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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Una banderita, por favor

Juan Calero Rodríguez

Todos los que hemos viajado al exterior hemos podido constatar con qué orgullo exhiben los pasajeros del lugar su amor por las señas nacionales. Cualquier casa o edificio no institucional muestran la bandera en su fachada o en lo alto de la edificación. El extremo más marcado que he presenciado ha sido en las ciudades norteamericanas donde los coches llevan a ambos lados unos brazos o extensiones donde ondean orondas la bandera del país.

O en competiciones internacionales, como los juegos olímpicos, vemos al ganador de la prueba pararse en atención, con lágrimas en los ojos en la más absoluta concentración brindar la medalla de oro que lleva en el pecho a la bandera mientras escucha su himno nacional. Es un sentimiento que llevamos dentro desde niño los que hemos estudiado en otro país. En cambio, vemos en ese minuto solemne a muchos campeones españoles sonreír, arreglarse el pelo, rascarse la nariz, mirar el público, alisarse la ropa deportiva…

En días pasados me dispuse a recorrer las posibles tiendas de la Calle Real que puedan tener a la venta una banderita de mesa, canaria o española para un encargo que me habían hecho. En todas me abrían tres cuartos los ojos y con voz muy queda se limitaban en decir: “No, no”.

Hasta que le pregunto a un señor que me responde: “¡Muchacho, con lo mala que está la cosa, para que me llamen fascista y me rompan la tienda!, no creo que ningún comercio haga pedidos de banderitas por aquí, habrás visto cómo hace poco mataron a un señor mayor por llevar los tirantes del pantalón con los colores de la bandera española’. Le respondí: ‘Estamos en Canarias ¿no?’ y continúa diciendo, ‘no te confíes, todavía la bandera canaria, pasa, ¡pero la española…!”

Pienso que entre los miles de cruceristas que deambulan Calle Real arriba y Calle Real abajo semanalmente, al ver banderitas a la venta, alguno la compraría de suvenir, como un artículo más.

Al final encontré la susodicha en una tienda de chinos fuera de la capital. Y pienso, ¡que vengan los chinos a vender banderas españolas a los españoles!

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