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Espacio de opinión de La Palma Ahora

De Ninnette y Lissette. De películas. De El Charro. De palomas teniscas.

Miguel Jiménez Amaro

Ninnette, Lissette y yo hemos cogido la costumbre de ver películas todas las noches. El día en el que le dieron los últimos retoques a su consulta, El Chivato Tántrico vino a traerles una foto enmarcada de nosotros cuatro durante la iniciación en la Playa de Las Cabras, y un certificado firmado por él de la Universidad de la Sexualidad Tántrica de Bután para que colgasen ambos en una de las paredes de la consulta; el último que firma por esa Universidad, porque ya ha creado una en El Mudo, Garafía. Para celebrar lo de la consulta abrimos Gran Reserva Leopardi Brut Nature de Cava Llopart. Ninnette y Lissette se metieron en los fogones a hacer un salpicado de platos enteramente vegetarianos y postres de chocolate negro. Una vez acabamos la cena, El Chivato nos pidió disculpas, nos dijo que tenía que regresar a El Mudo, que lo de la Universidad lo tenía un poco atareado, y que la vuelta la tenía que hacer por El Roque de Los Muchachos. Lo acompañamos hasta la verja.

Cuando entrabamos en la casa, ellas me dijeron que recogían, que eligiese yo la película que fuésemos a ver, y que abriese otra botella de Leopardi. Elegí ‘Dos hombres y un destino’, de George Roy Hill, el mismo que el de ‘El golpe’, donde también reunió a Paul Newman y a Robert Redford. La música es de Burt Bacharach y la canción principal: ‘Raindrops Keep Falling on My Head’. Butch Cassidy y Sundance Kid son dos asaltadores de trenes y bancos en la época del oeste americano que comparten mujer, maestra de escuela, Katherine Ross, mientras delinquen y huyen a Bolivia. La siguiente que vimos fue ‘La leyenda de la ciudad sin nombre’, de Joshua Logan, con Lee Marvin, Clint Eastwood y Jean Seberg. Los músicos son desconocidos para mí, pero la canción principal, no:’I´m on My Way’. Lee y Clint son buscadores de oro y socios durante la época de la fiebre de ese metal en California. En ‘La ciudad sin nombre’ no había mujeres. Aparece en carreta un mormón que no duda en aprovechar la situación para sacar provecho económico. Subasta a una de sus mujeres. Lee Marvin, completamente borracho, lanza la puja más alta. Jean Seberg será la mujer de cada socio. La tercera en elegir fue ‘Mas allá del bien y del mal’, de Liliana Cavani, con Dominique Sanda, Virna Lisi, Erland Josephson, Robert Powel y Nicoleta Machiaveli. La película es una interpretación libre sobre la vida y relación de Lou Andreas-Salome – la mujer de la que se enamoró casi toda la intelectualidad europea-, con Friedrich Nietzsche y Paul Ree.

Íbamos al ritmo de dos botellas de Leopardi por película. Estábamos tendidos en el sofá grande, yo entre medio de las dos. Cuando acabó la tercera película era casi al amanecer. Puso cada una su cara en frente de la mía, y luego las dos pegaron su boca a cada una de mis orejas, me dijeron muy bajito, en estéreo: “Miguel, ¿no hay películas sobre dos mujeres que aman y compartan a un hombre?”.

