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Sobre lo que vio y dijo Don Quijote de la basura en Santa Cruz de La Palma

Elsa López

Pues en esos andares de un lugar a otro me he visto en los últimos años y en esas mañas he podido comprobar cómo hay ciudades limpias y otras que no lo son por muy buenos corregidores que en ellas haya. Y así, Madrid, que presume de ser capital de reinos; y así, Barcelona, que me ha dado escándalo verla tan llena de enseres por las esquinas. Y así, igualmente, las llamadas Hespérides que ahora se deleitan de llamarlas de esa manera por ser tan bellas como las estrellas del cielo. En esto que empeñose Sancho en llevarme a la que suelen llamar la más bonita y allí nos fuimos sin rocín ni albardas para hacer más ligero el camino. Embarcamos al anochecer y llegamos a ella tras una noche de navegación. Mi sorpresa y mi agrado fueron muchos al recorrerla entera de norte a sur y ver la cortesía de sus habitantes, la belleza de sus flores y árboles y el buen yantar de sus posadas.

Todo me satisfizo hasta llegar a la capital de la isla y ver lo de la basura que antes les comentaba. Allí estuve en varias de sus calles y algunas de sus plazas y en todas me preocupó la suciedad que reinaba en ellas. Dijéronme que gustan mucho sus habitantes de solicitar acuerdos y prebendas para engalanarlas y traer a príncipes y reyes a visitarlas. Pero debo decir que no es de mi agrado ver semejante dejadez por parte de vecinos y alguaciles pues los unos dejan en las esquinas y a cualquier hora del día cáscaras por el suelo y grandes bolsas transparentes llenas de comidas y bártulos que se desparraman y desbordan del peso y la magnitud de sus adentros, papeles no escritos entre las piedras y excrementos de animales por los callejones; y, por parte de los otros, preocupa que no pongan remedio a tales actos con castigos que hagan escarmentar tamaños desmanes.

Diome pena ver lo que tanto perjudica a quienes quieren vivir y solazarse en dicha ciudad y es por ello que hoy quiero hablarles de lugar tan hermoso y tan dado a arrojar sus miserias a las calles y plazas que dicen llamarlas suyas y que da lástima verlas y lágrimas muchas de contemplarlas y compararlas luego con lo que fueron en sus buenos tiempos cuando eran el esplendor del resto de las islas según he leído luego en crónicas y libros de caballeros que dieron en conocer la ciudad en siglos pasados cuando los que arribaban a su puerto la declaraban inigualable por su galanura y señorial aspecto. Hermosa y limpia. Eso decían que era.

Elsa López

Martes 2 de febrero de 2016

Artículo publicado en el periódico La Opinión

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