Cuevas naturales: los cementerios de los benahoaritas

Húmero humano en una cueva funeraria de las laderas de El Time, en Tijarafe. Foto: JORGE PAIS.

La Palma Ahora

Santa Cruz de La Palma —

La cueva natural es el espacio sepulcral por excelencia de los benahoaritas, como lo es asimismo en las otras culturas insulares, según sostienen los investigadores Jorge Pais y Antonio Tejera en su libro La religión de los benahoaritas. “Los enterramientos de La Palma se practicaron en cuevas no sometidas a ningún acondicionamiento previo. Generalmente se las encuentra en las inmediaciones de los núcleos de habitación permanentes, aunque otras muchas también aparecen aisladas”, aseguran. “Para este fin se eligieron las situadas en los márgenes de los barrancos, debido a sus características geomorfológicas, o por su emplazamiento e, incluso, por su escaso interés para ser utilizadas con otras funciones, como viviendas, corrales o cualquier otro uso”, explican. 

“Cuando las cuevas escasean, como sucede en la vertiente suroriental y occidental de la Isla, se aprovecha cualquier oquedad capaz de alojar y proteger un cadáver de las inclemencias atmosféricas y del merodeo de los animales”, subrayan. “Por esto último, así como por evidentes razones higiénicas, se prefirieron las cuevas del tramo superior de la ladera, por lo general de difícil acceso”, detallan. 

Las de mayores dimensiones, apuntan Pais y Tejera, “se utilizaban como necrópolis colectivas. En ellas se enterraba hasta colmar su capacidad, superponiendo en algunos casos los cadáveres que se separaban mediante hileras de piedras”. En ocasiones, prosiguen, “se utilizaron también cuevas de habitación para efectuar enterramientos”. 

“Cuando los muertos aparecen depositados en el interior de la vivienda, podría deberse a una práctica especial relacionada con el culto a los antepasados, y solo reservada a personas muy distinguidas, costumbre que está presente en numerosas sociedades africanas y que no es sino el reflejo del importante papel que desempeña el linaje familiar en su organización social”, resaltan. 

En la actualidad, indican, “conocemos tres zonas utilizadas exclusivamente como enterramiento. Una de ellas se encuentra en el barranco del Cuervo (Breña Alta). En una de las barranqueras de Aguatavar (Tijarafe), descubrimos cinco pequeñas covachas dispuestas en apenas 200 metros utilizadas como lugares para enterrar. Asimismo, en la base de un risco de grandes dimensiones de las laderas de El Time, descubrimos tres cuevas funerarias de características muy dispares”. 

Existen yacimientos funerarios “en los que no se construyeron muros para tapiar la entrada como en las cavidades grandes, como la situada encima de la cueva del Tendal (San Andrés y Sauces); o cuando se trata de cejos amplios en los que el risco apenas presenta un leve rehundimiento, como en La Cucaracha (Villa de Mazo)”. 

“Un buen número de las cuevas funerarias más accesibles, que se abren en la base de los riscos, o en las inmediaciones de poblados de cuevas, tuvieron la boca tapiada con muros de piedra seca, si bien no siempre se ocupaban del piso al techo”, exponen. “Muchas veces da la sensación de que carecían de esa protección porque los muros se han derrumbado, bien por el paso del tiempo y los agentes erosivos, o lo más frecuente es que esos desplomes se hubieran provocado por los expoliadores”, añaden. “Estos muros solían tapiar toda la boca en las cavidades más pequeñas, mientras que en las de mayores dimensiones podían llegar hasta la mitad, posiblemente para delimitar el espacio mortuorio, advirtiendo de ese modo que se trataba de un lugar sagrado e inviolable”, resaltan. 

Las costumbre funerarias de los benahoaritas, ponen de relieve estos investigadores, “es uno de los aspectos sobre los que poseemos menos datos debido, sobre todo, a los continuos destrozos a que han estado sometidos estos lugares a lo largo del tiempo, bien de forma involuntaria (la destrucción de las llamadas cuevas del polvo o gofio, para conseguir abono para la agricultura), o bien de forma plenamente consciente, por la acción de los expoliadores”. “Por todo ello, y con las debidas reservas, podemos afirmar que se aprecian diferencias en la morfología de los enterramientos de las zonas inaccesibles, respecto de los que están en cotas más bajas, en donde se aprovecharon como protección abrigos u otros accidentes naturales”. “En algunos yacimientos funerarios podemos entrever que el espacio fue acondicionado para alojar los enterramientos”, dicen. 

Cada vez, sostienen, “son más frecuentes los hallazgos de enterramientos en cavidades o grietas muy pequeñas, en las que apenas sí tenía cabida un cuerpo, que debió ser introducido en posiciones muy forzadas”. Agregan que “tales enterramientos eran mucho más corrientes de lo que se pensaba hasta hace escasas fechas, aunque es muy difícil detectarlos a menos que algunos huesos hayan quedado al descubierto debido a la erosión de los animales u otros agentes externos”. 

Pais y Tejera consideran interesante “resaltar una pequeña hornacina, realizada mediante la superposición de rocas, que aparece en el fondo de una necrópolis, en la margen izquierda del barranco de La Herradura (Barlovento), en cuyo interior se amontonaron restos óseos humanos como si se tratara de un osario”. También destacan la aparición,  en el barranco de La Baranda (Tijarafe), de “los restos de un feto humano envuelto en pieles unidas entre sí con punzones de huesos”.

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