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La Bajada, abuelo, la música y amigos

Pablo Díaz Cobiella

Puede parecer que estas palabras carezcan de objetivad común para todos, pues siento decirles que es verdad; y además voy a intentar razonarlo ¡Veremos qué pasa!

Una vez, sentados en su piano de la casa de las estrellas (La Dehesa), le quité las gafas. Indudablemente no me acuerdo, ni tengo imágenes de ese momento pero debo decir que el recuerdo de aquello que él tanto nombraba después se ha mantenido eterno dentro de mí, y por lo tanto está vivo de alguna manera, de las maneras que queramos imaginar. Uno de los días, como hoy, me imagino sentado a su lado en los sillones de San José 8; clavándonos la mirada en silencio, sabiendo lo que nos amamos en silencio y un beso en la frente, esta vez sin mirarnos y con ruido: el beso tornaba a la ternura y con eso bastaba. ¿Se imaginan qué se me ocurrió preguntarle en un momento como aquel? Pues le pregunté: ¿Qué es tu música? No qué era la música, sino ¿qué es tu música, abuelo? Que atrevimiento tan fuera de lo normal y de lugar por mí parte, como si pudiera comprender la posible respuesta (ya juzgaba la dificultad de comprenderlo, terco de mí). Pues después de un silencio (los que lo conocen saben de ese silencio tan pausado y largo, y al mismo tiempo esperado con dulzura) me responde: “Mi música es mi circunstancia, y he hecho todo lo que he hecho por mi circunstancia. Que me quitaras las gafas en el piano era una de ellas, ver a mi hija Mave bailando los Enanos en Tijarafe era otra, mi amigo Juan Canario, el amor de tu abuela, (otra pausa enriquecedora, te daba tiempo a saborearlo, me parecía algo maravilloso) y entre otras muchas cosas, otra que me ha llenado de plenitud y sobretodo gratitud: la gente, las personas, las que me rodean y las que no”. Sabiendo de su amor por las primeras, indagué un poco más en esto último, y todo nos llevó a la Bajada de La Virgen. No les puedo negar que era donde quería llegar. He vivido desde dentro cómo era abuelo con la Bajada, y lo he disfrutado muchísimo. Pero no sabía qué sentía él con todo esto. No les voy a contar la parte técnica, ya que me llevaría un tiempo que no me corresponde y que no sería capaz de describir. “La Bajada de la Virgen es la gente, y la gente es la Bajada de La Virgen, y todo ello es mi circunstancia y en estos momentos me debo a esta forma, pero no deber como ordenanza o imposición, sino desde el amor hacia la gente, desde el abrazo hacia la gente, desde la ilusión hacia la gente; me siento libre hacia la gente”. Recuerdo aquella conversación especialmente, por fin me dio lugar a que descubriera, en un principio, qué es su música, pero con un abanico tan grande de posibilidades que era imposible saberlo, y es precisamente y al mismo tiempo la respuesta a mis dudas: yo y mi imaginación de su música, 'mi circunstancia'. Pienso qué era lo que pretendía, pues finalizó con su sonrisa también sostenida en el tiempo, esa que no te contaba nada y al mismo tiempo te lo decía todo, esa que te inquietaba a razonar en solitario. Y lo consiguió, me he quedado ahí; en 'mi circunstancia', y me alegro de haberlo hecho porque he disfrutado y disfruto cada momento suyo como único y diferente.

Finalmente y 'sin terminar' (añadía esto a sus posibles finales, pues no le gustaban, incluso en sus composiciones) hubo una parte práctica de esta suya teoría sobre su música, y es que fuimos interrumpidos amable y, sobre todo, cariñosamente, por alguien que bajaba las escaleras (bajar las escalera de San José 8; sigue siendo un misterio a descubrir de por qué te invade una sensación de tanta cercanía, humanidad, simplicidad; incluso ahora). La ilusión llegó como un regalo de reyes o incluso mejor, como si de la víspera del día mágico se tratara. Y un desbordante gesto de gozo, y un abrazo entrañable fusionaron el momento; una admiración mutua y unas inconfundibles ganas de ponerse a trabajar entre partituras y palabras hicieron que comprendiera el conjunto de circunstancias que rodeaban y rodean la música de abuelo. Ángel Camacho, su compañero musical, el ejecutor de su música; pero, sobre todo, su amigo. Más allá de su profesionalidad impecable, Ángel sintió desde un primer momento a abuelo, y por lo tanto sus circunstancias y por respuesta a esas circunstancias, su música: Ángel es su música.

He terminado de escribir este artículo o como lo quieran definir, y siento una alegría inmensa, ¡Enorme!, ¡enorme! Es como si después de aquel sillón a sillón, en aquel día de aquel año, me volviera a sentar a su lado compartiendo estas palabras y esperando la merienda implacable e insustituible de galletas con mantequilla y café con leche en tazón, otro momento silencioso y pausado, y miradas de gozo por la merienda por supuesto, también por la complicidad de dos amigos que se quieren con locura.

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