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Enterrado en los ojos que un día besó (10)

Miguel Jiménez Amaro

El padre de Hiperión, mientras que con su pericia al volante conducía desde el mortuorio hasta el crematorio, intentando llegar antes que el coche de la funeraria y el de Sor Ácrata, lo que parecía ser imposible, seguía escuchando en su mente a golpe de latigazos de semáforos rojos la conversación con Sigrid, El Ángel pelirrojo, en el Kiosco el Ancla. Cuando se la encontró por sorpresa, la que soñó y la que más tarde siguió recordando en la ducha.

“No solo mi vida está rota, a costillas de mi padre, también mi corazón. Jep, el hombre del que hace poco, las Navidades pasadas, me enamoré, estoy pensando que va a ser casi imposible que rompa con su familia, tal como me prometió. Pero esta no es la única herida reciente que guardo en mi corazón, y no te espantes por lo que te voy a decir. Durante la universidad de verano me enamoré de ti, por eso te busqué en la Complutense. Mis clases contigo eran un pretexto, -aunque he aprendido mucho sobre literatura española, Literato-, para estar cerca de ti, hasta que me enteré de que tenías novia y que pensabais casaros a principios del verano. Entonces no quise llegar más lejos contigo, aun a sabiendas de que nuestra relación hubiese ido a parar a buen lugar. Con Jep fue distinto, porque desde que lo conocí él me dijo que la relación con su mujer estaba rota de mutuo acuerdo, y que ella se iba a quedar en Barcelona con los hijos, y no ha ocurrido así. ¡Me siento engañada otra vez!”

El coche del padre de Hiperión no llegó antes que el de Sor Ácrata, pero sí antes que el de la funeraria. Hizo también lo que les pidió el Chivato Tántrico a todos, concentrarse en los mantras secretos del Libro de Los Muertos, recitarlos, y visualizar a su hijo, Hiperión, mientras esperaban ver llegar el coche negro charol de la funeraria sobre el horizonte de aquel mar de quietas olas de lápidas blancas de mármol.

En las afueras del crematorio Sor Ácrata hizo un tanteo de sus fuerzas. Sintió que su tantra negro estaba en inferioridad de condiciones con respecto al tantra blanco de Ninnette, Lissette y el Chivato Tántrico. Sor Ácrata no podía interferir, como pretendía, en el camino del alma de Hiperión, de la luz a las llamas, y de la luz de las llamas a más luz todavía. Ella quería despistar al alma de Hiperión, y, como en vida, llevarlo por senderos de oscuridad. Sor Ácrata cogió su seiscientos rojo, metió a sus acólitos dentro, a su fotógrafo, al que llevaba a todas las partes, y desapareció del crematorio echando, las ruedas de su seiscientos rojo, chispas en el suelo.

Mientras ardía en luz el cuerpo de Hiperión, mientras esperaban que su cuerpo se convirtiera en una reducción de cenizas, o fumé, el guion seguía trazándose tal como él había pedido. Los camareros de La Taberna de Chueca montaron el tentenpié. El Chivato Tántrico pedía permiso para bendecir todo lo que iban a comer, beber y fumar. Lo hizo con una oración llena de poesía y sabiduría.

La Cofradía del porro le dio a Mónica el primer canuto para que lo encendiese ella. Mónica lo encendió, dio tres caladas y lo pasó por el lado izquierdo. La Cofradía hizo dos preguntas.

Primera pregunta. Ésta, dirigida al Chivato Tántrico. Le preguntaron por qué al llegar Sor Ácrata al mortuorio la luz que desprendía el cuerpo de Hiperión empezó a mermar hasta el punto de que hubo que volver a encender la luz eléctrica. El Chivato Tántrico les respondió que porque es una sacerdotisa sexual de tantra negro con mucho poder, pero que él, Ninnette y Lissette ya contaban con ello, y que el tantra negro de Sor Ácrata no iba a poder con el tantra blanco de ellos.

