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La Cucaracha (II): una necrópolis única

Felipe Jorge Pais Pais

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Las hipótesis que se habían planteado sobre la presencia de restos óseos humanos quemados en la necrópolis de La Cucaracha saltaron por los aires merced a una serie de coincidencias afortunadas. Para comprender este cambio de postura hemos de trasladarnos hasta 1996 durante una entrevista radiofónica Cadena Ser de La Palma. En ese programa, que versaba sobre la recién terminada Carta Arqueológica de Villa de Mazo y Fuencaliente, comentábamos como uno de los rasgos más interesantes y, al mismo tiempo, inexplicables era la presencia de los grabados rupestres del Roque Teneguía, así como un grupo de poblados de cabañas en la zona de Llanos Negros, junto a las faldas occidentales del gigantesco Volcán de San Antonio. Estos yacimientos arqueológicos tendrían que haber sido destruidos o sepultados por esa erupción, acaecida en 1677. Al terminar la alocución nos dijeron que había alguien en la emisora de Tenerife que había oído nuestros comentarios, con los que estaba de acuerdo, y que le gustaría compartir impresiones sobre esta cuestión. Se trataba del vulcanólogo Juan Carlos Carracedo, quien llevaba años defendiendo que la erupción histórica del San Antonio se sobrepuso a una mucho más antigua, lo cual “casaba” perfectamente con las referencias escritas que se conservaban sobre la escasa entidad y la corta duración del volcán de 1677 cuyas lavas, por otra parte, sepultaron, además de la Fuente Santa, la base del roque de fonolita sobre el que los benahoaritas labraron 85 paneles de preciosos grabados rupestres de tipo geométrico. La colaboración entre dos disciplinas científicas como la arqueología y la vulcanología, aparentemente con escasos puntos en común, sirvió para corregir unos datos firmemente aceptados por todos los especialistas. Estas teorías fueron presentadas a un congreso celebrado en Londres el 28 y 29 de abril de 1997 (CARRACEDO, J. C.; DAY, S.; GUILLOU, H.; RODRÍGUEZ BADIOLA, E. y PAIS PAIS. J.: Revision of the site and the eruptive history of the 1677 eruption of La Palma, Canary Islands, by across-analysis of contemporary accounts and detailed geological observations, “Actas del Volcanoes, Earthquakes and Archaeology”, (Londres), 1997“Actas del Volcanoes, Earthquakes and Archaeology”)

A partir de esa fecha mantuvimos una estrecha relación con Juan Carlos Carracedo, a quien acompañamos en diversos recorridos por la isla durante sus trabajos de campo para la elaboración del Mapa Geológico de La Palma. Así mismo, no pudimos culminar un trabajo similar al del Volcán de San Antonio en la zona del Lomo de Los Búcaros donde existe un tubo volcánico con restos arqueológicos en su interior en una zona que supuestamente fue cubierta por la lavas del Volcán Martín en 1646. En realidad, se trata de un área antigua que fue rodeada por varios ramales de las coladas de este último volcán. Sin embargo, los frutos más espectaculares de esta colaboración están directamente relacionados con la necrópolis de La Cucaracha, en la cara meridional de la Montaña de Las Tabaibas (Villa de Mazo), cuya importancia e interés estaban a punto de sufrir un vuelco espectacular casi cuarenta años después de las primeras excavaciones.

El 17 de junio de 1997 realizamos una visita a la zona conocida como Caldera del Pocito o Montaña de La Arena, siendo acompañados por los geólogos Juan Carlos Carracedo (Estación Volcanológica de Canarias, CSIC) y Simon J. Day (University College, Londres). Este último se ha hecho famoso a nivel mundial al catalogar a La Palma como la isla más peligrosa del mundo y todo ello sin que los palmeros hayamos hecho nada para merecer tan ‘alto honor’. Este gran peñasco, la antigua Benahoare, será el responsable, poco más o menos, de la desaparición de la raza humana merced al desplome de una parte del suroeste de la isla, cuya caída en el mar generará un tsunami gigantesco que recorrerá y arrasará buena parte del mundo y, como no podía ser de otra manera, se cebará especialmente en la costa atlántica de Estados Unidos. En las laderas interiores del cráter de la Montaña de La Arena creíamos, erróneamente, que los benahoaritas se establecieron en cuevas y cabañas que fueron sepultadas por una erupción volcánica y que, posteriormente, volvieron a reocupar. No obstante, según los geólogos, lo único que había ocurrido fue un desplome de parte de los riscos que afectó a un sector del poblado. Por tanto, y como suele decir el dicho popular: “Nuestro gozo en un pozo”.

