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Minutos

Pablo Díaz Cobiella

Han pasado varios minutos desde que recordé esta mañana mi último encuentro con Luis. Y he sentido unas ganas enormes de proyectarlo de alguna manera, esa sensación efímera de crear, esa desesperación contradictoria de desnudar lo que había pensado y poderlo expresar de la única forma que se, escribiendo. Y me sigue costando, pues soy más de aventurarme en las explosiones del interior y regodearme en todas esas historias. Escribir por dentro, además de para dentro. La mirada perdida en algún suceso del pasado. La posición de una mano que señala al sur, algo así como ir cuesta abajo. Las piernas moviéndose de un lado para otro, en señal de inquietud; como toda disciplina artística a punto de producirse. Y el silencio. El buen desgarrador silencio. Nadie habla, pero se escucha todo.

Me conmueve la sensación de querer alcanzar todos los campos. De que nada me gusta más ni menos, de lograr una equilibrada euforia, al mismo tiempo que una iluminada decepción. De amar ilimitadamente, sin agotar el soplo que libera el primer beso. Perdonar sin sentir que es un mandamiento ilustrado. Caminar y perderse alguna vez, sin darte una explicación que haga la raíz más fuerte, no importa si desaparece un instante la cordura y las ansias de supervivencia. Y una mañana en espera, dejando que el tiempo caiga sin esperar que vuelva.

Una música que suene de pronto. La señal inequívoca de que el sentimiento empieza a desprenderse de tu piel. Y no se asusten, no hay que parar ningún proceso. La naturaleza no nos necesita para sobrevivir, es al revés. Dejemos entrar y hacer que duela el acorde melódico, y que los bemoles y los sostenidos ardan, como en una noche de San Juan con olor a papel y unas últimas gotas de tinta.

Luchar por construirte a ti mismo, o como un pobre solitario ya desalmado y entregado a la ola que está a punto de llegar; exactitud milimétrica que te va a atrapar, esos segundos antes.

Observar todo el suceso, ya sea imaginado o real; a menudo es lo mismo. O dibujar la manera distinta en la que hubiese dado un paso a la derecha en vez de a la izquierda y que supondría aquel camino en vez del otro. Por eso la imaginación existe, es necesaria para sobrevivir igual que la realidad. No importa irse un rato a la luna, si después pueden visitarte en ella. No es tan alejado, ni tan imposible, y de lo posible se sabe mucho.

Cuando no pueda ocurrir nada de esto, lo que conocemos como vacío. Recurramos al tiempo. Esa dimensión que es capaz de resolver el problema de vaciarse alguna vez. Más allá de resignarme a aquella compasión de darse un tiempo yo me abrazo a ella como si no hubiera un mañana, la deseo con pureza y además la disfruto como si volviera a llenar. Nada más. Llegó para quedarse, este amor, este momento, este tiempo.

No se conmemorar tu aniversario de partida hacia el lugar que has elegido. No sé expresar una forma de tristeza o una forma de nostalgia, o sí. Solo recordé aquella tarde, de esas últimas, pues nunca lo fue o lo será. Y de verdad lo digo. Habíamos logrado el desencuentro y el encuentro en el encuentro. Habíamos planteado un supuesto que no necesitaba una resolución pues estaba ya maravillosamente resuelto. Esta última frase es Luis Cobiella, ese hombre que implora un mundo sencillo en una línea muy fina entre la música y la química. Hasta pronto.

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