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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal
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La fidelidad, virtud cívica

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Intuyo en la pugna política actual una aversión más que ideológica a personas de otros partidos. Esta antipatía en algunas ocasiones moviliza voluntades y apaga la razón. Cuando esa ojeriza de algunos se convierte en grito político siento un escalofrío por vivir en una tierra como la nuestra, necesitada de abrir páginas de esperanza. A veces hablo del futuro con personas de reconocida ecuanimidad. Personas que no suelen perder el buen sentido y que, en otros tiempos, fueron protagonistas de acciones compartidas sin mirar divisas, ni credos, ni colores, porque la preocupación común era La Palma y como destino, una obra colectiva que, en sí misma, sumaba la sustancia de un pueblo que se vio reflejado en la concordia gobernante de aquella época. Sí, eran otros tiempos, además de contar con una indispensable buena fe, creíamos en los políticos que, con Gregorio Guadalupe y Rafael Daranas al frente, formaban parte de aquel Cabildo heterogéneo pero integrador y capaz. No se trató de un acuerdo de renuncias ideológicas, sino de aportaciones positivas de todos y cada uno de sus consejeros sin que perdiera un ápice la identidad de sus respectivos partidos.

Hoy, sin embargo, la desconfianza corre paralela a las ambiciones políticas y personales de quienes nos representan. No preguntamos por lo que hacen sino por lo que esconden. La estrategia de sus líderes ha pasado a ser una maquinación continuada y son muchos los ciudadanos que piensan que en toda declaración se oculta un engaño, que hasta las muestras de interés por determinados temas forman parte de un amaño premeditado con el único fin de cautivar el voto. En política falta tanta grandeza que cuando días atrás el número dos de Coalición Canaria (CC) en el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, Antonio Acosta, presentó su renuncia como concejal por “motivos profesionales”, las cabezas calientes de otras organizaciones se han desatado para pensar en clave estratégica en algún truco o argucia, dejando al margen la posible “altura de miras” del dimisionario que priorizó el trabajo que le sustenta a la vocación de servicio con la que no puede cumplir en la medida que quisiera. Pero como la política nos ha acostumbrado a pensar en la farsa y en las artimañas, las cábalas y suposiciones están a la orden del día (dar de lado al PSOE y defenestrar al actual alcalde, Sergio Matos) y todo porque Acosta en lo político había cerrado hasta ahora las puertas a posibles pactos. De ahí que el anuncio de su retirada dispare todo tipo de hipótesis o conjeturas con más o menos fundamento, pues la salida del concejal allana el camino a un posible acuerdo de Coalición Canaria con el Partido Popular después del distanciamiento que se produjo la pasada legislatura con el denominado “caso KEC” con Acosta de protagonista.

En medio de la confusión hasta yo me he cuestionado si se trata de un enredo encubriendo una certeza o que, como decía Ronald Reagan: “La política es la segunda profesión más antigua de la tierra pero he llegado a la conclusión de que guarda una gran semejanza con la primera”. ¿Quién de nosotros no ha oído a más de un político pronunciar esa frase asquerosa de que “en política vale todo” o que “el fin justifica los medios”? En el actual mapa político de La Palma se pueden mover fichas tan sorprendentes que de su repercusión es muy posible que algún partido salga extremadamente lastimado. Pero no seré yo quien ponga el señuelo en el camino (sería como traicionar a la democracia y a la dignidad de los ciudadanos). Y no es un buen momento para este tipo de aventuras.

Debemos ser reflexivos y pensar que los partidos políticos, además de ser uno de los pilares de la democracia representativa, forman los anclajes de la vida social; son los instrumentos a través de los cuales las clases y grupos sociales canalizan sus intereses, ideologías, concepciones sobre el desarrollo económico y social y las formas de gestionar la administración pública, tanto en los momentos de prosperidad como en los de crisis que hoy vivimos. En pocas palabras, los partidos representan la pluralidad social de un pueblo. Un pueblo al que hay que escuchar y en ocasiones como la actual, interpretar su grito. No basta la tendencia del voto que cada cuatro años emitimos para descifrar como nos han de gobernar. El partido es importante pero el ciudadano lo es más. No sé cuantos políticos conocen la divisa de Colbert, el famoso ministro de Luis XIV que mostraba con esta frase su disposición de hombre público: “Para el rey, a menudo; para la patria, siempre”. Creo que es fácil de entender y de aplicar. “Para el partido, a menudo; para Santa Cruz de la Palma y para La Palma, siempre”. No digo más.

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