Claro que también existe otro refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga.” Y decimos esto porque, tras reponernos de la desilusión anterior, y dada la proximidad de la necrópolis de La Cucaracha, decidimos mostrarle este yacimiento a nuestros acompañantes. Durante el trayecto, apenas unos 300 metros, les fuimos comentando la polémica existente entre los arqueólogos sobre la práctica o no de la cremación entre los benahoaritas. En el epicentro de estas discusiones se encontraban los huesos quemados de La Cucaracha donde, al encontrarse algunos huesos recubiertos de lava, se pensaba en una combustión natural provocada por una erupción volcánica que se había producido en los alrededores. Sin embargo, Juan Carlos Carracedo nos comunicó que ese hecho era materialmente imposible porque en esta zona no se conocían volcanes que hubiesen entrado en erupción a lo largo de toda la etapa prehispánica (siglo II a. C. y 1492). Según sus datos la erupción más reciente había formado la Montaña de las Goteras, si bien había tenido lugar hacía, por lo menos, 20.000 años.

Al llegar a la necrópolis, y como buenos geólogos que son, los innumerables restos óseos humanos desperdigados por todo el yacimiento les importaban un pimiento. Pero si recogían con fruición pequeños trozos de lava con fragmentos óseos incrustados. La situación era un tanto esperpéntica porque, Simon Day ‘no sabía ni papa’ de castellano, aunque nosotros no le íbamos a la zaga en cuanto a los conocimientos de inglés. Carracedo, que actuaba de traductor e intermediario, hizo que se elevase nuestra autoestima porque cuando se comunicaba con Simon en inglés lo entendíamos perfectamente, aunque las respuestas de éste nos sonaban a chino. Por tanto, una de dos, o el espíritu santo nos había iluminado, ‘de buenas a primera’, para entender la conversación o, más probablemente, sucedía que el inglés de Carracedo no era muy académico que dijéramos. Sea como sea, inmediatamente nos dimos cuenta de que habían visto algo interesante, puesto que Simon no hacía más que repetir: It is wonderful, It is very interesting sin parar de escarbar en el suelo, como si de una gallina se tratase. Su ímpetu era tal que le dijimos a Carracedo que pararan ante el temor de que dañasen la posible estratigrafía que hubiese sobrevivido a la “excavación arqueológica” de 1963. Al final, se ve que hasta la inspiración de los dioses tiene un límite, porque no tuvimos más remedio que inquirir a Carracedo, eso sí, en un perfecto español para que nos explicase qué demonios estaba pasando. La respuesta nos dejó, literalmente, de piedra, puesto que creían que los trozos de lava con huesos no podían ser de La Cucaracha sino que procedían de otro lugar, ya que su color y textura (oscuro y lisa) eran completamente diferentes a las rocas de la Montaña de Las Tabaibas (rojizas e irregulares).

Posteriormente, el 12 de septiembre de 1997 acudimos a la Sala de Arqueología del ex-convento de San Francisco (Santa Cruz de La Palma) para inspeccionar el gran bloque de lava con abundantes incrustaciones de huesos humanos que se guardaba en la parte baja y cerrada de una de las vitrinas del museo. En esta ocasión fuimos acompañados por Juan Carlos Carracedo, Simon J. Day y Bruce Nelson (University de Whasington, Seattle, USA) quien, a través del estudio de los restos óseos, nos proporcionará información sobre la dieta alimenticia de estas gentes. Pueden imaginarse su sorpresa cuando vieron esta pieza arqueológica, puesto que en la necrópolis de La Cucaracha sólo tuvieron acceso a minúsculos fragmentos óseos recubiertos de lava.

