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Espacio de opinión de La Palma Ahora

‘Solsticia estampa de invierno’

Miguel Jiménez Amaro

Hace quince solsticios de invierno que empezó esta aventura, esta saga de Las Cosas Buenas de Miguel; hace unos cuantos años menos que cuando se estrenó ‘La Guerra de Las Galaxias’. Unos meses antes de hace quince solsticios, clareando el otoño, en el Restaurante San Petronio, estaba comiendo con mi amigo el sevillano Juan Ochoa, ‘mi arma’, actor de cine y teatro, mago y echador de cartas. ‘Mi arma’ me hablaba de una familia -padres y dos hijos- que estaban comiendo en frente de nosotros, me decía que vinieron con él en el avión. Ellos, hacían lo mismo, hablaban de ‘mi arma’: “Es el actor que trabajó en ‘El Comisario’ y en ‘Plinio’, que vino con nosotros ayer en el avión”. La familia acabó de comer, pagó y se levantó, para al momento regresar el cabeza, el que iba a ser mi amigo catalán de Barcelona, Andrés Almenara; le pregunta a Eliseo, que ya regentaba San Petronio, qué de quien era el yip mitsubisi blanco rotulado con el anagrama de una multinacional alemana que estaba allí a fuera. Eliseo le indica que soy yo. Viene hacia mí, me pregunta que si yo era Miguel, y me dijo que le habían hablado de mí en Barcelona, que le habían dado el teléfono mío, y que no me dejara de llamar. Me dijo que no lo iba a hacer, por no molestarme, pero que dándose esta causalidad, teníamos que conocernos. Le dije que yo opinaba de igual manera, que algo bueno nos deparaba la suerte.

Atendí a la familia de Andrés lo mejor que pude, como siempre lo hago. Descubrimos Andrés y yo un millón de afinidades entre nosotros. En un momento de tantos que pasamos en aquella semana, me preguntó que si yo conocía a José María Llopart, y le dije que no. Pues tienes que conocerlo, es uno de los hijos de la familia Llopart, es muy buena gente y trabaja   en el negocio familiar, en Cava Llopart; Llopart es una cava familiar y artesanal –me dijo-. A principios de octubre me llegaron unas botellas de muestras que puse en la nevera.

En la víspera de San Martín coincido con mi amigo Álvaro Argany, buen amigo y buen conocedor de cava –como de tantas y tantas cosas-, en una bodega en Barlovento; le comento de la situación en la que me encuentro, que debo de tomar una decisión en breve, porque me persigue el tiempo, y que no me atrevo a tomar esa decisión sin que él me dé su parecer, su bendición; me preguntó la marca del cava, y me dijo que lo conocía, que era de mucha calidad. Álvaro tenía al día siguiente, sábado, su comida anual con sus ex compañeros de colegio en Tenerife, pero nos vimos el domingo en su casa. En casa de Álvaro estaban Carlos Lozano padre, que en paz descanse; Carlos Lozano hijo, muy buen catador y enseñante; Mercedes, la mujer de Álvaro que nos había decorado la mesa, y alguien más del mundo del vino y la cata que no recuerdo bien, ¿quizás Carlos Fernández? Creo que sí. La opinión fue unánime, bromeaban conmigo y me decían que me plantase en Barcelona lo antes posible.

Me planté en Barcelona a primera hora del viernes siguiente, el jueves hice La Palma-Madrid, para no pagar hotel –tengo hotel propio en Madrid-, y al día siguiente puente aéreo a Barcelona. José María Llopart me estaba esperando en El Prat. La manera de reconocerme era una bolsa que yo llevaba en la mano con una caja de puros anillados con las palabras ‘Especiales para Cava Llopart’ y una botella de malvasía dulce para la familia. La sintonía entre ambos fue inmediata, corrió enseguida, como el buen Llopart. Del aeropuerto fuimos a San Sadurní de Noia, en donde la familia tiene los viñedos, la bodega y la antigua Masía, donde José María vivió muchos años como un ermitaño, con la única compañía fiel de un piano, hasta que surgieron en su vida Yeni, y más tarde sus dos hijos, Miquel y Biel. La Masía se había quedado sin su masover y José María decidió irse a vivir a ella, a experimentar la fuerza. Hicimos un recorrido por los viñedos al mismo tiempo que me iba empapando sobre la cultura del cava bajo la instrucción de José María. Cuando acabamos de visitar las viñas -pienso que es lo primero que se ha de visitar en un bodega, el suelo y las parras- fuimos a la Masía a recoger a Yeni (colombiana un poco afrancesada, igual de bella por fuera que por dentro), para ir a comer en un pueblito cercano, en San Pau, en el Restaurante Cachín, cocina catalana, alcachofas a la brasa, bacalao a la ‘llauma’ y manitas de cerdo rellenas de setas de estación; de postre, tocino de cielo y chocolates. Os estoy escuchando preguntar: ¿qué bebimos?; sí, os lo voy a decir, Cava Llopart Gran Reserva Leopardi Brut Nature. Con el café y el marc de cava abrí un mazo de puros que ofrecimos al personal de Cachín.

