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Sobre este blog

De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

El efecto S

El efecto S

Isaac Rosa

“¿De verdad no sabes quién fue L.B.? Cuando yo tenía tu edad, L.B. era todo un personaje, representante de toda una época. Se habló mucho de él durante años, aunque es verdad que hoy ya nadie se acuerda de él. Ni de su época.”

El eterno lamento del abuelo Lucas, su época y la actual, ayer y hoy, cuando él era joven versus los jóvenes de hoy, la poca memoria que tenemos. Ya sé lo que viene después, me adelanto y lo digo yo antes, imitando su voz grave:

-Un país que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Para compensar la burla, le pido que me explique quién era ese L.B., y entonces me cuenta una película sobre la financiación de no sé qué partido hace un millón de años, un caso de corrupción en el que L.B. jugó un papel importante, aunque su relato termina con el refunfuñar habitual del abuelo:

-Al final se escapó con poca condena, la justicia era un cachondeo, entonces y ahora, que en eso no ha cambiado, si acaso a peor. Este L.B. se pasó unos pocos años en la cárcel, y adiós muy buenas. L.B., menudo personaje…

Por curiosidad, y por darle el gusto a mi abuelo, hago una búsqueda sobre el tal L.B. Tecleo su nombre en el buscador, y aparecen unas pocas decenas de resultados, la mayoría noticias de periódicos de la época. Las ojeo por encima, pero ninguna tiene nada que ver con la película que me ha contado el abuelo. Llego hasta el final, hasta la advertencia rutinaria que siempre aparece tras el último resultado en toda búsqueda:

“Es posible que algunos resultados se hayan eliminado de acuerdo con la ley de protección de datos europea”.

-Ahí tienes la explicación, chaval, siempre la ley de protección de datos –me explica el abuelo cuando le cuento el resultado de mi búsqueda y cuestiono su buena memoria. Él no se da por vencido: “Ahí tienes la explicación, chaval, la ley de protección de datos. El derecho al olvido. También L.B. ha disfrutado del jodido derecho al olvido. Su familia, sus hijos o ya sus nietos, habrán pedido al buscador que desindexe todas las informaciones que afecten a L.B., para limpiar el nombre de la familia. Y ya se sabe que en este país, teniendo dinero y un buen abogado, hay barra libre para el olvido digital. Y un país que no conoce su historia…

-Está condenado a repetirla –termino yo la frase, burlón.

Un par de días después, el abuelo Lucas vuelve a la carga:

-Ahí tienes a L.B. –me dice ufano, y me muestra en la pantalla un ejemplar de un periódico de su época, sacado de la hemeroteca digital. En la página destacada, una foto de L.B. y un gran titular: “Comienza el juicio por el caso B.”

-Pues yo busqué y no encontré nada –digo.

-Desindexado, ya te dije. Derecho al olvido. Yo lo he encontrado sin poner su nombre, es la única manera. En su lugar, escribí en el buscador el nombre del juez que llevó el caso, y ahí lo tienes.

Leo la noticia fingiendo interés, hasta que el abuelo se aleja y entonces aprovecho para echar un vistazo a la sección de deportes del mismo periódico. Siempre me gusta leer sobre viejos partidos de fútbol, glorias de otro tiempo cuyos nombres todavía hoy resuenan míticos.

En la primera página de la sección de deportes encuentro una noticia sobre el gran M. He visto muchos vídeos de M., sus goles son inolvidables, todavía hoy los niños visten camisetas con su nombre y número a la espalda. Pero la noticia no habla de ningún gol mítico, ni de victorias o mundiales, sino de algo nada deportivo: una condena por fraude fiscal. ¿En serio condenaron a M. por evadir impuestos? Leo la noticia, con creciente asombro. Vaya con el mejor futbolista de todos los tiempos…

Me extraña tanto, que incluso pienso que el periódico es de mentira, que lo ha escrito y editado el abuelo para salirse con la suya en toda esa historia de L.B., y de paso quedarse conmigo, que él es muy de hacer bromas elaboradas. Antes de preguntarle nada, hago una búsqueda sobre M. y el fraude fiscal, pero no hay nada. Respiro aliviado, y estoy por ir a burlarme del abuelo, de su mala memoria y sus confusiones, pero antes hago una búsqueda más, usando ahora otros términos: no escribo el nombre de M., y sí el de su equipo, el año y las palabras “fraude fiscal”.  Y ahí está: el robot de búsqueda me ofrece cientos de noticias. Esto ya no puede ser un invento del abuelo.

