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Las niñas nos esperan

Andrés Expósito

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Obviamos la mirada importante, nos atrincheramos en otras causas, quizás, porque el estropicio también es culpa nuestra, o por si acaso, lo fuera. Lo que acontece a la especie humana es culpa de la especie humana.

Cientos de miles de millones de euros se gastan y vilipendian en unas elecciones europeas que no interesan a nadie, hartos y cansados de tanta vejación y engaño político, conocedores además de que, aún con la actual tempestad económica de dinero defraudado y desfalcado bajo la mesa, nuevamente, volverán las piedras al camino, cantidades insospechadas a paraísos fiscales u otras estratagemas para colmar los bolsillos de los que tienen el arca cercana, aunque de esto no nos enteraremos hasta dentro de algunos años. Demasiado tarde para entonces. Siempre es demasiado tarde para ajusticiar y condenar al poder.

Pero mientras todo esto ocurre, y las movilizaciones ingentes y desmesuradas de unos y otros, de mítines y paseos gloriosos y cercanía a la calle, y fotos de rostros hacinados que pareciera, todos debieran caber en la misma, y el compendio de fuerzas policiales y de seguridad que moviliza todo ello, a nivel europeo, porque no olvidemos que el movimiento innumerable es en toda Europa, y no dicen nada, no aclaran nada de lo que quieren y pretenden hacer para el futuro, empero sucede, y el atisbo sopesa ese otro paisaje y realidad como menos importante: las niñas secuestradas en Nigeria por la secta islamista Boko Haram. No conocen que ocurre afuera, ni quién vendrá, pero nos esperan. Esperan a que las auxiliemos.

Alguien tendría que ir y decirles, y pedir perdón, porque tendrán que seguir esperando, que a lo sumo una ínfima parte de las posibilidades se destinarán a su búsqueda, pero que Europa con la extensa y amplia potestad y sus informatizados y avanzados recursos, están entretenidos y concentrados, en la actualidad, en dichas elecciones, y el resto de los demás países, también se mantienen ocupados, a la socarrona expectativa, pendientes e incluso influyendo en ellas, para abrir alguna estrecha brecha donde augurar y proponer futuros acuerdos o beneficios económicos. Tendrán que esperar. Los que sufren y los más débiles siempre tienen que esperar. A veces la espera es eterna, a veces el inconmensurable y ardiente dolor se vuelve crónico, se acomoda y es compañía. El dolor no debiera ser, en ningún caso, compañía, si acaso, guerra, o batalla, o sudor, o rabia, o puñetazo en la pared, pero jamás compañía.

Las niñas nos esperan.

El tiempo pasa.

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