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Voracidad humana con respecto al mundo (algo no estamos haciendo bien)

Lucía Rosa González

Los habitantes del mundo permitimos que esté en juego nuestro futuro; que se viertan tiempo y medios en cubrir informaciones radiadas, televisadas o escritas con noticias muy relevantes de las que solo se percata un minúsculo número de receptores, o viceversa; de suerte que se omiten o se pasa tangencialmente por hechos trascendentes que afectan al conjunto general de seres vivos, también animales y plantas, es decir, al planeta. Se nos calienta el mundo. Lo palpamos.

A diferencia del resto, la raza humana ahonda con el pensamiento el ámbito de las ideas, así, de esta manera profunda es como hay que tratar los asuntos que conciernen a todos. Pero como somos guiados por personajes ineptos, escasos de pensamientos coherentes, la idea de abordar los conflictos de forma escrupulosa se va al traste.

Hay mandatarios que llegan al poder debido a la existencia de una eterna dinastía que en su momento ocupó el trono y dicha hegemonía la heredan sus vástagos por la gracia divina; este es el caso de los dictadores que en el siglo XXI persisten en países africanos.

Otros disfrazan su dominio presidencial amparándose en el eufemismo de elecciones democráticas bajo cuya tapadera infame se ocultan, instaurando reformas constitucionales arbitrarias para que puedan ejercer el poder hasta la eternidad como, por ejemplo, el caso de Bielorrusia.

Dado que todos los seres vivos sienten hambre, desde su quietud, las plantas reciben respuesta porque sí, si el universo con sus propiedades naturales los sacia; los animales devoran al animal del eslabón inferior y así hasta enlazar una punta con la otra de la cadena; los seres humanos acaparan el tiempo, son los dueños y señores del futuro no solo de su raza sino de todas las existencias vegetal y animal. Subsistencias desamparadas ante la voracidad humana.

Y ello viene a cuento debido a tantas atrocidades a las que estamos abocados por las actuaciones negligentes de gobernantes que tienen en su mano caprichosa nuestras manos indefensas.

Apenas llueve, nuestras huertas se estrían como un vientre que se desinfla después de un período de robustez, anhelamos la lluvia, invocamos las fuerzas sobrenaturales con talismanes y abalorios celestiales para que caiga agua ya no de modo torrencial, nos conformamos con aislados sirimiris porque, en el fondo, aceptamos petrificados la huida de la lluvia hacia otras galaxias. Con los brazos cruzados. La deseamos pero este es un deseo incierto, un deseo que depende de la contingencia, de los dioses, satisfacerlo es un hecho que nos causa desmoralización e impotencia.

Todo en el fondo se ve abocado a una actuación contradictoria. Se nos incita a viajar de forma económica, a conocer el mundo de punta a punta por un puñado de euros, y subidos a las nubes, observamos que el queroseno que mueve al vehículo se vierte entre la niebla y se expande y difumina como un gas letal camuflado en el tiempo a corto plazo; pero de regresar al punto de partida ni mu, hasta que hayamos consumido las paradisiacas vacaciones más baratas que el sol.

Todos somos corresponsables de todo; las plantas por mantener su inmovilidad silenciosa; los animales que continúan descuartizando los cadáveres de otros de su misma especie; los humanos que votan a ciertos gobernantes incompetentes que atacan la estabilidad del planeta. ¿Qué eligen? ¿Sentirse sencillamente dominados? Se supone que antes de los comicios, los ciudadanos nos habremos documentado para que la elección sea eficaz.

¿Basta con elegir a líderes que dominan y administran solo los bienes económicos con suficiencia? ¿No hay líderes prestigiosos que nutran con esperanza consentida nuestros valores? La mayoría última queda rezagada en las cunetas porque los electores hemos decidido que quienes nos van a sacar las castañas del fuego son los que ejercen el liderazgo económico.

Ahí la iniciativa compete al reino humano. Los reinos vegetal y animal quedan relegados. Gana el reino económico.

Por poner un ejemplo, Trump ha gestionado su economía de modo plausible, ha reforzado sus cadenas hoteleras. ¿Es este manejo exitoso en los negocios lo que han admirado de él sus electores para que llegue a contaminar nuestras vidas? Sube a un sillón y paraliza o deroga las conquistas logradas en inmigración, sanidad y medio ambiente del período precedente. Por no hablar de sus comportamientos misóginos. Hace apología de su torpe negación del cambio climático, y al día siguiente, arrecia aposta el huracán Irma y arrasa La Florida; pero él no cree en el cambio climático. Abre la boca en Asia y, la cuna de todas las violaciones de derechos humanos, Corea del Norte amenaza con lanzar siniestramente sus cargas explosivas al mundo que somos nosotros. Trump la lía, ¿eh? Da el visto bueno para la superproducción de carbón, energía de las más contaminantes, pero no alienta las energías limpias. Estamos respirando de forma colateral su mismo aire contaminado, y no damos crédito a que aún debe asfixiarnos de modo unilateral tres años más y quién sabe si reengancha.

No solo se necesitan personajes eficaces que gestionen con habilidad los recursos naturales, sino que regulen a su vez la actuación de dirigentes políticos sin escrúpulos que destruyen nuestro hábitat, mientras engordan sus bolsillos trasladando a paraísos fiscales los beneficios de sus ingentes negocios opacos, a costa de mano de obra barata, aunque arrastren al abismo las indispensables mejoras sociales de las que se deberían beneficiar las poblaciones; que la sociedad más desfavorecida sufra un poco más, qué sadismo más despreciable.

¿Qué nos queda? Apechugar con la subida de impuestos directamente relacionada con tales depravadas acciones económicas, pero también habrá que salir a la calle con proclamas reivindicativas hasta que al mundo se le irriten las membranas auditivas; ¡estos indignos empresarios políticos que nos encaminan irremisiblemente al apocalipsis! ¿No habría que darles voz también a animales y plantas que están en desventaja?

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