Segunda pregunta. El primer canuto ya había dado la vuelta entera. Le dieron otro porro a Mónica que volvió a hacer lo mismo, encenderlo, darle tres caladas, y pasarlo por el lado izquierdo. Le preguntaron a Mónica por eso mismo que acababa de hacer y que era la tercera vez que ocurría, qué por qué pasaba el canuto por el lado izquierdo. Mónica les respondió un poco a la gallega, pero que actualmente, yo, Miguel, me vengo enterando que también es a la alemana. Les respondió con otra pregunta, si conocían a Miguel el de Las Cosas Buenas de Miguel. Todos los que estaban en el ágape contestaron que sí, que tanto como Miguel a ellos, o más aún, y se hartaron a reír. Mónica, cuando paró de reír, lo que parecía que no iba a ocurrir nunca, les volvió a preguntar si sabían por el lado que abrazaba Miguel. Los que habían acabado de reír pudieron responder todas a una que por el izquierdo, el del corazón, y regresaron todos a las mismas risas. Hasta el humo que salía de la chimenea del crematorio rió con una sonrisa que era sin duda la de Hiperión. La Cofradía le dio otro porro. Mónica representó el mismo ritual entre medio de tanta risa y algarabía diciendo que ella lo pasaba por el lado izquierdo por esa misma razón, porque era el lado del saludo de Miguel, el lado del corazón.

Sonaban las Gymnopedies de Erik Satie, al igual que al morirse el cuerpo de Hiperión, cuando sus cenizas se convirtieron en carcajada de humo. Les dio a todos la impresión de que Hiperión quería estar un rato más entre ellos (el ágape estaba montado, tan cuidado como el lienzo de un bodegón). Le sirvieron absenta en una copa. Se alzaron las copas para brindar por primera vez. Se escuchó la voz de Hiperión: “Tanto miedo te tengo como daño me hagas”. Era su mantra antes de tomar la primera copa. Era su voz, no les cabía duda, y la copa que se le sirvió se vació instantáneamente. Nadie la vio moverse, pero fue bebida de manera tan real, que como se escuchó su voz sin saberse de dónde había venido. Le sirvieron otra copa y esta se la bebió, de nuevo sin moverla, de dos tragos, pero no se volvió a escuchar más su voz. Decidieron tenerle la copa siempre llena y la copa se iba vaciando al mismo ritmo que cuando él bebía absenta en La Taberna de Chueca.

Las Gymnopedies seguían sonando. Mónica se sintió con ganas de decir lo que a continuación viene: “Al regresar de La Palma a Madrid, después del último día haber conocido a Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, Hiperión y yo fuimos inmensamente felices hasta que empezaron las clases en el instituto. Yo llevaba feliz a Hiperión en mis ojos, y él me llevaba a mi feliz en los suyos. Nuestra frase más repetida era te llevo feliz en mis ojos. Habíamos tomado buen apunte de lo que habíamos aprendido con nuestros sacerdotes tántricos blancos en Los Cancajos, y, dábamos gracias a la vida a diario por haberlos conocido. Aquel año se incorporaba una nueva profesora que había sido antigua alumna del instituto. Nos vino a dar clases a nosotros dos, pues Hiperión y yo estábamos en el mismo curso. Es la persona a la que llamamos Sor Ácrata. Desde el primer día de clase actuaba con la consigna de crear una secta de tantra negro, de sumisión total a ella, y lo consiguió al poquísimo tiempo. Sor Ácrata nos iba iniciando uno a uno, tanto fueras hombre como mujer. Nos proyectaba en Super 8 un documental sobre la Mantis Religiosa, ese insecto que durante el acto sexual se come al oponente sexual, y luego nos iniciaba. En el momento del éxtasis nos mordía el lóbulo de la oreja hasta que sangrásemos, chupaba nuestra sangre, luego nos ponía un cordel invisible, como un zarcillo o anilla, con el que nos gobernaba desde la oscuridad, y nos bautizaba con un nuevo nombre. En el tantra negro, al contrario que en el blanco, la relación con el sacerdote es vertical, de subyugación, que puede tener relación sexual con quien quiera, sean consentidas o no, y que puede crear y destruir parejas a su antojo. Hiperión y yo empezamos a discutir, cosa que no hacíamos nunca. Nos acordamos muchas veces, a medida que nuestra relación naufragaba, de lo que nos habían hablado Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico en La Palma, en la playa de Los Cancajos, que tuviéramos cuidado con el tantra negro. Buscamos el contacto de ellos, para encontrar ayuda, pero resultó ser que lo habíamos perdido. De mis ojos ya no se desprendía la alegría de llevar alegre a Hiperión dentro de ellos; y a Hiperión le dejó de ocurrir el llevar mi alegría dentro de los suyos. Hiperión vino a yacer a mis ojos hasta que encontré en La Palma a los sacerdotes tántricos blancos que me devolvieron la alegría de vivir, aunque sin Hiperión, que daba pasos de coloso hacia la muerte de su cuerpo”

Cuando Mónica calló, dejó de sonar Satie. Se empezó a escuchar Alfredo Zitarrosa, Estephanie, la canción que más le gustaba a Hiperión.

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