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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
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El asesino del 'Plus Ultra'

Miguel Jiménez Amaro

Manolo le ofreció un puro de los hechos por él mismo a Fellini. Lo encendieron como si estuvieran en un ritual, ofreciendo todo aquel humo al día en que se conocieron y agradeciendo al universo aquel reencuentro. Garrafón se acercó a la mesa para decir que tenía que cerrar el kiosco y aprovechó para decirle a Miguel que se había quedado sin ‘Llopart’. Garrafón le comentó que esa mañana le había llegado por primera vez un cliente que se acababa de alojar en el Hotel Patria, probó el ‘Integral Brut Nature de Llopart’, le gustó y le dijo que no sabía el tiempo que iba a estar en la Isla, pero que le gustaría seguir bebiéndolo. ¿Sería el inductor del asesinato de la alemana?

Manolo pagó la cuenta, bajaron El Puente, torcieron a la derecha al llegar a la Calle Real, desde donde empezaron a oír los gritos en la Plaza de España de un señor armado en cólera, profiriendo insultos a todo el árbol genealógico de un grupo de jóvenes que estaban sentados en el banco que está debajo la casa del ‘Millonario de La Plaza’. Parecía que este señor largase espuma por la boca, los bordes de sus ojos azules se teñían de rojo, y en su esférica calva se podía ver reflejada la luna llena. Manolo comentó que ya le habían vuelto a nombrar a Pedro la palabra. “¿Qué palabra?” preguntó Fellini. “Guindano”, le respondió Manolo. “¿Cómo una sola palabra puede despertar este aluvión de cólera e insultos? Es algo que me he preguntado muchas veces”, comentó Fellini. ‘El Chivato Tántrico’ le salió al paso con su misticismo práctico: “¡Tanto como una palabra adecuada, un mantra, repetido con la devoción e ideación debida, te puede llevar a la ‘Madre del Universo’.

A la altura de ‘La Pérgola’ se cruzaron con una persona que caminaba como Luis II de Baviera, aunque con bastante decrepitud, que lo hacía parecer más bien al personaje de ‘Amarcord’ que la familia lo va a buscar al manicomio, en donde lo tienen aparcado, un día al mes. Aquel que cuando acabó la comida familiar en la casa de campo se subió a un árbol desde el que gritaba: “¡Quiero una mujer, quiero una mujer!”. En el fondo de ese desaliño había una elegancia y belleza exquisita póstuma en aquel hombre, un halo misterioso de locura y sabiduría en su mirada alejada del mundo, que interrogaba a todo aquel que lo mirase. Manolo, que se percató de la curiosidad de Fellini por esta persona, salió en su auxilio. “Federico, este hombre es tocayo mío. Jugábamos juntos en el Club Náutico al ajedrez y al billar francés. No hubo nunca manera de que le ganase una partida a ambos. ¡Y mira que yo era bueno a los dos! Pero ya ves cómo puede acabar uno”.

Subieron los dos escalones del ‘Quitapenas’. Ninnette y Lissette quisieron ir al baño. Manolo pidió ‘Integral de Llopart’ para todos, mientras Miguel y ‘El Chivato Tántrico rodaban las mesas. Fellini les dijo que pusieran una silla más, que no sabía lo que ocurría en esa noche de luna llena, que acababa de encontrarse con otro amigo, Gunther, un austriaco recién llegado a la Isla. Gunther, que abrazaba a Fellini, dijo que con una condición, que le dejasen pagar. Manolo estuvo a punto de decir que no, que pagaba él, pero recordó una discusión que había ocurrido hacía poco en la Parrilla de Las Nieves, en la que dos amigos harto generosos casi pierden la amistad por disputarse quién de los dos pagaba la cuenta, lo que dio pie a uno de los gorristas, aprovechados, que los acompañaba, a gritar a viva voz: “¡Pero dejen pagar a uno de estos dos hombres! ¿Ustedes no ven que les va a dar algo? ”¿Y quién va a pagar después?“. Manolo entendió de solaz que había que respetar la voluntad de Gunther, no había gorristas, ni aprovechados, en la costa.

Fellini y Gunther se habían conocido en un teatro de Milán, y luego se siguieron viendo en diversos primeros teatros del mundo entero. Ellos no pensaron nunca que iban a tener un encuentro como este en una isla perdida del Océano Atlántico, de la que ni siquiera habían soñado su existencia. Se acercó Sacrán a la mesa para ofrecerles una marinera de candil, un pez de las profundidades, cogido con nylon de alambre, más sabroso incluso que la merluza. Se miraron entre todos con complicidad. Manolo dijo: “¿Qué es un balde de agua para un camello, Fellini?.”¿Y qué es una raya para un tigre?“. Empezaron a reír, y sus risas contagiaron a todo El Quitapenas. Hasta el recién llegado Constantine, que nunca ríe, lo aprendió de sus maestros en el celuloide, y que esa noche llevaba puesto un rostro más enjuto que el de costumbre, rió.

Constantine se acercó a la mesa y les dijo muy bajito, así como para que solo se enterase toda La Palma, que esa noche iban a presenciar en directo la detención del asesino del Plus Ultra. Lo invitaron a sentarse, pero dijo que no, que su lugar estaba ahora mismo en la barra, y que tenía que poner todavía más cara de mala leche. Ninnette y Lissette le preguntaron cómo reconocerían al asesino antes de que lo detuviese. Les dijo que entraría silbando, que pediría un ‘Sol y sombra’, que carraspearía y encendería un ‘Chesterfield’ sin filtro. Constantine pidió disculpas porque el asesino ya estaba al llegar, frunció mas su cara, tiró el Águila Blanca al suelo, lo pisoteó con sus negros botines y se apresuró hasta llegar a la barra en donde encendió otro Águila Blanca, no sin antes decirle a Fellini que sin falta tenía que hablar con él mas tarde.

Llegó el asesino del Plus Ultra, con cara de más asesino, silbando una canción de Gloria Lasso, ‘Luna de Miel’, pidió un ‘Sol y sombra’, carraspeó, y encendió un Chesterfield sin filtro. Constantine dejó que se confiase, que pensase que no tenía un sobrenatural detective al lado suyo. Dejó que tomase el ‘Sol y Sombra’, que siguiera fumando el Chesterfield sin filtro, y cuando fue a buscar la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, Constantine, con una sola mano, en la otra tenía un Águila Blanca, le enfundó con un arte de otra dimensión las dos esposas, una en cada mano, ante la clientela del ‘Quitapenas’, que casi en el desmayo, le aplaudió a rabiar. Esto no fue lo peor para el asesino, lo peor fue verle la cara a Constantine, que llevaba puesta la peor de las suyas; tal cara que cuando el asesino la vio, dijo: “No me mate, no me mate, que confieso”. “No te voy a matar, que es lo que te mereces, pero no vas a ver el Plus Ultra nunca más. Te vas a podrir en la cárcel”. Le quitó al asesino el Chesterfield que se le había quedado pegado en los labios, lo tiró al suelo, tiró su Águila Blanca, los pisoteó con sus botines negros, encendió otro Águila Blanca, y fue a dar a la mesa de Fellini.

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