“El fotoperiodismo es una herramienta que tiene la sociedad para denunciar”

Arturo Rodríguez reside desde hace tres años en el sureste asiático. Foto: LUZ RODRÍGUEZ

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Su ‘bautismo’ como fotoperiodista fue en la guerra de Kosovo, con tan solo 20 años, buscando fosas comunes, una experiencia que le marcó “para siempre” y que durante mucho tiempo le provocó continuas pesadillas. Arturo Rodríguez (Mirca, Santa Cruz de La Palma, 1977) es un prestigioso documentalista que en 2007 fue distinguido con dos premios World Press Photo y que este jueves ha sido nombrado ‘Embajador de la Reserva de la Biosfera de La Palma’. Reside desde hace tres años en el sureste asiático y en los últimos tiempos, concretamente, en Rangún, la que fue capital de Myanmar, antigua Birmania. Ha documentado migraciones, guerras, sequías, epidemias de cólera y hambrunas en países de África y Asia, y también en Haití o República Dominicana, y sus fotografías se han publicado en medios como Washington Post, El País, El Mundo, The International Herald Tribune, Usa Today, Der Spiegel, Interviú, Time Magazine, Paris Match, XL Semanal, La Vanguardia o Ther New Yor Times. “El fotoperiodismo y el documentalismo son herramientas fundamentales que tiene la sociedad para denunciar, no olvidar y tratar de no repetir los errores del pasado”, ha señalado en una conversación con LA PALMA AHORA. “Creo que la fotografía ha cambiado cosas en el mundo; ha logrado parar la guerra de Vietnam -con fotos duras de los soldados muertos en la batalla- ha hecho que se funde una organización no gubernamental después de ver una fotografía del británico Don McCullim, uno de los grandes maestros de la fotografía, sobre las hambrunas en África; la prensa es la vigilante de los poderosos, imagínense si no existiéramos, si no estuviéramos ahí para denunciarlo…”. “Ahora tenemos a Rajoy diciendo que él ha destapado el caso Jordi Pujol, pero quien lo destapa son los periódicos, España no es tonta”, señala.

Arturo Rodríguez, el primer canario en lograr un premio World Press Photo, dirige una plataforma de difusión de la fotografía (www.arturoroguez.com) e imparte talleres en varios países, principalmente en Asia. Considera que la famosa frase de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ hay que matizarla. “En documentalismo y en fotoperiodismo las palabras son necesarias; hay fotografías en las que tú puedes intuir muchísimas cosas, pero es necesario explicar”, precisa. “Podría citar fotografías como la de ‘la niña del napalm’, en Vietnam, de NicK Ut; imagínate esa fotografía sin texto, ves la niña corriendo y gritando pero no tienes más información; el fotoperiodismo y el documentalismo necesita del periodismo siempre, sin duda”, sostiene.

Una experiencia “dura” en la guerra de Kosovo

Arturo, con 20 años, cubrió la guerra de Kosovo a finales de 1998 y principios de 1999, y reconoce que “quizá porque era muy joven, ha sido lo que más me ha marcado”. “Tuve la suerte de coincidir con un equipo español de CNN Plus y estuvimos unos días buscando fosas comunes hasta que las encontramos, y más que la imagen, creo que me impactó el olor; tuve pesadillas durante mucho tiempo”, asegura. “Ver a los familiares sufriendo cuando levantaban los cuerpos -lo mismo que ocurre en España con la memoria histórica- gente que por fin encuentra a sus seres queridos, pero que no saben si alegrarse de que están muertos y han dejado de ser torturados, o pensar que los han perdido para siempre; fue una sensación muy dura, que se mezcló con el olor; es indescriptible, se te queda grabado para siempre”.

Desde hace dos años y medio, el fotoperiodista palmero está realizando “un trabajo personal” en Myanmar que consiste en “documentar a todos los grupos étnicos, que son, según el Gobierno, 135, pero en realidad ascienden a casi 200”. “Es una especie de catálogo étnico del país, un trabajo fotográfico-antropológico, y lo estoy haciendo porque se prevé una tragedia futura, que es que la globalización, la homogenización cultural, en un espacio de tiempo no muy largo, conseguirá que todos estos grupos que ahora tienen su cultura, su personalidad y su idioma, se fundan con todos los demás, con nosotros, con Occidente, y acaben vistiendo pantalones vaqueros y comiendo hamburguesas”.

El nombramiento de ‘Embajador de la Reserva de la Biosfera de La Palma’, un título que recibió este jueves en la Casa Salazar, supone “un honor enorme, porque siempre se dice que no serás profeta en tu tierra, y en este caso no se ha cumplido; se me ha reconocido aquí mi trabajo, donde nací, donde vive mi familia, que es tan especial para mí, donde tengo mi puerto base”. “Ha sido para mí realmente especial comprobar que la gente sigue mi trabajo, que lo reconocen con este nombramiento, y no sé si soy el ‘embajador’ más joven, pero seguro que uno de los más jóvenes, sí”, señala. “Me ha hecho mucha ilusión y me ha permitido también expresar mi opinión en contra de las prospecciones petrolíferas, porque creo que es mi deber como canario y como persona defender esta tierra; las prospecciones van en contra de cualquier pensamiento inteligente, y, además, es una hipocresía ir a El Hierro a hacerse una foto defendiendo una ‘isla sostenible’ y luego otra con los de Repsol”, comenta en tono muy crítico. “La única industria que tenemos en Canarias es el turismo, y como pequeña industria, está la pesca, y las prospecciones amenazan a las dos”, afirma. “Si de verdad nos planteamos bien las cosas, económicamente, en el futuro será rentable apostar por las energías renovables porque ahorraremos dinero en sanidad, agricultura, ganadería… Estamos destrozando el mar y la tierra, jodiendo el mundo, y esto nos va a pasar factura si no cortamos desde ya”, advierte.

Arturo Rodríguez, que ha logrado vivir de la fotografía, aunque reconoce que ha tenido “altibajos”, lleva fuera de La Palma 22 años y “desgraciadamente, no vengo con frecuencia a la Isla, aunque lo intento; este año ha sido el que más tiempo he pasado aquí, cuatro meses”, indica. Ahora su “plan inicial” es regresar a Myanmar a finales de noviembre. Pero a pesar de que no puede viajar a la Isla todas las veces que le gustaría, la casa de su progenitora en Mirca, a la que está muy unido, sigue siendo su refugio, su remanso de paz, su “puerto base”. “Es donde descanso cuando estoy deprimido porque no me va bien el trabajo; cuando vuelvo a casa de mi madre y me prepara un arroz a la cubana cargo las pilas en dos días”.

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