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Constantine, la caída de una bicicleta

Miguel Jiménez Amaro

Constantine, después de haber esposado al asesino del Plus Ultra, sin habérsele siquiera alterado el halo de la respiración y el pálpito cardiaco, le dijo a Sacrán que llamase él mismo a la Policía para que se llevase a aquella basura. Constantine caminó con pasos alados hasta la mesa de Fellini, donde lo estaban esperando con una copa de cava Llopart servida. Su temple era el de permanecer como si no hubiese ocurrido nada. Manolo le dijo: “Antonio, yo pienso que este ha sido tu mejor caso”. Todos se miraron preguntándose: “¿Antonio?”. Constantine no pudo evitar por esta vez dejar escapar de su rostro una tenue sonrisa. “Antonio es solo para los amigos que de niños jugábamos juntos al boliche en la calle”, regañó. “Manolo, el mejor caso es el que está aún por venir”, sentenció. Y los volvió a dejar a todos ellos en el misterio.

Constantine es el detective de los casos misteriosos, y los resuelve todos con perseverancia e intuición. La suya, un sexto sentido que se le abrió tras una caída en bicicleta desde La Portada hasta la Carretera del Cementerio. Estuvo inconsciente varios días, cuando se despertó, sin saberse por qué se conocía todas las canciones de Antonio Molina, y cantaba como él. Vino un teatro ambulante a la ciudad, que se instaló en donde hoy está el Cabildo. Todas las noches el teatro pedía voluntarios para subirse al escenario. Constantine subió todas ellas. Sorprendió a la ciudad cantando a lo Antonio Molina, no se notaba la diferencia. Después del éxito de su primera noche en las bambalinas empezó a soñar con que su vida iba a discurrir entre candilejas, imitando a Molina, hasta un día cantar junto con él. Unos pocos días antes de salir el barco, con la compañía de teatro, Pololo se llamaba, había ocurrido el secuestro de un niño. Las familias estaban atemorizadas, no dejaban ir a sus hijos al colegio. Constantine volvió a quedar inconsciente, como cuando cayó de la bicicleta, pero esta vez sin haber habido accidente alguno, y solo por un par de horas. Cuando despertó, fue a la Comisaría de Policía, dijo que él sabía en dónde estaba el niño secuestrado y quién lo había hecho, Armandito El Loco. La policía lo acompañó, y él los llevó hasta el secuestrador y el niño rehén.

Aquella era la última función del Teatro Pololo, vino gente hasta de los campos. Antonio subió al escenario para despedirse de la ciudad en la que él había nacido. Empezó a sonar la música de su canción, pero no se acordaba de la letra; le trajeron un cancionero y no pudo articular palabra. Pidió disculpas al público y a sus paisanos que habían cubierto el teatro, y su carrera musical terminó antes que empezase, antes de que saliese el Plus Ultra.

Al llegar a su casa estuvo una semana entera durmiendo. En sueños descubrió otra vez la técnica para cantar como Antonio Molina, y la de descubrir misterios, que él la derivó a los misterios policiacos. En aquellos sueños se vio con su gabardina de muchos botones y hebillas, sus botines negros, envuelto en el halo de humo de sus cigarrillos rubios Águila Blanca, pero que al contrario que otros detectives, sin gafas oscuras y sombrero. Preguntó a sus instructores en la otra realidad el porqué, y le respondieron que sus ojos azules y el pelo rubio no se podrían cubrir, porque entonces perdería toda la técnica y poder que se le había transmitido. Cuando despertó, a la semana justa, de aquel estado onírico, el Teatro Pololo ya estaba en Cádiz, decidió no volver a ser mas Antonio Molina, y quiso ser Edie Constantine, El Áureo Detective.

Constantine, después de haberse tomado algunas copas de Llopart, el cuerpo se lo pedía, le dijo a Fellini que si podía salir con él a dar un paseo por el muelle. Fellini miró a Gunther, que le dijo que no había ningún problema, que él se encontraba muy bien acompañado. Ninnette le empezó a tirar las cartas a Gunther; Lissette hizo lo mismo con Manolo; y El Chivato Tántrico y Miguel conversaban. Ninnette, sorprendida de lo que arrojaban los naipes de Gunther, con disimulo, bromas y risas, atrajo al Chivato y a Lissette a que mirasen los arcanos que le salían al austriaco.

Mientras, Constantine y Fellini paseaban por un costado del muelle, habían pasado ya las tres mesetas y el Plus Ultra atracado. Constantine, a esa altura del muelle ya le había contado a Fellini la historia que habéis leído hace un momento, de cómo se le habían despertado sus dones sobrenaturales. Por el otro costado del muelle jabatos y aprendices sexuales se dirigían hacia la vieja grúa, una especie de catedral con ruedas, de hierro y cables de acero que dormía en la punta del muelle. Llegó por equivocación a la Isla, y se quedó, cumpliendo entre otras la función de picadero, hasta ser enterrada en el mar, en donde duerme y sueña de otra manera. Constantine miró a Fellini y le dijo: “¿No sientes los cantos de sirena de Magi desde la grúa?”. Fellini sonrió y afirmó con su cabeza: “Esta mujer no para”. En la punta del muelle se encontraron con Cipriano, que estaba pescando. Cipriano les comentó que Otto estaba al llegar, que si querían venirse con él a tomarse unas cervezas heladas en Hamburgo; que desde hacía mucho tiempo lo venía a buscar un submarino todas las lunas llenas, llegaban a la ciudad alemana en muy poco tiempo, se iba de cervezas con Otto, el capitán del submarino, y la tripulación, de la que era íntimo amigo, y luego lo volvían a dejar en la punta del muelle antes del amanecer. Constantine respondió por los dos diciéndole que en esa luna llena no, que quizá en la próxima. Llegó el submarino alemán. Cipriano, que ya hablaba el idioma de tanto ir y venir a Hamburgo, se despidió sonriendo y hablando en alemán. Constantine le dio las gracias a Cipriano y le recordó que no se olvidase de traerle la caja de cerveza de costumbre, y que se la dejase en El Quitapenas.

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