Las perspectivas de investigación que se abrían eran tan espectaculares que inmediatamente nos pusimos en marcha para presentar un proyecto de investigación en el que pretendíamos resolver las siguientes cuestiones: “1) La determinación de la erupción que originó las víctimas y su edad; 2) Si estos restos óseos pertenecían a personas vivas o a un enterramiento anterior; y 3) analizar, a través de los restos óseos y arqueológicos el estadio cultural, hábitos de vida y alimentación, etc. de Los habitantes de la zona.” (CARRACEDO, Juan Carlos; PÉREZ TORRADO, F. J.; GUILLOU, H. y CALVÉ, F.: Identificación de la erupción volcánica asociada con la necrópolis prehistórica de La Cucaracha, “El Municipio (Villa de Mazo)”, Nº 5, Abril 2001, Pág. 18El Municipio (Villa de Mazo)“) Además, también era nuestra intención llevar a cabo una nueva excavación arqueológica en el yacimiento funerario con el objetivo de recoger todos los fragmentos óseos y de cerámica que ‘tapizaban’ el piso de la cavidad. El presupuesto total del proyecto de investigación ascendía a 1.042.000 pesetas, si bien apenas conseguimos la cuarta parte de esa cantidad, por lo que sólo pudimos desarrollar el primer apartado. Según los estudios geológicos efectuados, el bloque de lava sólo podía proceder de la erupción de La Malforada-Nambroque, en la parte más alta de Cumbre vieja, que tuvo lugar a mediados del siglo X, aproximadamente. Además, esa fecha coincidía con la con la del colágeno presente en los huesos del bloque de lava con el método del Carbono 14. Estos datos significaban que el bloque de lava había sido trasladado desde un lugar próximo a los 2.000 metros de altura hasta prácticamente la orilla del mar, recorriendo una distancia que, en línea recta, es de unos 8 kilómetros. Pero el interrogante más difícil y complejo de todos es por y para qué los benahoaritas procedieron a este cambio de ubicación. Se me ocurren algunas hipótesis pero son tan estrambóticas y fantasiosas que preferimos dejarlo a la imaginación de quienes lean este trabajo. Es probable que la excavación que estamos llevando a cabo en estos momentos responda a esta y otras preguntas que rodean a este yacimiento.

Pero, a pesar de haberse realizado una o varias campañas de excavaciones arqueológicas (parece mentira pero ni de esto estamos seguros) y de la riqueza y variedad de las piezas prehispánicas donadas al Museo Arqueológico por Miriam Cabrera Medina, apenas si contamos con información exhaustiva y veraz sobre esta necrópolis. Los escasos datos que se han publicado fueron recogidos por Mauro Hernández Pérez quien distinguía 3 estratos bien diferenciados: 1) Es el más profundo y contenía numerosos fragmentos óseos y ausencia de ajuar funerario. Los esqueletos estaban separados entre sí por piedras colocadas de canto; 2) El estrato intermedio se caracteriza por el color blanquecino de los huesos y la escasez de utensilios y 3) es el estrato más fértil al aparecer infinidad de utensilios líticos, cerámica, industria ósea, etc. (HERNÁNDEZ PÉREZ, M.: Contribución a la Carta Arqueológica de la Isla de La Palma (Canarias), “Anuario de Estudios Atlánticos”, XVIII, (Madrid-Las Palmas), 1972, Págs. 86-87).Anuario de Estudios Atlánticos“

La necrópolis de La Cucaracha no sólo es interesante por la práctica de la cremación y la presencia de bloques de la va con restos humanos, sino que también se concitan otra serie de circunstancias que la convierten en algo diferente y especial dentro de la arqueología palmera e, incluso, nos atrevemos a decir, que de todo el Archipiélago Canario. Y, aunque entremos en el mundo de las especulaciones, no nos resistimos a comentar, sucintamente, algunos de sus rasgos más enigmáticos.

En La Cucaracha (I): Sentimientos encontrados hablábamos de “mansión de los muertos” y, aunque suene un tanto pretencioso, consideramos que no es exagerado otorgarle un título tan rimbombante. No conocemos en la antigua Benahoare, y en estos momentos están registrados más de 200 yacimientos funerarios, ninguna otra necrópolis que presente una ubicación y emplazamiento tan especial y, al mismo tiempo, privilegiado. Su emplazamiento, a media ladera y en la cara sur de la Montaña de Las Tabaibas, le proporciona un resguardo perfecto contra los vientos dominantes en la zona. Por otro lado, la panorámica que se domina desde todo su extensión, en torno a 50 metros cuadrados, es impresionante y abarca cerca del 50 % de todo el primitivo cantón de Tigalate, desde la orilla del mar a las cumbres más elevadas. Aunque existen cuevas funerarias ubicadas en parajes de, incluso, superior belleza y grandiosidad como, por ejemplo, en los precipicios de La Caldera, hemos de tener en cuenta que en estos casos (El Rodeo, Altaguna, etc) se trata de tubos volcánicos en los que los cuerpos se depositaron bastante hacia el interior de los mismos. Pero es que, además, La Cucaracha es un islote de muerte totalmente rodeado por algunos de los asentamientos permanentes (cabañas y cuevas) más extensos e importantes del cantón de Tigalate.

