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Cuestión de perspectiva

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Fondo es una palabra rebelde, inconformista, curiosa. Según se junte a tal o cual otra nos acompaña hasta el instante mismo de la más absoluta felicidad, del más completo goce, o del esperpento o la escatología más imhumana... El fondo de un vaso Collins, por ejemplo, un vaso de tubo, amenaza con el fin de la copa, del instante de tranquilidad, ese tiempo que robamos en los lugares diversos a otras obligaciones, pero tambíen avisa del fin de la obligación de aparentar, de perder el tiempo entre conversaciones banales, estúpidas, vacías; el fin de la obligación de ser correctos y comedidos, de no hablar más de mentiras, de contener las ansias de desnudarlas; el fin de la obligación de ser felices... El fondo de un vaso Collins puede, también, ser la puerta hacia otra copa más, esa satisfacción creciente y en lenta gestación, como una criatura única e irrepetible que crecerá por acción e inacción de nuestro hígado. Así las copas disponen puertas para nosotros, pero el fondo de las copas es el que nos ofrece la cerradura y la llave, la pastilla roja o azul, la píldora para crecer como gigantes o convertirnos en diminutos eres; y la posibilidad de correr el fechillo para el lado que queramos.

Fondo es, además, un vocablo flexible que puede ir, incluso, con las mirillas en “el fondo de las mirillas” de las puertas, y con las cerraduras en “el fondo de las cerraduras”. No podemos negar la capacidad sugestiva de fondo, tampoco su naturaleza de puente, en esos ejemplos, hacia otras sorpresas, otras dimensiones. A veces, se tratará de una visita esperada y agradable, o inesperada pero igualmente gustosa; otras, lo inesperado de una aparición al otro lado nos saca de nuestras casillas, de nuestro sopor cotidiano, o rompe nuestra esquiva y perezosa paz interior. Hoy, por ejemplo, podría ser esa suegra, nuera o ese cuñado con el que nos llevamos mal, el casero o el vecino genérico que, además de antipático, no deja de hacer ruido a todas horas. Pero hoy, sobre todo, puede llegar una sorpresa gris disfrazada de un azul oscurísimo, una de grises si pensamos en otros tiempos infames, pero que se empiezan a calcar, por ejemplo, si se nos ocurre manifestarnos amparados en la Constitución, o se nos ha pasado por la cabeza, por justicia y amor a la verdad, por compromiso contra las injusticias, colgar en Internet el vídeo de una actuación policial totalmente reprochable, u otro donde los agentes de seguridad se dejan llevar por sus vísceras o por las órdenes de superiores con tal o cual fondo. En este sentido, la democracia tiene también fondo, “el fondo de la democracia”, y hay quien dice que tal fondo es una cloaca, otros lo ven infinito, lleno de posibilidades, de libertad y, sobre todo, de responsabilidad individual y colectiva; de solidaridad... Cuestión de perspectivas, sin duda, pero es que hay fondo para rato.

El fondo también habita en las ideas. Por ejemplo, la idea de una paz perpetua anida en ver el fondo del váter siempre blanco, pues es signo de que no habrá atascos ni desbordamientos de agua. Pero no siempre es así; el fondo de un váter siempre blanco, cuando visitamos a diario el trono de todo humano, esa paz que nos transmite, esa paz fontanera, se rompe cuando tomamos conciencia de una mala salud intestinal, o, al menos, de una incómoda pereza. Pero no solo sobre la tierra hay fondo. En el mar, también. En el mar el fondo se siente como en su casa. Llega, se desnuda y tanto le da ser, simplemente, fondo, que fondos. Fondo del mar, fondo del océano, fondos abisales. A cada cual, según sus posibilidades. Pero independientemente de su número, cuando el fondo habla de mar, la perspectiva es muy importante. No es lo mismo estar sobre el mar, en una barca, por ejemplo, y disfrutar del misterio de ese fondo que solo se deja intuir, como la sombra negra de un desnudo a contraluz tras las cortinas, que si estamos bajo el mar, con el fondo bajo nuestros pies, abierto de par en par como las fauces inmensas de un megalodón. La cosa cambia, es evidente. El fondo del mar, según se mire y, sobre todo, desde donde, influye decisivamente en nuestra capacidad de amar la naturaleza. ¿Cómo amaremos más a una gigante ballena? ¿Viéndola cómodamente desde un barco, a una cierta distancia, desde una placentera perspectiva, o bajo el mar, a pocos metros de semejante mamífero y con el agua como techo? ¡Ah, amigo, cuestión de perspectivas!

... Cuestión de perspectivas, sin duda. Pero cuidémonos de idiotizar o infantilizarlas. Hablemos de perspectivas con cuidado y responsabilidad. Ellas no lo harían. Recordemos que la perspectivas no mienten pues ya de entrada nos avisan de la diferencia con que mostrarán nuestra realidad. De ahí que pida respeto para las perspectivas, y que no confundamos las perspectivas con las mentiras. Las primeras dependen de nuestra posición al mirarlas, de nuestro interés por contemplar la realidad desde otro punto de vista; además, de las perspectivas tenemos conciencia, así de su naturaleza de cambio. Las segundas, las mentiras, nada saben de perspectivas pues no respetan al que las escucha, no lo tienen por un igual ni le advierten de los cambios que perpetran en la realidad, ni de los efectos que tienen sobre nosotros. Las perspectivas no tienen intenciones, las mentiras sí y nacen de una actitud prepotente del que las dice, una especia de desprecio que siente hacia el oyente. Detrás de una mentira, en su interior, pulula la cobardía en el mejor de los casos, pero tambíen la intención de humillar, robar, someter, oprimir y controlar. El mentiroso, el infame, nada sabe de perspectiva, su fondo es uno hediondo, vacío, lleno de su propia voz y ceguera, de una extraña sed de venganza y poder, de un odio hacia la realidad a la que le niega su naturaleza múltiple, sus millones de perspectivas.

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