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‘Edelweiss’ (50 aniversario)

Julio M. Marante

El jardín de la Sal, un sueño hecho realidad por nuestro amigo Fernando Villalba en Fuencaliente, acogió días pasados a un grupo de hombres y mujeres (muchos de ellos llegados de fuera de la Isla) que llevan todavía en el altar del alma aquel club juvenil de los 60 de nombre Edelweiss. No sé si tendré la lucidez y el vigor creativo necesarios para escribir en nombre de todos lo que supuso este reencuentro, cincuenta años después de la fundación de aquel club. Una asociación juvenil protagonista y testigo de un tiempo en el que la historia cambió a pasos agigantados y, con ella, toda una sociedad evolucionó a ritmo vertiginoso. Nosotros crecimos en medio de aquel latido, breve pero intenso, tan intenso que aún hoy lo recordamos y cuyo pálpito ha estado con nosotros durante todo el camino.

El nombre de Edelweiss es el de una flor de los Alpes suizos y austríacos, que igualmente se da en algunos puntos de los Pirineos. Es la flor de las alturas, o de las nieves, como también se la conoce. Aparentemente frágil pero increíblemente resistente, se esconde bajo la apariencia de una sola flor, cuando en realidad es un grupo de diminutas flores que evolucionan y crecen unidas para sobrevivir. Con ese espíritu de crear y trabajar juntos, nació en Santa Cruz de La Palma nuestro club en el mes de septiembre de 1966. Resulta obvio que llegamos al mundo del asociacionismo juvenil con la altura de miras de una flor de leyenda. Así, los jóvenes del Edelweiss nos convertimos en protagonistas sin estridencias de los debates y la acción cultural de nuestra ciudad.

¡Qué manera de vivir hechos definitorios para nuestro futuro! Un aprendizaje de las relaciones humanas, junto al cúmulo de tareas altruistas que llevamos a cabo. Fueron tantas las actividades que, como apuntó Goyo, uno de los componentes del club, actualmente nos parece inconcebible que fueran realizadas por chicas y chicos de 15, 16, 17 años... Con el paso del tiempo hemos caído en la cuenta de que no sólo cuidamos aquel huerto de nuestra juventud, sino que el huerto, en forma de hechos culturales, sociales y deportivos, también cuidó de nosotros. Durante el encuentro en el Jardín de la Sal, otro de los asistentes, Néstor Rodríguez, dio a entender que somos producto de aquella siembra… La diminuta semilla que sembramos al final de aquel verano brotó, creció y floreció, hasta el punto que supuso una mejora constante en nuestra manera de ser y de actuar. Notamos un ánimo especial en el improvisado mensaje del profesor, un sentimiento compartido y una emoción en la que se palpaba la añoranza comprensible de otros tiempos.

Ruedan los años y, en cada una de sus horas, se esfuman los recuerdos, las imágenes se borran sin que podamos evitarlo… Pero estamos seguros que los presidentes del club Carlos Bravo, Pilar Natalia (ausente en esta ocasión) y Domingo Roldán, no olvidan el año 1966, y con escuderos fieles y entregados a la causa como José Antonio Ponce y Richard García (Lisardo) nos convocarán anualmente a partir de ahora, para mantener despierto en nosotros aquel pasado edificante y revivir aquellos años felices que discurrieron a la sombra de la ermita de San José, por entonces ajena al culto.

Somos hojas amarillentas en las ramas de la vida pero nos resistimos a caer, a ser calcinados por el fuego de la nada. Vamos llegando (algunos lo hemos hecho ya) a la edad de la jubilación, pero todavía nos sentimos útiles, capaces de madurar un nuevo rumbo evocando, como hicimos días atrás, el himno homenaje a la flor que nos representa, la flor que rebrotó con nosotros en el Jardín de Sal de Fuencaliente: “Edelweiss Edelweiss/ Cada mañana nos saludas / Pequeña y blanca, limpia y brillante. / Pareces feliz de encontrarnos. / Flor de la nieve que floreces y creces / Edelweiss Edelweiss / Bendice nuestra juventud para siempre”.

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