Las cosas buenas de Miguel

Miguel Jiménez Amaro en su local junto a una escultura de Brita Drude. Foto: LUZ RODRÍGUEZ.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Su existencia transcurre a ritmo pausado, y las primeras palabras que dirigió a esta redactora, nada más iniciar la conversación, fueron: “Aquí tienes que venir con calma, porque observo que vas muy deprisa”. Miguel Jiménez Amaro, Chuchú para los amigos, hombre culto y espiritual, tocado siempre con un elegante sombrero, es el propietario del establecimiento ‘Las cosas buenas de Miguel’, un ‘santuario’ de exquisiteces gastronómicas ubicado en las cercanías de la Plaza de La Alameda de Santa Cruz de La Palma (calle Pérez Galdós, número 11). “El nombre de la tienda se lo puso la gente, que empezó a decir que yo tenía aquí cosas buenas”, ha recordado a LA PALMA AHORA. Otra cosa que dejó clara a la que suscribe, desde el primero momento, es que no confundiera sibaritismo con elitismo. “Se tiende a pensar que sibarita es el que consume productos caros, y no es así; yo sé apreciar cualquier cosa que sea buena, independientemente del precio; el placer no tiene clase”, subraya.

Miguel vende vinos que cuestan entre 6 y 40 euros, cavas, conservas pesqueras de Barbate, encurtidos, jamones ibéricos de Huelva, salchichón, chorizo, lomito y presa (envasados al vacío en sobres de 100 gramos o en piezas de 300 o 400 gramos), chocolate, aceite y complementos dietéticos. “No veo los precios excesivamente caros, algo más que en un supermercado, pero tampoco demasiado; yo invito a la gente a que venga a probar los productos, y después hablamos”, propone. “Lo bueno lo reconoce cualquier paladar, eso está claro, lo que a veces es cierto que el bolsillo no acompaña, pero insisto en que creo que no son productos caros”. Tiene “una gran cantidad de clientes muy fieles” y el 90% de ellos “son amigos, palmeros y extranjeros”, dice.

El negocio de Miguel es “una forma de vida” que le permite disfrutar con intensidad cada momento. “Aquí leo, escucho música, escribo, veo una película o un documental, como… hago todo lo que me gusta”, asegura. “La vida es corta como para no disfrutarla al máximo, intensamente”, sostiene. Pero todo con moderación porque sabe que el exceso mata el placer. Lleva una disciplina espartana para lograr un equilibrio físico y mental. “Me levanto a las seis de la mañana, voy caminando a Los Cancajos, nado en el mar, regreso y después desayuno bien con fruta, yogur, bayas de goji, plátanos secos, miel, gofio, pan integral, aceite…”. A lo largo del día hace dos comidas más “de productos sanos” y por la noche, otra caminata. También practica senderismo y ciclismo. “Tienes que dosificar lo que comes, porque los excesos insensibilizan, y cuidar tu salud”, afirma.

El primer producto que comenzó a comercializar Miguel fue el cava Llopart en el año 2000. “Con cada proveedor he tenido historias bonitas, pero para contártelas necesitaría muchas horas”. “Asistía habitualmente a la Feria Alimentaria de Barcelona, que es la más importante, iba conociendo proveedores, y a medida que los conocía, los visitaba, nos hacíamos amigos y ya después empezábamos a trabajar”, detalla. En la actualidad, reconoce, “la crisis me ha afectado mucho, y esta Isla tiene más crisis que ninguna, es una de las más rezagadas del Archipiélago porque hay mucho paro y llega poco turismo”. La venta por internet también le está haciendo un poco de mella.

En la tienda de Miguel, además de exquisiteces gastronómicas, hay arte, y su amiga Brita Drude, conocida creadora alemana afincada en La Palma, tiene un protagonismo especial. En varios rincones de este ‘santuario’ del placer, en el que reina un ambiente espiritual y armónico, están presentes varias de sus esculturas de madera de tea. De las paredes del local cuelgan fotografías familiares de Miguel, junto a otras de Luis Cobiella (al que le unía una gran amistad), del cantautor y escritor Facundo Cabral y hasta de Miguel ‘La Cabra’, entrañable personaje de Santa Cruz de La Palma. También exhibe un dibujo original de Gunter Grass, regalo del hijo del escritor germano a Miguel por su cumpleaños. Y un piano tampoco podía faltar en este local, porque Miguel, hijo de masón, es un melómano -también cinéfilo- y atesora verdaderas joyas musicales.

Cuando entras en ‘Las cosas buenas de Miguel’, accedes a otro mundo. Un universo de movimientos pausados, de ritmo sosegado, donde siempre hay tiempo para conversar. Sin prisas. Miguel, muy influenciado por la filosofía oriental, tiene una voz de halo calmado y suave y una sonrisa perenne. Es imposible imaginárselo preso de un ataque de cólera.

Recomienda “invertir todo lo que se pueda en alimentarse de forma saludable, y no lo digo porque le venga bien a mi negocio, sino porque supone un beneficio, pero también entiendo que la situación económica es la que es”.

Lo que está claro es que Miguel, como él mismo admite, es feliz con lo que hace y sabe paladear cada segundo de su existencia. “Dicen que el instante es la puerta de la eternidad, y quien vive el instante vive la eternidad, vive otro tipo de tiempo”, comenta. Y en otro tiempo vive él.

Etiquetas
stats