Magi lo acompañó hasta la puerta de la calle, Fellini se despidió con tres besos y le dijo que a las seis de la tarde vendría a buscarla en un taxi. En el cine se sentaron en una de las últimas filas del lado derecho. En la misma fila, pero en el lado izquierdo, estaba sentada una amiga de Magi, ‘La Mistola’. Estuvieron hablando un rato, después de haberle presentado a Fellini, le comentó que era italiano y el director de la película que iban a ver, que la protagonista era su mujer, Giullieta Massina. ‘La Mistola’ miró a Fellini y puso más cara de celuloide. Fellini estaba hablándole a Magi de que ‘La Mistola’ tenía grandes dotes de actriz cuando resonó por detrás de ellos unos pasos en el piso de madera (que por cierto ‘La Mistola’ era quien los mantenía limpios, solo con jabón Mistol), que les hicieron desviar la mirada y ver a un señor de sombrero con una gabardina llena de hebillas y botones, que vino a sentarse al lado de ‘La Mistola’. Fellini pensó: “¡Vaya, Eddie Constantine en rubio y ojos azules!”. Se apagaron las luces, corrieron las cortinas y empezó el ‘Nodo’’. A los pocos segundo retumbó en todo el cine, como cuando el pedo de Cafrune, el sonido de una gran cachetada. Eddie Constantine, acostumbrado a actuar, para salvar su situación se levantó del asiento con la mano en rojo de ‘La Mistola’ marcándole la cara. Se volvieron a sentir las pisadas de sus botines, salió de la fila, le dirigió una mirada feroz y aireando su mano pretendidamente golpeadora – era lo que él quería dar a entender –, le recriminó en voz para que la oyera todo el cine: “¡Esto te pasa por ser puta, y tocar a los hombres!”. Los taconazos de Eddie Constantine se siguieron escuchando hasta que llegó a la Plaza de Santo Domingo a fumarse un cigarro. Magi le comentó a ‘La Mistola’ que se viniera a sentar con ellos. Se rodaron un asiento y Fellini parecía un astro rey cortejado por dos diosas; tomó la mano izquierda de Magi, la derecha de ‘La Mistola’, que aun prendía y humeaba, y así iban entrando por sus retinas las imágenes de ‘Cabiria’, gracias a la pericia de Arcadio, el veterano proyeccionista, y a aquellas antiguas máquinas de ilusión que funcionaban con barras de cobalto.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior

Las Cosas Buenas de Miguel

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