Sin habernos dormido, seguíamos en el sofá, con el DVD apagado. Sonó la alarma que habíamos puesto por si nos quedábamos presos de sueño. Teníamos que recoger a mi amigo El Charro en el aeropuerto. Desde que salimos de casa hasta Mazo les estuve hablando de él. ¡Y yo, ahora mismo, estoy en un aprieto para contaros a vosotros la inmensa vida de El Charro! Sus padres resistieron al fascismo español hasta que peligraron sus vidas y tuvieron, una vez perdida la guerra, que marchar por Argel hacia el exilio mexicano. En México, siguieron practicando el oficio de la restauración, montaron un restaurante de cocina española y luego otro y otro más, hasta que formaron una cadena de restaurantes. Los beneficios los supieron colocar e hicieron fortuna, una de las mayores de México. Tuvieron a El Charro cuando el negocio les empezaba a prosperar. El Charro tuvo la mejor educación, los mejores colegios y la mejor universidad. Lo de ir a la universidad lo hizo por darle el gusto a sus padres de que su hijo tuviese una carrera universitaria. Al Charro lo que más le gustaba era el negocio familiar de los restaurantes y atender a la clientela, todo el mundo cultural y artístico de México, y lo hacía cuando no estudiaba, cuando tenía vacaciones. El Charro, siendo niño, cuando salía de la escuela se cruzó con un niño de su misma edad huérfano que pedía por la calle de comer. Le dijo que se viniese a su casa a comer con él. Sus padres lo recibieron como el que recibe a otro hijo más. Lo adoptaron, le dejaron el nombre que tenía, León, pero le dieron sus apellidos; les gustaba ese nombre, por lo de León Trostky, del que fueron amigos. Lo habían conocido en el Hote Roma, en Cadiz. Estaban en la casa de Trostky, la que frecuentaban mucho, cuando Ramón Mercader, sicario de Stalin, lo mató enterrándole un piolet en la cabeza. Le pusieron a León un profesor intensivo para que pudiese ir con El Charro al colegio, en su mismo curso; en pocos meses León estuvo al mismo nivel intelectual que El Charro. El Charro y León cursaron siempre juntos hasta llegar a la Universidad de Columbia, donde El Charro dejó de estudiar y León siguió haciendo masters. El Charro empezó a llevar los negocios de la familia, no desvinculándose nunca del restaurante madre, que era lo que más le gustaba hacer, recibir a la clientela. León acabó sus masters y se vino también al negocio familiar. Los padres dejaron todo él negocio en manos de sus dos hijos y se dedicaron a viajar. En la Argentina, en el vuelo al que Facundo Cabral no se quiso subir cuando iba a viajar con su mujer y su hija, subieron ellos dos; perecieron juntos con la hija y la mujer de Facundo. El Charro no quiso hacer ese viaje con sus padres que le habían dicho que viniese con ellos; León estaba haciendo uno de sus masters, y él no podía soltar el trabajo, además, presagiaba algo malo. El Charro y Facundo se conocieron en el mortuorio, en donde hablaron sobre esta coincidencia del presagio por parte de cada uno. Se convirtieron en amigos para siempre y en hermanos de presagio. A raíz del accidente, Facundo fue a Calcuta a echar una mano a la Madre Teresa lavando leprosos; El Charro, esperó a que León acabase el master, y una vez acabado se fue con Carlos Castaneda, al que había conocido en el restaurante madre, a Oaxaca, a visitar al brujo yaqui Don Juan.

Dejo de hablar de El Charro en este momento, al estar llegando al aeropuerto, y ver cómo su avión privado esta aterrizando. Les digo a Ninnette y Lissette que seguiremos hablando del tema en otro instante, o que quizás el mismo Charro lo hará. No tardó en abrirse la puerta del avión. Como siempre, salió primero el mariachi. Una vez el mariachi con las botas blancas en el suelo de asfalto betún empezaron a tocar corridos de la revolución mexicana al ritmo que El Charro, vestido de blanco impoluto, bajaba las escaleras y se dirigía hacia la terminal. Esperamos a que saliera con su equipaje, el mariachi venía cantando aquella que dice: “Mira como ando mujer por tu querer” ( ‘Tú solo tú’, de Pedro Infante). No sabía nada El Charro de la existencia en mi vida de Ninnette y Lissette, yo se lo tenía bien guardado para que se lo encontrase así, de sopetón, como estaba ocurriendo. El mariachi tomó la guagua que lo estaba esperando para alojarse en un hotel de Los Cancajos, y El Charro, con sus cosas, se subió con nosotros al furgón de Las Cosas Buenas. Nos dirigimos, como siempre hacemos al llegar él, hacia la vieja playa de Los Cancajos, el amor de mis amores. El Charro se iba sacando las botas y los calcetines mientras cantaba esta misma canción: ‘Amor de mis amores’. Fue el primero en poner los pies en la arena volcánica, Lissette lo acompañaba; Ninnette y yo cargábamos la nevera portátil con copas de cava y botellas de Leopardi. Nos sentamos en el lugar de la playa que más nos gusta, justo en donde estaba el Kiosco El Ancla, o Kiosco Missippí. Abrió la nevera, nos dio una copa para cada uno, y descorchó tres botellas de Leopardi, nos las llenó y brindamos mirándonos a los ojos. Ninnette y Lissete me miraron con extrañeza y preguntaron que por qué abríamos tres botellas, en vez de ir de una en una. Les respondí que era una costumbre de El Charro, y aproveché la ocasión para decirle a él, que yo había venido durante todo el trayecto de la casa hasta el aeropuerto comentándoles quien era él, y que me había detenido en el momento de su vida en el que se fue con Carlos Castaneda a Oaxaca, a conocer a Don Juan. Les dijo El Charro que de vuelta a casa él mismo, les contaría el resto. Pero que ellas, de su propia boca les tenían que hablar a él de ellas mismas. Que presagiaba cosas muy buenas, porque antes de tomar los mandos del avión tiró las cartas, que le hablaron de dos presencias femeninas mágicas, y que mira, que aquí estaban: Ninnette y Lissette. Ninnette y Lissette se ruborizaron un poco.

