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80 años de emociones liberadas en Colmenar: las fosas destapan otra historia de represión franquista

Exhumación de una fosa común en el cementerio parroquial de Colmenar Viejo, donde enterraron a 108 personas fusiladas por el franquismo en 1939.

Víctor Honorato

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Sumariamente, tras juicios sin garantías y con sentencias casi idénticas, con los mismos cargos y los mismos testigos, 107 presos republicanos fueron fusilados en 1939 ante el muro del cementerio parroquial de Colmenar Viejo, en Madrid. Tras el crimen, otra indignidad: los cadáveres se enterraban, según las historias de la época, en dos fosas comunes distintas. Si los condenados aceptaban a dios la víspera de la ejecución, se iban a la fosa del paseo, junto al muro del recinto, hoy plenamente integrado en el cementerio. El resto, salvo aquellos a quienes sus familias tuvieron oportunidad de recoger malamente tras el tiro de gracia, acabaron en la llamada fosa de los desesperados, que con los años fue osario y escombrera, en una esquina oculta.

La historia la recuerda Esther Mateo, familiar de víctima por partida triple. Yacen en Colmenar, cabeza de partido judicial y plaza de los consejos de guerra, Cecilio Sanz, tío de su madre, Cipriano Mateo, primo de su padre, y su abuelo, Manuel Mateo, que fue alcalde de San Sebastián de los Reyes, fusilado en un católico domingo, con prisas, antes de que llegase la orden de conmutación de la pena. La nieta sigue hoy los avances de los trabajos de exhumación de la fosa, los primeros en Madrid en busca de víctimas civiles.

Para la labor, fue imprescindible una partida de 20.000 euros por la que peleó la Comisión de la Verdad de San Sebastián de los Reyes, solicitada finalmente por el Ayuntamiento de ese municipio y concedida por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. El dinero solo alcanza para levantar la tercera parte y, durante 10 días, el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, con la asistencia de los voluntarios de la asociación Equipo A de Arqueología, ha trabajado a destajo, en jornadas de 11 horas, para avanzar todo lo posible. El martes ya eran 13 los restos que habían podido catalogar. Faltan muchos, pero toca parar.

“Nos emocionamos trabajando”, dice Almudena García-Rubio, antropóloga forense y directora de la excavación, que explica que no tienen información suficiente para determinar si hubo un método en los enterramientos. Algunos restos aparecieron en cajas. Otros, yacían sueltos. “Pero, como tenemos solo la mitad, no sabemos si hay un patrón”, explica. El miércoles estaba prevista la visita del ministro del ramo, Félix Bolaños, y las familias confiaban en arrancar un compromiso que permita completar el trabajo iniciado. En lo que respecta al gobierno regional, Madrid, dice García-Rubio, no es como Euskadi o Baleares, donde han trabajado últimamente: “Allí el Gobierno lo tiene claro y hay financiación”.

Ocho décadas de tabú

Benita Navacerrada López tiene 90 años y confía en que las labores terminen y se pueda empezar a comparar el ADN de los huesos exhumados con los de los descendientes. “Estoy feliz, con el anhelo, pero si no lo sacan estoy contenta, son muchos los metidos”, cuenta la mujer. El fusilamiento de Facundo Navacerrada dejó sin padre a una familia de ocho hijos. Tres de los hermanos murieron poco después. Con 10 años, Benita cuidaba a los vástagos de uno de los que denunciaron a su padre. Su hija, Gema López Navacerrada, completa las frases donde Benita no llega. Han pasado 83 años, pero hablar del tema sigue siendo tabú. En San Sebastián de los Reyes viven hoy 90.000 personas. En el 36, eran apenas 1.400. Todo el mundo era vecino y hoy los descendientes se siguen conociendo. “Hay casetas en las fiestas con los mismos apellidos”, dice. 

Sanse es, de hecho, el municipio con más fusilados en proporción a la población del momento, con 25. De Colmenar Viejo, localidad más importante, hay 44, por 16 de Fuencarral, 11 de Hortaleza (estos dos, municipios independientes antes de su integración en Madrid), Moralzarzal, con cinco y Chozas de la Sierra (hoy Soto del Real), con tres. Hay dos de Manzanares el Real y otros tantos en Miraflores de la Sierra y El Molar.

De la metódica represión fascista en el norte de Madrid da cuenta el libro La sierra convulsa, coordinado por el historiador Roberto Fernández, cuyo trabajo ayudó a poner nombre a los relatos orales, a que las asociaciones por la memoria tuviesen un cabo al que asirse para romper los miedos que persisten. “Me da mucha pena que se tape, habiendo excavado la cuarta parte de lo que sabemos que hay”, lamenta. El historiador reconoce el papel del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, “un liberal entre tiburones”. El anterior cura de Colmenar solo había accedido a instalar una placa aséptica, como de balneario: “En recuerdo de todos los que descansan en este lugar”. Hoy es distinto, todos los nombres y procedencia de los fusilados se pueden ver en un cartelón sobre la fosa. 

“Al salir el primero [de los esqueletos], muchos se echaron a llorar”, relata Carmen Carreras, secretaria de la Asociación Comisión de la Verdad de San Sebastián de los Reyes. Una semana después, la impresión inicial había dado paso a una cierta alegría. Familiares y amigos se acercaban al cementerio, se saludaban, reían, se abrazaban. “Hay una sensación de que hemos llegado, aunque solo sea el principio”, indica. “Es una grandísima victoria”, celebra Gema López Navacerrada, que señala: “Aunque no salga mi abuelo, es un hito”.

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