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Espacio de opinión de La Palma Ahora

El pan de manteca y el maestro interior

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

Un amigo mío, abogado del medio ambiente, que le está llevando la defensa a las gallinas y los gallos que andan sueltos y libres por el Barranco de Las Nieves, desde Las Malvinas hasta El Puente de Las Esplanadas (la defensa por la denuncia puesta a ellos para aplicarles la antigua ley franquista de vagos y maleantes) me comentó, me dijo, el sábado pasado, que vino a comprar Mibal Roble a Las Cosas Buenas de Miguel, para hincárselo en su casa, viendo un partidito de su Atleti , mientras yo estaba con mi nieto Congo viendo una película; me comentó, me dijo, que cómo no salía yo pitando de aquí, de la Isla. Le comenté, le respondí, que alguna vez mi mente alberga esa idea, como la albergan las gallinas, los gallos, el estramonio, el Barco de La Virgen y tantas especies más. Me continuó diciendo: “Sí, Miguel, ¿pero cómo aguantas tú estar aquí?” Me repitió: “Sí, Miguel, ya sé que orbita por tu cabeza la idea de salir pitando de La Isla, pero te vuelvo a preguntar: ¿y cómo aguantas tú aquí?” Me ocurrió un poco como cuando Atahualpa Yupanqui le preguntó a su abuelo que dónde estaba Dios y su abuelo no le contestó; me sentí un poco como el abuelo de Atahualpa.

Hice un pequeño silencio hondo, y le dije llamándolo por su nombre y sin pensar: “Pues porque tengo un mundo propio”. Y se me vino a la cabeza en décimas de segundo, en menos de lo que tardó el Big-Bang en sonar – billonésimas de segundo-, cómo un amigo mío indefenso, tendido bocabajo en el suelo, aguantó que le rompieran sesenta sillas -las contó una por una- contra su espalda, en el antiguo Kiosco de Garrafón, en El Puente, antes de que entullaran el barranco de Dolores. Es verdad que el dueño del Kiosco, Garrafón, en la denuncia al Juzgado, puso veinte sillas más que tenía rotas. ¡Pero sesenta sillas, son muchas sillas, de todas maneras! Se me vino con esa rapidez a la cabeza este amigo mío, porque cuando me comentó esta historia suya – éramos antiguos camaradas libertarios -, le pregunté que cómo había aguantado aquella salvaje paliza, y que cómo había tenido la fortaleza de poder contar las sillas que una a una le iban atizando en su espalda. Me contestó que se concentró en el recuerdo, olor, imagen y sabor de algo de lo que venía estando enamorado durante toda su vida, desde su niñez: del pan de manteca.

Cuando mi amigo, el abogado del medio ambiente, sintió que yo estaba enmadejado en mis pensamientos, me dijo: “Claro, tú tienes un mundo propio con Ninnette, Lissette, El Charro, y tantas compañías más que te acompañan”. Le dije: “Sí, pero vente otro día y lo hablamos, que hoy estoy cuidando a mi nieto Congo”. “¿Con unas botellas de Mibal Roble, Miguel?” Me preguntó. “O con Debo 13 Cántaros a Nicolás, amigo mío. Invito yo. Le respondí.

Mi amigo, al que le rompieron las sesenta sillas contra su espalda, me comentó que mantener un recuerdo de la niñez vivo y limpio te puede ayudar a supera cualquier adversidad; que así pudo aguantar las torturas en los calabozos de la BPS en Sol, y en Carabanchel, cuando era militante y líder antifascista en la universidad madrileña; o cuando se lo llevaron a África a hacer la mili al negarle la prorroga militar; o cuando no le dejaron acabar las carreras, filosofía pura y matemáticas exactas -que estudiaba al mismo tiempo- de regreso de África, y tuvo que salir pitando a París, donde compartió con Tierno Galván, Aranguren y Agustín García Calvo; o cuando enfermó de tuberculosis en los calabozos de La Modelo en Barcelona, en la que conoció y se hizo amigo del alma de Salvador Puig Antich, al que un poco después asesinaron a garrote vil ¡Malditos asesinos! Todas aquellas pruebas, porque él se tomaba los asuntos de la vida como pruebas, las superó gracias a la fuerza que le aportaba, cuando se concentraba en él, en aquel recuerdo de su infancia, el del pan de manteca.

Hace unas semanas, os comenté que años atrás había conocido a un mago, André Malby. Este querido mago mío tenía una técnica para encontrar fortaleza interior; la técnica coincidía en algo con la del pan de manteca. Consistía en desempolvar un recuerdo, el más grato que tuvieras de tu infancia, e intentar, como si tuvieras una lupa o un microscopio en tus manos, recuperar todos los datos de él, incluso los olores. Yo lo practiqué, y me dio resultados. Malby me comentó de otra técnica, de la que os voy a hablar. Se trataba de construir mentalmente una casa enteramente de madera y piedra, sin nada de metal; un jardín con un arroyo y una fuente; plantar en ese jardín una semilla, regarla, y esperar a que salga el fruto. Con la repetición de esta técnica, todos los días, a una misma hora, en una misma postura, como si de un ejercicio meditativo se tratase, surgía, como de la semilla el fruto, tu maestro interior, el que todos llevamos dentro. El que nos ayuda a soportar todas las sillas que nos rompen contra la espalda durante toda nuestra vida.

¡Qué distintos personajes son Andrés Malby y mi camarada libertario budista Manolo el del Pan de Manteca; pero qué afinidad y libertad tan grande existía entre ellos dos! ¡Qué grandes amigos! Hoy están disfrutando de la compañía de ellos mismos en el cielo, al lado de Dios, como la disfrutaron en Gerona, en la casa de Malby, cuando se conocieron, y empezaron a compartir sabiduría y humor; y tal como lo siguieron haciendo el resto de sus vidas. Se convirtieron en inseparables, en hermanos del alma, en almas gemelas, como lo están siendo ahora.

A mi amigo abogado del medio ambiente le inquieta eso de la sabiduría, pero le da, al mismo tiempo, un poco de miedo; le inquieta eso de la libertad, pero le da, también, otro poco de miedo. Yo pienso que en el Universo no existe casualidad, que todo es causalidad. Por ello, pienso que no es casualidad lo de que esté llevando la defensa de las gallinas y los gallos; y que dentro de poco hará lo mismo también con el estramonio, al que le quieren aplicar también la antigua ley franquista de vagos y maleantes. Pienso que es causalidad, y que entre las gallinas, los gallos y el estramonio, acompañados con unas botellitas de Mibal Roble, o de Debo 13 Cántaros a Nicolás, en Las Cosas Buenas de Miguel, se convertirá en un hombre sabio y libre, como ansía ser; de la misma manera que lo fueron el antiguo camarada libertario Manolo, el del Pan de Manteca, y Andrés Malby. Y si saldrá pitando de la Isla, o no, no lo sé. Yo le aconsejo que si lo quiere hacer, que vaya a hablar con el Barco de La Virgen, que tiene aún más ganas que él, y que todavía le quedan algunas plazas para cuando él mismo salga pitando de la Isla.

Abrazos por El Lado Del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel.

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