Estuvimos como una hora inmersos en el quieto mar lávico cancajero entre dos brazos de rocas negras. Se traslucía colorido el fondo, pejes verdes, castañetas, erizos, lapas, algunas viejas y sargos ¡Casi se podían tocar con las manos! Ninnette y Lissete nadaban como dos sirenas, sus ojos verdes estaban cada vez más vívidos. Se paró el discurrir del tiempo. En el mar hicimos los cuatro un ejercicio que os recomiendo, es una especie de pranayama: te tapas con un dedo la fosa nasal izquierda, sumerges la cabeza y aspiras agua del mar con la fosa nasal derecha hasta que te llegue a la garganta, a la boca, sacas la cabeza y escupes el agua que tragaste por la nariz, también te la puedes tragar; luego haces lo mismo, pero tapándote con otro dedo la fosa nasal derecha. Nos salimos del mar, bajamos a tierra, porque El Charro acusaba el cansancio del viaje. Había venido pilotando él. Nos quedamos con el salitre en el cuerpo y nos quitamos la arena, solo nos pusimos las prendas de ropa imprescindibles para el decoro. El Charro volvió a abrir otras tres botellas de Leopardi, brindamos esta vez no solo mirándonos fijamente los ojos, nos abrazamos por El Lado del Corazón varias veces. El mariachi tocaba detrás de nosotros. Me preguntó El Charro que si nos íbamos ya para casa. Le dije que sí, que Ninnette, Lissette y yo tampoco habíamos dormido, que habíamos visto tres películas en el sofá, y que nos cogió el amanecer, sin haber cerrado los ojos, cuando sonó la alarma; pero que teníamos que pasar por El Puertito, porque Milagros me había dicho que probablemente habría camarón.

En El Puertito nos encontramos con mi amigo el veterinario, el de la foto de niño con el perro pastor garafiano negro, el que me trajo a Ninnette, cuando era cabra de cuatro patas, y al Chivato Tántrico luego, para dar placer a las cabras y crear una Universidad de la Sexualidad Tántrica en El Mudo, Garafía. Nos lo encontramos justito cuando se iba a tomar unas cervecitas en ayunas, después de tanto 100 Pipper´s la noche anterior. Al vernos, nos hizo su pregunta talismán: “¿Novedades?”. Le dijimos que se tomara unas copas de cava con nosotros, que nos quedaban tres botellas en el furgón. Después de rendirle las novedades, que no eran pocas, y tomarnos las tres botellas de Leopardi, le dijimos que se viniese más tarde a casa, que íbamos a preparar camarón después de descansar un poco. Nos contestó que lo más probable es que no iba a poder, porque tenía más tarde suelta de palomas mensajeras, su reciente pasión, y que estaba muy atareado, porque quería crear una nueva raza de palomas, palomas teniscas (¡sobra decir que mi amigo es un gran forofo del Tenisca!); pero que si le daba tiempo, se daría un garbeo con nuestro Giorgio y El Apóstol del Jazz.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel

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