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El beso de Liz Taylor

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos: 

Alguna vez os he comentado de una práctica meditativa en movimiento que hago a diario, a no ser que algo me lo impida, el mal tiempo, algún viaje, y a partir de hace tres domingo las aguavivas, de las que me mantenía virgen. Esta práctica consiste en, a primera hora de la mañana, ir caminando desde mi casa en Santa Cruz de La Palma a la Playa Vieja de Los Cancajos, cuando no, lo hago desde el inicio del paseo de Las Salinas, en donde dejo la moto, y hago el resto del recorrido a pie; una vez en la vieja playa, me desvisto, entro en el mar y nado como unos treinta minutos. Desde que salgo de casa voy concentrado en un solo pensamiento, el de agradecerle al mar ese regalo tan grande que nos hizo hace millones de año, que es el origen de la vida, y el de que nuestro cuerpo y el del resto de los seres vivos sea en un setenta por ciento agua de mar. Hace millones de años las medusas fueron las primeras manifestaciones de la vida, y al llegar algunas a tierra, arrastradas por el mar, empezó la primera manifestación de vida en esta otra parte del planeta, en la tierra, hasta llegar a los hombres, que se supone que sean el último eslabón de esta cadena evolutiva. Cuando estoy nadando consigo no pensar, parar el pensamiento, el dialogo interior, como decía Don Juan, que se comenta que es la finalidad de la meditación; lo que las medusas de siempre han sabido hacer muy bien. ¡O eso al menos, pensaba yo! Luego, de regreso a la orilla, al pisar de nuevo tierra, se me vienen a saco los pensamientos que pude acallar mientras nadaba. Pero ya los ves de una manera distinta, y si te reiteras en esta práctica, o en cualquier otra, puedes hacer que tú timonees  tus pensamientos, no que ellos lo hagan contigo. 

Hago escrupuloso caso cuando en la playa ondea la bandera roja, pero hasta ahora, no lo hacía cuando ponían la bandera blanca y negra, como la de los piratas, advirtiendo de que en la playa hay medusas. Es más, cuando veo algunas de ellas muertas en la orilla, intentando llegar a ser hombres dentro de millones de años, me baño sin ningún reparo. Esto hasta hace tres domingos, en que una variedad de ellas, la que más frecuenta estos mares, la 'Carabela Portuguesa’, una preciosidad de color malva, me mordió a las seis de la tarde. ¿Cómo muerde la ‘Carabela Portuguesa’? Os lo voy a decir, son corrientes  de electricidad por donde te pille. A mí me trincó el brazo, antebrazo, muñeca y mano izquierda, barriga y pie derecho, pues sus rejos llegan a medir hasta veinte metros. El cuerpo, que lo tenía pegado en la muñeca, era del tamaño de una pelota de tenis. Le dije mirándola de una manera tierna, como se le habla a cualquier familiar de nuestra prehistoria, o  de antes de ella: “Muchachita, pero en qué andas pensando”. Yo sé que las medusas no piensan, pero como los pensamientos muerden y nos restan paz mental, me salieron aquellas palabras hacia ella. 

Cuando llegué a la orilla me encontré a la única  persona que se estaba bañando conmigo en la playa, un extranjero de piel de color langosta a la parrilla, con el cuerpo lleno de ‘Carabelas Portuguesas’ (¡Parecía Spiderman!) que se reía y le decía a su mujer que le hiciera una foto. Hice algo que nunca hago, quitarme el salitre con agua dulce, primera cosa que no se debe de hacer; fui al puesto de socorro, me dieron hielo para pasármelo por las heridas, segunda cosa que se debe de hacer; y tercera, darte una pomada que se llama ‘Polaramine’. Los socorristas me comentaron que han tenido que subir a bañistas al hospital, por no soportar el dolor, pero que ‘Spiderman’ se seguía riendo, se había sacado las medusas después de la foto, y las había  metido en una bolsa para llevárselas a un lugar del interior de Europa de donde provenía. 

Yo, por el contrario, no aguantaba el dolor (¡Todavía tengo las marcas de los rejos!) y eso que soy 'aguantón'. El dolor se me empezó a ir a eso de entrada la madrugada, cuando comencé a pensar que cómo la ‘Carabela Portuguesa’ tiene el mismo color que los ojos de Liz Taylor, malva, que quizás  lo que me  había ocurrido era que no me había mordido una ’Carabela Portuguesa’, sino que me había besado la misma Liz Taylor, la mujer que llamaban de los ‘Ojos Malva’, una de las mujeres más bellas del cine y del mundo. Y estuve soñando toda la noche con ella. 

¿Qué cuántas botellas de Valdelapinta, Verdejo 100%, de Rueda, de las Bodegas Hermanos del Villar, me bebí, porque con esta calor, y de noche apetece bien un blanquito? Pues unas cuantitas, entre las que tomé al llegar a casa, las de después,  cenando, y las de  mientras veía una película de piratas en la que Liz Taylor era la protagonista, pues quería llegar a la cama con el cuerpito con ganas de vacilón.   

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior

Las Cosas Buenas de Miguel     

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