Sigo revisando el mismo periódico antiguo, saltando de sección en sección, atiendo otras noticias. Un ex policía, J.A.G.P., alias B.E.N., reclamado por la justicia argentina. Un actor, K.S., del que he visto alguna película vieja, detenido por una agresión sexual a un menor. Un empresario, G.D.F., encarcelado por delitos económicos. Y otras noticias breves que hablan de ciudadanos condenados por otras causas: un intento de asesinato machista, un plagio en una tesis doctoral, distribución de pornografía infantil.

Apunto los nombres de todos y los voy introduciendo uno a uno en el buscador. De algunos salen resultados, pero se refieren a otro tipo de hechos. En cambio de otros, como el que intentó matar a su pareja, o el pederasta, no hay rastro en Internet, se confunden con otros ciudadanos que comparten nombre y apellido. Solo en el caso del policía J.A.G.P. y del empresario G.D.F. encuentro noticias de sus causas, aunque los primeros resultados no hablan directamente de sus problemas con la justicia, sino del intento fallido de sus herederos por beneficiarse del “derecho al olvido” años después. En el caso del ex policía, acusado de torturador, la movilización de sus víctimas y familiares logró que un juez impidiese la desindexación de noticias que le afectaban, aunque otro juez ordenó que su nombre fuese sustituido por iniciales. En cuanto al empresario G.D.F., fue el propio buscador quien rechazó la solicitud, en base a la relevancia informativa de su caso, aunque los familiares siguen batallando en los tribunales.

Paso la tarde consultado otros periódicos de la misma época. Leo noticias, apunto nombres, hago búsquedas con ellos, y solo en los casos más relevantes encuentro resultados. En otros, en la mayoría, no queda rastro, solo aparecen usando otros términos de búsqueda, algunos ni siquiera así. Desindexados. Olvidados.

-Hace años que dejó de ser un tema polémico –me explica el abuelo cuando le confieso mi estupor-. Antes la gente montaba escándalo si unos familiares querían limpiar el nombre de un antepasado canalla, pero la práctica se fue normalizando. Aparecieron todos esos bufetes que te garantizan el olvido total, y que trabajan con discreción, van eliminando sin hacer ruido, hasta conseguir desindexar todo rastro de los buscadores y hasta en los motores de búsqueda interna de medios digitales. Pero siempre te queda usar buscadores alternativos, que los hay, mantenidos por plataformas ciudadanas. Ya sé que esos buscadores no son tan potentes como el de toda la vida, pero al menos tienen algo más de memoria, no ponen tan fácil la aplicación  de la ley de protección de datos, resisten sin desindexar mientras no lo ordene un juez.

-Un país que no conoce su historia está condenado a repetirla –digo, sin ningún acento de burla.

-Así es. En mis tiempos, cuando empezó toda esta historia del derecho al olvido, cada vez que algún pajarraco quería limpiar su mierda se montaba un buen pollo, y le acababa saliendo el tiro por la culata: en vez de lograr el olvido, se ganaba una repercusión universal, porque todo el mundo difundía aquello que pretendía ocultar. Lo llamábamos el “efecto S.”

-¿Qué es el “efecto S.”?

-Ni te molestes en buscarlo, porque ya te digo yo que no vas a encontrar nada. El “efecto S.”, así lo conocíamos por el apellido de una famosa actriz de entonces, B.S. Una vez intentó que no publicasen unas fotos de su casa, y lo único que consiguió fue que todo el mundo difundiese fotos de su casa. Cuando intentas ocultar algo y te acaba estallando en las narices, eso es el “efecto S.” O eso era.

-¿Y qué pasó? No me digas que también sus familiares…

-Así es. Después de años, los descendientes de B.S. consiguieron que el buscador desvinculase el apellido de la actriz de toda información relativa al “efecto S.”, por considerarlo perjudicial para el buen nombre de B.S. y de su familia. Si hoy haces una búsqueda directa, no encontrarás nada sobre el “efecto S.”

(“Es posible que algunos nombres de este cuento hayan sido sustituidos por iniciales de acuerdo con la ley de protección de datos europea”).

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