Del restaurante nos fuimos a La Cava. En ella me explicó todo el procedimiento del cava paso por paso. La elaboración del vino, el paso del vino a botellas con las levaduras, la colocación de las botellas en los pupitres, la rotación diaria y a mano de las botellas en los pupitres de cemento que solo lo siguen haciendo muy pocas bodegas, el degüelle (cuando se le saca la levadura) añadir el licor de expedición cuando procede (la diferencia entre un brut y un brut nature: no lleva licor de expedición y nada de azúcar), y el tiempo que tienen que estar durmiendo los distintos cavas en función de que sean reserva o gran reserva. Llopart solo hace cava brut o brut nature. Tiene diez referencias de cava, dos de vinos blancos y una de tinto.

En los años cuarenta, el padre de José María, el señor Pere, con otras bodegas, muy pocas, familiares y artesanales como la suya, apostaron por elaborar brut nature. Las grandes empresas, las industriales, los tildaron de locos, y que locura más sana; al final, las industriales acabaron imitando a aquellos locos ingeniosos. El señor Pere con sus ochenta y cinco años sigue con aquella su misma juventud entre medio de sus viñas, desde primeras horas hasta las últimas. Es el alma, cuerpo, mente, corazón y espíritu de esta gran bodega respetada por todo el sector, y de la que soy su humilde distribuidor, apóstol, predicador, para toda Canarias. Y todo ello, porque un día, mi amigo Andrés Almenara lo vio, lo soñó, estando bañándonos juntos en la Playa de Los Guirres.

El plato final en la visita a la bodega fue conocer al señor Pere y su esposa, que me llevaron por la noche al Prat para regresar a Madrid; puente aéreo otra vez, y pasar el fin de semana con los amigos. En el Aeropuerto me despedí del matrimonio Llopart y Lopart, ambos son de primer apellido Llopart, diciéndoles que me enviasen tres palets, que debieran de estar en la agencia lo antes posible para intentar que no se nos pasaran las fechas. Me miraron con mucho cariño, aunque con cierta incredulidad, quizás hasta llegaron a pensar que sí estaba un poco loco, lo más seguro es que sí, y que vieron mi locura como un reflejo de la suya cuando revolucionaron el concepto del cava. Han pasado quince años desde aquella despedida nuestra en el Aeropuerto del Prat, desde aquellos primeros palets que llegaron a tiempo al puerto de Santa Cruz de La Palma; después de esos tres, ya vamos por varios centenares. Y todo ello, porque también un día, mi amigo Álvaro Argany lo vio, lo soñó, degustando juntos aquellas botellas de cava en su casa, con buena compañía, en San Antonio de Breña Baja.

En La Masía he tenido mi casa cada vez que he ido a la Feria de Alimentaria, he tenido mi habitación y el cariño de José María, Yeni, Biel, Miquel, y del resto de la familia Llopart . Desde la ventana balcón de mi habitación se divisa Montserrat, la montaña y el monasterio. La mejor vista de Montserrat se disfruta desde el salón, desde un ventanal acristalado que coge casi toda la pared, debajo de ese ventanal tienen un jardín zen, en donde practican agricultura ecológica. Muchas veces sueño con ese ventanal, el jardín, el huerto y las formas medio humanas de las rocas de Montserrat al frente. Ahora, con el solsticio de invierno, me ocurre más aun.

No es esta estampa el anuncio de El Corte Inglés, ni el de Freixenet, ni el del turrón El Almendro; pero sí es la manera que recuerdo yo aquel día de hace quince años por aquellas fechas cercanas al Solsticio de Invierno, en el que di un paso -el despertar de la fuerza-, que generó un gran vuelco, que no ha acabado de completar, a mi vida, un vuelco que ella y yo necesitábamos. Esta solsticiana estampa es mi humilde y sincera postal navideña.

Feliz Solsticio, amigos. Y tened cuidado con el lado oscuro.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel  

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