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Sobre este blog

La Meseta es un nuevo blog en el que Castilla y León se abre a la red, sin cortapisas, sin presiones y con un único objetivo: informar, contar, relatar. Informar lo que ocurre esta Comunidad Autónoma sin que nadie imponga sus criterios. Contar lo que habitualmente no se encuentra ni en la Red ni en papel. Relatar opiniones de los que tengan algo de qué opinar. Todo ello pensado para una tierra mesetaria, en la que apenas hay sobresaltos, y con la pretensión de aportar un grano de arena para el avance intelectual y material de esta región.

Reivindicación de la montaña y la nieve

Un autobús parado en Rodiezmo (León) como consecuencia de las nevadas.

Valentín Cabero

Catedrático jubilado Universidad de Salamanca —

Hace 33 años, Julio Llamazares publicó un hermoso libro de poesía, Memoria de la nieve (Premio Jorge Guillén, 1982), un homenaje a nuestras montañas preñado de simbolismos y de hondura poética. Su relectura siempre renueva  nuestros vínculos con los pueblos olvidados y abandonados: “Mi memoria es la memoria de la nieve / mi corazón está blanco como un campo de urces”. Recientemente, Xoan Bello, primero en asturiano y ahora en castellano, nos acerca, entre viajes lejanos y urbanos, a los valles humildes y perdidos de la montaña cantábrica y asturiana en una geografía emocional presidida por La nieve y otros complementos circunstanciales (2014). Una escritura también profunda y precisa que  tanto nos recuerda al escritor portugués Miguel Torga y a sus cuentos sobre la montaña.

Estos días hemos asistido a unas crónicas televisivas y periodísticas que convierten a nuestra realidad geográfica invernal y a las nevadas en temporales excepcionales y en condiciones extraordinarias que nos alarman por los trastornos y daños que han provocado, como si de nuestras montañas hubiesen desaparecido, por aquello de la “modernización del país”,  los ritmos estacionales y estuviesen ya dominadas por las tecnologías de la circulación y de la comunicación.

Desgraciadamente, la capacidad de respuesta y “gobernanza” de las administraciones públicas no ha estado a la altura de las circunstancias. Afortunadamente, la naturaleza mantiene sus leyes y las precipitaciones de nieve siguen cayendo sobre nuestras sierras y montañas en pleno invierno, es lo más normal, siempre cargadas de esperanza y de fertilidad (“año de nieves, año de bienes”, dice el refrán), pues las reservas de agua se garantizan a corto y medio plazo para los de arriba y para los de abajo, para las fuentes y valles altos y para las llanuras y valles bajos ( “Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano / la nieve de las cumbres plantó sueños hermosos”, escribe Antonio Colinas en sus versos sobre las Riberas del Órbigo).

Es cierto que hemos asistido a verdaderas nevadonas (así dicen en la montaña leonesa), acompañadas de bajas temperaturas y de celliscas y ventiscas que han acumulado “traves” y ventisqueros de más de cinco metros en curvas, puertos, portillas y collados de nuestros caminos y carreteras, principalmente en la red secundaria. Naturalmente, el aislamiento y la incomunicación llegaron de inmediato a muchos pueblos y aldeas. En tales circunstancias, en el pasado, cuando los brazos eran jóvenes y abundantes, se abrían en hacendera (trabajo comunal y concejil) calles y senderos, que mantenían en gran medida expeditos los accesos a los pueblos y a las casas. Ahí están como testigos de estos esfuerzos solidarios e históricos las ermitas y campanarios que marcaban como hitos el paso por nuestros puertos (Leitariegos, Ventana, Piedrasluengas…). Asimismo, las reuniones vecinales con “filandones” y “calechos” hacían más llevaderas las duras y largas noches invernales. Durante siglos los “teitos de cuelmo”  contribuyeron a proteger pallozas, cabañas, establos y casas de la nieve. No ha sido una vida fácil, ni idílica; ha dominado la austeridad, cuando no la pobreza y la miseria, pero los montañeses y serranos supieron adaptarse a la vida de las montañas y a relacionarse con respeto con su naturaleza. Han convivido con la nieve y han tratado de domeñarla, pero conociendo humildemente sus límites. En cada lugar, en cada pueblo y en cada aldea, se tenía bien presente y se conservaba en la memoria oral, empírica y vital, generación tras generación, una topografía y cartografía de la nieve.

Con la montaña vacía y envejecida, topamos estos días con aislamientos escandalosos, cuando se presume por parte de nuestras administraciones públicas de un “operativo” perfecto y de un Plancal (Plan Territorial de Protección Civil) completo y previsor  (“para los despachos de Valladolid”- dirán desde las aldeas cerradas por la nieve), dotado de personal especializado, de “fundentes”, y de artilugios modernos (máquinas quitanieves, camiones con cuñas y fresadoras, todoterrenos polivalentes…) y desplegado  con el máximo nivel de gravedad para enfrentarse con eficacia a la situación  extraordinaria, a la emergencia y a la inclemencia invernal. No ha sido así. Las explicaciones del portavoz de la Junta de Castilla y León inciden en culpar a la naturaleza, al tiempo y al clima de montaña. La presencia de la UME (Unidad Militar de Emergencia) ha paliado algo el caos a la hora de  mantener abiertas las carreteras nacionales y autopistas. Ha sido más difícil en las regionales y provinciales. Y ha saltado a la vista la descoordinación entre las administraciones nacionales, regionales y provinciales, desconociendo la situación de abandono y aislamiento de muchos lugares y personas en los valles profundos de nuestras montañas.

Muchas autoridades se habrán enterado así de la existencia de pueblos con nombres tan expresivos como La Velilla de Valdoré, La Urz, Tejerina, La Cueta, Pobladura de la Tercia, Alba de los Cardaños, Triollo, La Lastra, Vidrieros, Salvador de Cantamuda… que han vivido estos días bajo el peso de la nieve en circunstancias difíciles y con las carreteras cortadas. La escasez de las fuerzas locales, la lejanía y dejadez de las administraciones públicas, y la precariedad de las respuestas en las cabeceras comarcales han dejado a la montaña una vez más desamparada. No queremos una montaña abandonada y despoblada, convertida en parque temático o en estación de esquí, ni con sus bosques y aguas privatizadas. Ahora, más que nunca, junto a los bienes que nos trae la nieve, reivindicamos una montaña viva. Ni la política regional, ni la nacional son conscientes de lo que hemos perdido.

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