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Confianza y voto

Arnaldo Martín Rodríguez

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La democracia se basa en la desconfianza. Cuando un partido considera que darle el voto supone ganarse la confianza de los ciudadanos utiliza un lenguaje levemente perverso. Un ciudadano imbuido de auténtico espíritu democrático da su voto pero no su confianza.

Das el voto a un partido pero desconfías de él, y quieres que la oposición, a la que no has votado le vigile y fiscalice, que las instituciones lo controlen, que los jueces lo escruten, que responda e informe de sus decisiones, que explique sus medidas, que cumpla lo que ha prometido, que los periódicos sean objetivos en las informaciones y que al cabo de un tiempo, vuelvan a presentarse a las elecciones. Si alguno de estos pasos no se da limpiamente la democracia degenera, por tanto cuando das tu voto no das tu confianza.

Si con tu voto también das tu confianza, el gobierno sabrá que aunque incumpla sus promesas, le seguirás votando y las incumplirá. El gobierno sabrá, que aunque no informe de sus decisiones, le seguirás votando y se volverá opaco. El gobierno sabrá, que aunque manipule los periódicos y los medios de comunicación, confías en ellos y le votarás. Les votarás hagan lo que hagan y eso le gusta a cualquier gobernante, pero representa una democracia inmadura o degenerada y obtienes a cambio los frutos vanos de la inmadurez democrática.

La desconfianza, aun dando el voto no es una contradicción es una obligación, porque hay que votar, es importante y esto no me voy a detener a explicarlo, porque es demasiado elemental, pero hay que desconfiar de aquel a quien se vota, para que cuando lleguen de nuevo las elecciones seas capaz de votar a otro. Y ese es el verdadero principio de la democracia, la capacidad de opciones de gobierno.

En este país no hay opciones de gobierno, hay alternancia pero no hay alternativa, y es necesario que existan, es necesario para tener una democracia sana, madura y vigorosa, en la que los gobernantes sirvan a el pueblo soberano, al bien común y no a intereses particulares de bancos y corporaciones. Votar dando la confianza además del voto, es un tanto infantil e irracional. Votar con ilusión es caer en las redes de ilusionistas y prestidigitadores. Votar con desconfianza y con raciocinio es lo verdaderamente maduro y lógico. Para ello no hacen falta grandes conocimientos ni una esmerada educación. Sólo hace falta atreverse a pensar por uno mismo, atreverse a no dejarse llevar por fuegos artificiales y colorines, atreverse a rechazar ilusiones y sopesar realidades, por muy amargas que puedan ser y atreverse a cambiar de partido al que votar.

Quedarnos en casa, absteniéndonos, lamentando la traición a nuestra confianza, no es propio de ciudadanos de una democracia madura, sana y por tanto, capaz de realizar cambios. Los cambios no los hacen los gobiernos, los hacen los ciudadanos con su voto.

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