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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

La diplomacia está muerta.... pero puede sobrevivir

El presidente de EE UU, Barack Obama, y el vicepresidente, Joe Biden, con sus esposas durante la ceremonia de investidura en Washington. / Efe

Carlos Elordi

Barack Obama acaba de jurar su segundo mandato y la prensa estadounidense ha estallado en comentarios y análisis sobre el pasado, el presente y el futuro de su gestión. El debate político norteamericano es el más intenso y extenso del planeta y la riqueza de su universo mediático -a pesar de la crisis que lo aqueja- es seguramente una de las razones de tal proliferación de posiciones, matices, aportaciones de toda índole y, también, pasión ideológica, muchas veces expresadas con enorme agresividad. Aunque a muchos les cueste reconocerlo –y particularmente a los dirigentes y a los intelectuales europeos-, buena parte de las nuevas ideas que se aportan al debate mundial, tanto las buenas como las malas, tanto las de derechas como las de izquierdas, nacen en Estados Unidos, en sus universidades y en sus periódicos. Antes, cuando Europa estaba viva, también de aquí surgían novedades que interesaban a todo el mundo.

La política interior -con asuntos tan decisivos como los impuestos y el gasto social- ocupa la mayor parte de la polémica, pero la exterior también tiene un amplio espacio. Y desde que el desastre de Irak apagó los sueños imperiales que George Bush había suscitado en no pocos ciudadanos, la idea recurrente en los artículos en torno a este asunto es el declive de Estados Unidos en el mundo, su pérdida de influencia en las cuestiones cruciales que se están jugando en el planeta. En el New York Times de hoy, una de sus firmas de referencia, Roger Cohen -quien siempre ha mantenido posiciones moderadamente liberales, que en su tierra quiere decir, más o menos, de izquierdas-, añade una nueva perspectiva a ese tipo de reflexiones. Y lo que dice, aún haciéndolo desde una óptica norteamericana, también en este caso tiene validez en nuestro continente.

El artículo se titula La diplomacia está muerta y su contenido es un lamento profundamente preocupado por ese hecho. Cohen defiende la diplomacia efectiva, el trabajo callado para lograr acuerdos que parecían imposibles -cita la ruptura del hielo entre China la Mao Tse Tung y los Estados Unidos de Richard Nixon, la manera en que Washington gestionó el fin de la guerra fría o el acuerdo de paz de Dayton sobre la guerra de Bosnia-, viene a decir que logros como esos hoy son impensables, y añade: “Ese tipo de acuerdos requiere paciencia, persistencia, empatía, discreción, audacia y la voluntad de hablar con el enemigo. Y esta es la era de la impaciencia, de la mutabilidad, de la palabrería, de la estrechez de miras y de la falta de disposición a hablar con los chicos malos. Los derechos humanos están de moda, y eso es bueno, pero el campo de maniobra realista que permitió la paz en Bosnia en 1985 se ha estrechado: la realpolitik no es para los aprensivos”.

“Siria es una muestra poco edificante de que la diplomacia ha muerto”, dice Cohen. Y refiriéndose a la carnicería de las instalaciones gasísticas de In Amenas, en Argelia, que sigue en las primeras páginas de la prensa norteamericana y europea, sobre todo porque en ella se ha manifestado lo peligroso que es hoy el radicalismo islamista, añade: “La pila de muertos crece mientras que hablar se descarta como una pérdida de tiempo”. De manera que lo que el articulista norteamericano viene a proponer es algo que hasta ahora ha sido tabú: nada menos que la posibilidad de negociar con Al Qaeda, sugiriendo que ese tipo de retos no han asustado a la diplomacia clásica.

“Pero hoy los militares y la CIA son los que mandan en los contactos con los gobiernos de todo Oriente Próximo y en las relaciones con los estados [en Pakistán –en donde, por cierto, la situación está, más que nunca, al borde del abismo- en Afganistán, en Irak]. El papel de los diplomáticos está reducido al mínimo. Las propuestas de las asociaciones de diplomáticos son rechazadas por los representantes parlamentarios norteamericanos que prefieren batir los tambores de la confrontación, la dureza y la inflexibilidad. Los asuntos críticos de la política exterior son vistos más como fuentes de la capital político interno que como problemas diplomáticos”.

Sin embargo, Cohen no descarta que algo de eso pueda cambiar en este segundo mandato de Obama. Y ve un signo esperanzador en el hecho de que el presidente haya elegido como titulares de los departamentos de estado y defensa a dos hombres, John Kerry y Chuck Hagel, “que han vivido la guerra lo suficiente como para odiarla. Saben que la paz implica un riesgo. Y que puede que no sea bonita (…). Los logros diplomáticos no se alcanzan con los amigos. Se llevan a cabo teniendo en cuenta los gustos de los talibanes, de los ayatolás, de Hamás. Se trata de aceptar que para conseguir algo tienes que dar algo. La pregunta central es: ¿qué quiero sacar de mi rival y qué tengo que dar para conseguirlo?”

Para medir el interés que puede tener el análisis de Cohen hay que tener en cuenta dos elementos: primero, que los periodistas del New York Times, y más sus figuras señeras, suelen elaborar sus artículos tras haber consultado con fuentes que merecen la pena, es decir, que no escriben lo primero que les viene a la pluma. Lo cual lleva a pensar que la posibilidad de dar la palabra a la diplomacia en el amplio y complejo asunto del radicalismo islamista está circulando en las esferas del poder norteamericano. Y segundo, que cualquier iniciativa medianamente importante en ese terreno ha de venir de Washington.

Pero Cohen pone algo así como una condición adicional para ese cambio de actitud: “Para que la diplomacia tenga éxito el ruido ha de ser silenciado. En estos días los ciudadanos-diplomáticos construyen parloteando muchos castillos en el cielo. Las redes sociales y la híperconectividad producen enormes beneficios. Ayudaron a encender la ola de liberación que se conoce como la primavera árabe. Son unos multiplicadores de fuerza para la apertura y la ciudadanía. Pero pueden distraer respecto de la diplomacia centrada en objetivos precisos, de la realpolitik”.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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