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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

La peripecia de Snowden es una derrota de EE UU en más de un frente

Una pantalla gigante de televisión instalada en una calle de Hong Kong, muestra una imagen de Edward Snowden. / Efe

Carlos Elordi

Más allá de otras cuestiones, las revelaciones de Edward Snowden y su rocambolesca fuga están dejando muy mal la imagen de la superpotencia norteamericana en el mundo. Su sistema de información ultrasecreto ha quedado expuesto a la luz del día, y quien si sabe si no inutilizado, al menos en parte, sus intereses de “estado” han sido despreciados abiertamente por dos de sus principales rivales planetarios, China y Rusia, y en estos momentos, Washington parece definitivamente incapaz de impedir que el joven informático termine refugiándose en Cuba, o incluso en Ecuador o Venezuela. Estados Unidos aparece impotente frente al desarrollo de dinámicas que hasta hace poco sus máximos dirigentes aseguraban tener prácticamente controladas.

Más de un comentarista ha señalado que el episodio Snowden es, a grandes rasgos, una repetición de las historias de espías de la Guerra Fría. Ciertamente el asunto contiene todos sus elementos. La gran diferencia con ellas es la fulgurante rapidez con que se han desarrollado los acontecimientos. En el pasado, trascurrían años desde que se producían las fugas de secretos, y de espías, hasta que llegaban a los periódicos.

Ahora, en poco más de una semana, el protagonista de esta peripecia ha huido de Estados Unidos, se ha refugiado en Hong Kong, desde donde ha continuado haciendo revelaciones a la prensa, y luego ha viajado a Moscú, haciendo saber con antelación a qué hora llegaba su avión a la capital rusa. Y lo más probable es que su periplo concluya dentro de no muchos días cuando uno de los países citados acepte su petición, que la organización Wikileaks está gestionando a toda prisa, no sin comunicar todos sus pasos a través de Twitter y de comunicados de prensa. Entre unos y otros pasos, las autoridades chinas y rusas, en este caso, por boca de su presidente, Vladimir Putin han dejado bien claro que no estaban dispuestas a plegarse a las presiones norteamericanas.

Todas y cada una de esas peripecias son humillantes no sólo para el poder de Washington, sino también para los muchos estadounidenses que creen que su país es el más poderoso, eficaz e intocable del mundo. No parece que el asunto Snowden vaya a provocar consecuencias diplomáticas más serias de las que ya ha producido –entre otras cosas, porque ni Moscú ni Pekín quieren ir más allá-, pero lo ocurrido ya es suficientemente grave como para que en estos días se conviertan en una referencia de los fracasos norteamericanos en el mundo.

Primero, porque uno de sus secretos más guardados y costosos, el sistema de vigilancia interno e internacional de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) ha dejado de serlo.

Segundo, porque la campaña oficial estadounidense contra los ataques informáticos chinos –un asunto, por cierto, también muy de la Guerra Fría- y su ardiente defensa de la propiedad intelectual y la seguridad industrial de las grandes compañías de comunicación norteamericanas frente a sus competidores asiáticos, no parecen haber salido precisamente reforzadas de este episodio.

Tercero, Porque Washington ha tenido que bajar la cabeza ante China y Rusia, tragarse los preceptos de derecho internacional esgrimidos por ambos países e incluso casi pedir excusas porque el ministro de exteriores John Kerry alzara demasiado el tono en un primer momento. Para la Rusia de Putin, en la que la cultura del antiamericanismo más tradicional sigue plenamente vigente, el asunto ha producido una satisfacción que sus dirigentes no han ocultado del todo. Los dirigentes chinos, siempre tan pragmáticos, no han dejado traslucir sensación alguna. Lo que no se sabe, y seguramente nunca se sabrá, es si los servicios secretos de uno y otro país han obtenido de Snowden algunas de las informaciones que contenían los cuatro ordenadores portátiles que éste se ha llevado consigo. Pero se ha publicado que los agentes chinos consiguieron datos que fueron muy útiles a su presidente Xi Jinping en su reciente encuentro con Barack Obama.

Todos esos elementos ha dejado muy en segundo lugar el aspecto principal del asunto, es decir, la revelación de que el gobierno norteamericano espía a millones de ciudadanos de su país y de otros en nombre de la sacrosanta seguridad interior que se instauró como un bien supremo tras los atentados del 11 de septiembre. Y también que las autoridades británicas utilizaban esas informaciones para sus propios fines.

Y no parece que Estados Unidos haya muchas ganas –cuando menos en los ambientes oficiales, aunque tampoco en los medios de comunicación– en abrir demasiado el debate al respecto. Entre otras cosas porque a buena parte de la gente de ese país tales barbaridades no le parecen tan mal: según un estudio del PEW Research un 57 % de los norteamericanos consideran aceptable que la NSA haya sido autorizada en secreto por un tribunal para llevar a cabo esas prácticas, y sólo el 41 % lo considera inaceptable.

Pero no cabe descartar que la humillante peripecia internacional de Edward Snowden obligue a reabrir a fondo el asunto. Que, como casi todos, es también una cuestión de dinero. Un dato puede ilustrar su magnitud: el joven informático huido trabajaba en una empresa, Booz Allen Hamilton, que emplea a 25.000 personas, que en 2012 facturó casi 4.500 millones de euros al gobierno por trabajos de información y que es sólo una, y no lo más grandes, de las varias compañías que trabajan para el mismo cliente en ese terreno.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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