El yacimiento funerario no es una cueva natural propiamente dicha, sino que se trata de una atalaya natural delimitada por tres de sus lados por riscos de hasta 6 metros de altura que está abierta hacia el sur. En la base del risco de mayor entidad, lado norte, se abren tres covachas que apenas si ofrecen un precario refugio contra la lluvia o el sol. Tal es así que más del 90 % de la necrópolis queda a la intemperie, es decir, a cielo abierto. Este hecho la convierte en única dentro del mundo funerario de la etapa prehispánica palmera. Algunos piensan que en su origen se trataba de una cueva cuya visera se ha desplomado. Sin embargo, no existen evidencias de esos bloques desprendidos del risco, ni en el piso de la necrópolis, ni en la ladera que se extiende a sus pies.

Entre las piezas arqueológicas recuperadas durante la excavación de 1963 destaca, por ejemplo, una vasija de la fase cerámica IIb con un pico vertedero que es idéntico a los denominados ‘tofios’ característicos de la cultura de los ‘mahos’ (Lanzarote y Fuerteventura). También se localizó el borde de un anforoide, que son típicos de un momento muy concreto de la Cultura Benahoarita (Fase IIIa). Entre las piezas líticas destacan dos enormes machacadores de basalto recubiertos de una delgada película de color amarillento que podrían relacionarse con el machaqueo de los huesos antes de exponerlos al fuego.

Por último, queremos hacer una breve referencia al período cronológico en que este gigantesco crematorio fue utilizado por los benahoaritas. Teniendo en cuenta la cerámica extraída durante la excavación de 1963, así como los trabajos que se están llevando a cabo en estos momentos, fue explotada durante las fases cerámicas I, IIa, IIb, IIIa y IIIb. Ello supone, aproximadamente unos 800-900 años. Pero resulta absolutamente extraordinario que en los siguientes 600-700 años (Fases IIIc, IIId, IVa y IVb) dejó de utilizarse para depositar los restos de sus seres queridos, a pesar de que sus descendientes siguieron viviendo a apenas un tiro de piedra, en las misma base de la Montaña de Las Tabaibas.

Por si todo esto fuera poco, aún es más sorprendente el hecho de que la necrópolis haya permanecido intacta en los 500 años transcurridos desde el momento de la conquista de la isla en 1493. Tras la guerra civil española (1936-39), ante la pobreza de los suelos y la hambruna, se recurrió a la extracción de los sedimentos arqueológicos, tanto de cuevas de habitación como funerarias (cuevas del polvo o del gofio), para emplearlos como abono en los terrenos de cultivo que, por ejemplo, rodean la Montaña de Las Tabaibas por todos lados y que eran ideales para la siembre de centeno y boniatos, fundamentalmente. Si a ello unimos que el acceso a la necrópolis es de los más sencillos que conocemos para toda Benahoare, resulta aún más inexplicable cómo es que permaneció intacta hasta la excavación arqueológica de 1963. Lo único que se nos ocurre es pensar que la superstición y el miedo a profanar un cementerio aborigen permitiesen su conservación. Sin embargo, este respeto hacia La Cucaracha se contradice con la destrucción de muchos otros yacimientos de carácter sepulcral dispersos por toda la isla. La única diferencia clara y evidente es que los restos humanos de la primera estaban quemados.

Sin embargo, todo esto que les hemos contado hasta aquí es muy probable que quede en ‘agua de borrajas’ cuando se termine la excavación que comenzó el 17 de diciembre de 2014 y que, dicho sea de paso, va para rato. Si les podemos adelantar que con lo que estamos viendo en los pocos días de trabajo que llevamos, comienzan a tambalearse los conocimientos que teníamos sobre el mundo funerario aborigen. Pero esa, como dicen al final de algunas películas, es otra historia.

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