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‘Cabiria’, la mujer con el alma pisoteada

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

 

Todos los fotogramas de ‘Cabiria’ se sucedieron en la pantalla del Circo de Marte sin sobresalto, como solía ocurrir con aquellas chaladas y antiguas máquinas de ilusión; lo hicieron ordenadamente, uno detrás de otro. Las barras de cobalto estuvieron siempre a la misma distancia, entonces no hubo variaciones  en la intensidad de la luz en la pantalla; no se atascó la cruz de malta, entonces no hubo que parar la proyección y darle un tajo al celuloide, raspar con las tijeras cada extremo para luego injertarlo con  acetona. Aquellas películas no se veían de un tirón, había un descanso entre medio. En él, Fellini llevó a sus dos diosas palmeras a la cantina y las invitó a tomar una botella de Cava Llopart Brut Nature. El comentario en la cantina no era otro que las risas curtidas por el cachetón de La Mistola a Eddie Constantine. Ella sonreía mientras  tomaba el cava con la mano izquierda, picaba de ojo, y movía su mano derecha con expresión de decir que todavía le dolía. Al tercer timbrazo la botella estaba vacía y continuaron viendo la película con la misma inocencia que tres niños juegan con el primer charco de agua que les regala las primeras lluvias del otoño a su pobreza. 

Cabiria es una prostituta de las que trabaja en la calle, a escondidas de la policía, que no tiene suerte en la vida. La película comienza con una escena donde Cabiria con su chulo, Jorge, pasea por un prado y se dirigen al río; cuando llegan al borde del río, Jorge le arranca el bolso de la mano, y la tira al agua. Cabiria salva la vida gracias a unos niños que se lanzan al río a socorrerla. Esa noche va a su lugar de trabajo, no se halla en él, y se da una vuelta por las calles del centro de Roma. Cuando pasea por delante de un club nocturno, sale de él  una pareja discutiendo, ella se va por su lado y él se mete en el coche, arranca y se da cuenta de que Cabiria está en la acera, que había visto la pelea, y la invita a subir al coche e ir a tomar una copa a otro club nocturno. Después del club nocturno la invita a su casa. Cabiria, que no hace ni veinticuatro horas que la había querido matar su chulo, Jorge, vuelve a empezar a soñar con que su vida puede cambiar, un hombre, un hogar. Él es Alberto, un famoso actor de cine que tiene una mansión imperial. Se presenta inesperadamente su novia en la casa, con la que había reñido unas horas antes, y Cabiria tiene que esconderse y salir de la casa cuando la novia estuviese dormida. Hay una romería cerca de donde vive Cabiria. Cabiria va en peregrinación y le pide a  la Santa que haga  que cambie su vida. Aparece en su vida Óscar. Sigue confiando en los hombres. ¡La verdad es que no dejó de hacerlo nunca! Cabiria vende la casa, saca los ahorros del banco y va a dar con Óscar, que solo quiere su dinero y que termina, por lástima, no matándola.

Salieron del cine y se dirigieron a la Cuesta de Matías. Al llegar a la altura de la Plaza de Santo Domingo, en el rincón del cuadrilátero de La Plaza que da para el Circo, estaba Eddie Constantine fumando un cigarro Águila Blanca entre más de medio centenar de colillas en el suelo, alrededor de sus botines negros. Doblaron la esquina de Matías, empezaron a bajar escalones y vieron cómo en la puerta de la entrada de la fábrica de fideos en la que trabajaba Valdomero estaba Eddie Constantine fumando Águila Blanca. Eddie tenía una técnica  que solo han conseguido llegar a ella muy pocos policías, seguir al objetivo por delante, no como lo hace cualquier poli, por detrás. Al llegar a la Calle Real, después de tanto bajar escalones, torcieron a mano derecha. Constantine estaba en una de las puertas de la Zapatería La Campana fumando Águila Blanca. Así hasta llegar al Bar Costa Azul en la Avenida Marítima, en la acera en donde aparcaban  las guaguas de María Santos Pérez. Si, si, se que lo sabéis, que Eddie estaba apoyado en la barra del Bar Azul fumando Águila Blanca y bebiendo Mibal Roble con un plato de camarones al lado, con sus mismos botines negros, gabardina y sombrero, esperando, como un halcón rubio a su presa. Él no es un detective cualquiera. 

Fellini pidió una botella de Mibal Roble y tres copas. Les preguntó a ellas qué querían cenar y le dijeron que camarones y caballas  asadas con ensalada, papas arrugadas y mojo verde. Les preguntó por la película. La Mistola dijo que hablaría después del primer vaso de vino, cuando se pusiera un poco más contentita, que no había parado de llorar durante toda la película, y Magi asintió. Bebieron aquella primera copa de  vino callados, paladeándola y mirándose cada vez con más confianza entre ellos. Cuando sirvieron los camarones las tres copas de vino estaban vacías, Fellini las rellenó y pidió otra botella más. Magi empezó a hablar, viendo que La Mistola estaba todavía intentando contener las lágrimas de la película,  diciendo que ella piensa que todas las amigas que tiene, prostitutas, en el fondo lo que quieren es lo mismo que Cabiria, que les cambie la vida, que no les sigan pisando el alma,  que las quiera un hombre, vivir para él, pero que ese hombre no aparece, y que si lo hace, llega siempre cuando el corazón ya no les da para querer; dijo que ella no es así, que a ella un hombre solo no le puede dar todo lo que necesita, necesita otro después, y otro. El camarero trajo la otra botella de Mibal Roble, rellenó las copas que volvían a estar vacías y preguntó si querían mas camarones, o les iba pidiendo las caballas con lo demás. Fellini quiso repetir camarones y ellas asintieron riéndose. Le dijeron a coro: “No sabes cómo te vas a poner esta noche, te vamos a tener que socorrer”.  Magi siguió diciendo que ella no había cobrado nunca por el sexo, pero que sabía que iba a terminar haciéndolo (Se echó a reír para adentro. “¿Cobrar por algo que me guste? (¡Pues  bueno! ), y que acabaría largándose de la Isla. Fellini le comentó que una ciudad que le vendría muy bien a ella sería Roma. Llegaron los camarones y La Mistola rompió su silencio, les habló de que ella sí podría ser mujer de un hombre, y que se identificaba con Cabiria, a la que ni la vida le cambia, ni le aparece ese hombre al que tanto espera; y que para poder llegar a fin de mes y dar de comer a sus hijos tenía que hacer muchos favores sexuales en esta ciudad tan hipócrita. Llegó el segundo plato y la tercera botella de Mibal Roble. Les rellenaron las copas, las vaciaron casi de un sorbo, se rieron un buen rato. Fellini sirvió de nuevo y pidió otra botella de Mibal Roble.

Eddie Constantine se acercó a la mesa de manera muy educada. Se presentó como detective privado y preguntó que si no les importaba que se sentase a la mesa, no como detective, si no como amigo. Fellini le contestó que como quisiera La Mistola. La Mistola le respondió que ella  tenía la mano derecha caliente todavía, y que aún le dolía, y que él todavía tenía el cachete colorado con la marca de su mano, que si él se volvía a pasar, ella sabía en donde tenía él el otro cachete para emparejárselo con la mano izquierda, que la tenía fresquita; que se sentase si quería, pero que se estuviese con las manos quietitas, que en esa mesa estaban sentadas personas muy serias. Magi y Fellini la miraron, sonrieron, y le dieron un besito volado. 

 

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel

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