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A Francisco Manuel Lorenzo Rodríguez, ‘in memoriam’

Lucía Rosa González

Las palabras no siempre significan.

Pretenden arrastrarnos por lugares inhóspitos o traducir determinadas situaciones como quien reproduce una imagen, pero no siempre transmiten el fondo de una mirada triste o la emoción de un apretón de manos o esa media sonrisa que dice con su gesto: buenos días, hoy he dormido como un lirón o me ha dolido una muela o, por el contrario, qué alegría siento, no sé, por cualquier cosa, porque los gestos afirman lo dicho o lo que se calla.

Las palabras nos turban pero no tiemblan como los labios, nos sirven de protección, es decir, permiten que demos un rodeo, un circunloquio, con la intención de disimular un mal día o una expresión brutal de euforia, pero el interlocutor se queda, ante la persona que se halla delante, con el fondo inquietante de los ojos que percibe a través de una mirada de angustia o de melancolía. O con el brillante parpadeo de los ojos.

Porque el instinto humano (y no solo el humano, también el animal, doy fe) intuye el dolor de quien orienta sus sentimientos hacia adentro para no mostrarlos, o sea, que las presencias delatan las emociones, las frustraciones o las desdichas; el buen humor o el placer de haber degustado, por ejemplo, un plato exquisito que saboreamos de papá, osado cocinero aficionado, dando la nota en el cielo de la cocina mientras guisaba. Su aliento inextinguible. Y el sabor a humo del potaje, único. La estrofa empezaba: “Soledad es criatura primorosa…”.

Las presencias permanecen. Siempre. La mente procesa el instante que más nos ha embelesado de este u otra y lo graba. Aquí. En la memoria.

-Fíjate, estaba distante, no dijo nada al respecto, pero noté el muro helado que nos separaba.

O: lo vi en sus ojos, me dijo: largo de aquí, pero quiso decir: he vuelto porque se me olvida algo. O porque irradias calor, ese toque tonificante que a mí me falta“. La excusa para respirar el mismo aire o para ver el mismo rayo verde que tú al ponerse el sol torciendo el horizonte. Abajo, en Puerto Naos.

En las palabras no hay fusionados. En los gestos sí. Aunque sean fusiones fugaces. Adquiridas o innatas. Total, aprovechamos el tópico: un gesto vale más que cientos y cientos de palabras.

Vayan estas pequeñas palabras, que no significan todo lo que querríamos, en honor a un hombre grande, al compañero y amigo Francisco Manuel Lorenzo Rodríguez, profesor de historia del IES Eusebio Barreto, en Los Llanos de Aridane, que nos ha dejado hoy un poco más solos.

La historia y las artes plásticas, la arqueología y la enseñanza están más vacías. La amistad también. Y las palabras. Amaba la exactitud de aquello que se dice. ¿Pero dónde están exactas las palabras que buscamos como homenaje?

Aprendiendo a tratar con su presencia a través del pensamiento. No encontramos las palabras. No pueden expresar nuestra nostalgia.

Hasta siempre, querido amigo.

 

Lucía Rosa González 

Los Llanos de Aridane, lunes 21 de febrero de 2017

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