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Chanchiri Fo

Miguel Jiménez Amaro

No es un nombre o una palabra del chino mandarín, tampoco un mantra tibetano, es el nombre de la canción, en un inglés explosivo, carcajeante, inventado por él mismo, que siempre cantaba cuando pillaba una guitarra y los que estábamos a su alrededor nos dejábamos contagiar, invadir, por esa sana alegría suya. También pasó a ser el nombre propio con el que lo bautizamos a él, un nombre que andaba mas de acuerdo con quien era, un vacilonista, el de más clase que he conocido, y que lo fue, en su corta vida, desde la infancia, de cuando son estos recuerdos. Para los amigos, y él siempre fue un amigo de los buenos, él debutó en nuestras vidas como Chanchiri Fo.

Contaba un chiste que yo lo llevo contando como unos cincuenta años, y siempre que lo hago, me rio como la primera vez que se lo oí a él, y le veo al mismo tiempo, con su cara de ojos azules. Iban dos locos en un tren, uno le dice al otro: “¿Te has dado cuenta lo rápido que van los árboles?”. El otro le contesta: “Sí, a la vuelta hacemos el regreso en árboles”. El vivió toda su vida desplazándose en árboles, no en trenes, porque como los locos del chiste, descubrió que los árboles se mueven más rápido, y que llevan vagones de pasajeros dentro de ellos, descubrió el vacilón.

Para vacilar no tenía porque necesitar de alguien. Lo podía hacer solo. Una vez, en un preludio carnavalero, llegó a clase en el instituto, con el profesor más rígido, disfrazado, empolvado y con un puro, para sorpresa de todos ¡Hasta los profesores mas autoritarios e intransigentes le reconocían su sentido del humor que nunca faltaba al respeto!

¿Una vida de veinte años podríamos decir que es una vida corta? Sí, sobre todo para unos padres, unos hermanos, la familia; a los amigos también nos pareció corta; pero la llevó sonriendo, vacilando. Reímos mucho juntos. De esos pocos años tengo muchos recuerdos, muchos de ellos también con otro amigo, con el que la vida tampoco fue muy generosa, en lo que acontece a los años, pero que también los vivió intensamente.

Entrando en nuestra adolescencia campeaba una señora, bella como una india nativa, por Santa Cruz de La Palma, que ponía por las noches a los hombres en fila, a su voluntad, aunque ellos creían que era al contrario, en el Jardín de Las Monjas, en los prismas de Las Explanadas, en el Campo de Deportes del Instituto y en el Callejón de Reyes. Las colas no eran como las de Los Enanos de la Bajada de La Virgen, pero más o menos.

Subíamos una noche los tres amigos a la Escuela de Artes y Oficios, y de pronto vimos que nos estábamos cruzando con ella, que venía del Campo de Deportes de pasar revista a sus filas y con un hombre del brazo, que no era de los de aquí. Era guapa, más de la cuenta; mas me percaté de ello en aquel momento; vuelvo a decir. Chanchiri Fo, que tenía unos reflejos como nadie, también le gustaba llamarse Ufarte, jugador de su equipo de fútbol, el Atlético de Bilbao, y de la selección, le dijo que nos pasase revista a nosotros tres también. Ella, igual de rápido, le contestó que no, que la debíamos de tener chica todavía. Chanchiri no se calló, le espetó veloz con la misma: “Pues hazlo con la de los tres juntas y al mismo tiempo”. ¡Parecía de puntos cubanos la cosa! Ella rió a carcajadas, también tenía buen sentido del humor, su acompañante, que resultó ser Federico Fellini, hizo lo mismo, aunque en italiano. ¿Quién no reía con Chanchiri?

Federico Fellini, director de cine italiano, creador de películas como Ocho y Medio, La Dolce Vita, El Satiricón, Giullieta de Los Espiritus, Roma y Amarcord, entre otras, había venido a pasar unos días a la Isla. Se estaba quedando en el Hotel Patria; por casualidad vio una de esas largas colas de las que escuchaba hablar desayunando en la pérgola del viejo Bar La Palma; esperó a que ella acabase con el último jabato, y se le presentó. Él encontró en La Palma su personaje más felliniano, la más portentosa mujer de sus películas; ella, un billete a las calles de Roma, las de la Isla se le estaban haciendo chicas. Muchos años después ella se fue a las calles de Cádiz, en esta ciudad le detectaron una enfermedad incurable, que se la estaba tragando, y quiso venir a morir al que fuera su hogar. Por casualidad, también, ella y Fellini murieron en el mismo día y año.

Cuando les enseñó la Isla a personas de fuera, me comentan que las carreteras tienen muchas curvas. Yo les respondo con otro chiste de Chanchiri, les digo, sonriéndome, que sí, que eso es porque aquí, de toda la vida, se pagan las carreteras por curvas. Esto otro, no se los suelo decir, que a este amigo mío, o nuestro, una curva le llevó la vida. A mi otro amigo de infancia y adolescencia, veinticinco años después, también joven, en otro aciago accidente, medio metro de agua del mar se llevó la de él. Ambos tuvieron buen sentido del humor, yo, que estoy recién llegado a los sesenta, no quisiera perderlo nunca. El recuerdo de ellos me ayuda a seguir viajando en el vagón que hay dentro de los árboles, como los locos del chiste de Chanchiri Fo, me ayuda a seguir viviendo, vacilando.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel  

 

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