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Constantine, un hombre con el corazón despellejado

Miguel Jiménez Amaro

En la barra del Kiosco de Garrafón, El Chivato Tántrico, con su mirada de chivato, escanea al Inductor y al Asesino. Ninnette y Lissette les leen las manos. Los tres se hacen a un lado de la barra y comentan entre ellos que todo lo que augura Constantine  cada vez se va haciendo más y más cierto. 

Manolo Garrafón, que ya sabe que Fellini es un director de cine, famoso e italiano, se acerca a él para comentarle que tiene un hijo, el mayor, Manolo como él, que quiere ser actor de cine, que se quiere ir a Madrid, y que incluso ya tiene nombre artístico, Mikell Norell; le dice, señalándolo, que es el que está dentro de la cocina con la ropa de camarero cantando  a la lima y al limón; Fellini lo observa, y le responde que tiene planta de actor, que está poseído por un aire con Dick Bogarde, que por qué no va a Roma en vez de a Madrid, que Maguisa irá a hacer unas pruebas en los estudios en los que él trabaja, que podrían ir ellos dos juntos, pero que esto tendría que ser cuando él regresase a Italia. 

Juntaron las mesas y los nueve se sentaron. Dejaron atrás el Cava Integral de Llopart, y prefirieron cambiar a tinto, Mibal Roble, un Ribera del Duero, con muchísimo pedigree, de Roa, Burgos, del 2013 con diez  meses de barrica. 

Constantine daba la impresión de estar ido, en otro sitio, y empezó a hablar como haciendo un acto de contrición. Soltó por la boca lo que llevaba rumiando desde la salida de Las Cosas Buenas de Miguel, hasta donde se encontraban ahora mismo, de los militares de la OAS deportados por De Gaulle, que ya estaban alojados en el Mayantigo. Dijo que en el hotel se empezaría a fraguar el atentado más famoso contra el presidente y general  francés, pero que él estaba alejado del mundo de la política, que eso no le interesaba; contó que se fugarían, y que en la huida, una señorita, de las más guapas de Santa Cruz de La Palma, se iría con uno de ellos, con Michel. A Constantine le estaba cambiando la voz, y sus ojos empezaban a comportarse lagrimosos. Pidió un par de botellas más de Mibal Roble, encendió un Águila Blanca con otro, y siguió hablando de que tanto estar esperando por ella, para que así, de esta manera, se la lleve un gabacho. Le corrieron unas lágrimas por la cara, y terminó diciendo, amargamente, que para que servía averiguar casos del futuro, si el futuro no se podía cambiar. Y Constantine lloró. 

Ninnette y Lissette, cada una sentadas al lado de Constantine, le cogieron las manos y le dijeron que el amor era así, que unas veces estaba en un lugar, y que otras en otro; que no se apenase, porque iba a tener un gran amor, mejor dicho, varios amores, pese a que con su gabardina de tantos botones y hebillas, sus botines negros, sus interminables Águila Blanca, quiera dar la impresión de que no tiene corazón, o que lo quiere esconder. “Sí lo tengo, pero despellejado, que es cuando más  sientes al corazón”, procuró decir. 

La escena que acababa de rodarse obligó a pedir otras dos botellas de Mibal Roble, porque la mesa, que ocupaba toda la terraza, quedó muda, como en las grandes escenas de las películas. Fellini, nuestro hombre de cine, era el que más callaba, y se decía para dentro: “Aquí está naciendo un gran actor”. Mikell Norell, que estaba sirviendo el primer plato, queso asado con dos mojos, miró a Fellini con mirada de estarle descubriendo su pensamiento, que compartía con él. Fellini le hizo un gesto de complicidad. 

Manolo rompió aquella mudez, que casi los estaba atragantando. Le habló a Constantine desde su gran corazón, llamándolo por su nombre de la época del boliche: “Antonio, tú tenías posibilidades con esa chiquita, yo hasta pienso que ella se fijaba en ti, cuando la seguías hasta La Palmita, y luego la ibas a esperar a la salida del colegio, para acompañarla a distancia hasta su casa, pero nunca le dijiste algo. Yo creo que cuando te hiciste Constantine, la primera vez que te vio con esa manera de vestir, que no te la cambias ni en el verano, ella te cogió miedo. Constantine le respondió que quizás equivocó la carrera, que debió de seguir la de cantante, pese a lo que le ocurrió la última noche en el Teatro de Pololo, pues como habían visto todos ellos hoy, podía haber seguido cantando, y así, haber podido ganar el amor de la colegial. 

Fellini quiso intervenir en la conversación añadiendo que Constantine además de llevar un sobrenatural detective dentro de sí mismo, y de un cantante, que todavía lo haría mejor que Antonio Molina, llevaba un cacho actor en su interior, como este otro señor que les trae el  segundo plato, tollos con salsa de almendras y pasas, que ya tiene nombre artístico, Mikell Norell, y que va a ir con Maguisa a Roma, para hacer  unas pruebas. Comentó que Constantine tenía caché de galán, pero que aquella vestimenta no le sentaba para enamorar; que se rendirán  muchas mujeres ante  él, y que se escribirán todas sus historias de amor en todas las lenguas habladas del mundo. 

Mikell Norell trajo el tercer plato, lengua mechada, y dos botellas mas de Mibal Roble. En ese momento pasaba el Land Rover descapotable de la Policía Nacional con el Chupasangre dentro y un detenido que abanaba, como hacía Acidalia cuando la manifestación,  a las personas que estaban en la calle, el Bamballo Degenerado, que después de haber recibido la paliza que le propinó Antonito Tostonera, fue a violar a la hija de Lolita. Esta imagen hizo olvidar a Constantine su frustración amorosa, y se centró en lo que habían venido a hacer en el Kiosco de Garrafón, con El Inductor y El Asesino.        

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