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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

¿Hay que estar en contra de todas las guerras?

Milicianos de Ansar Al Din en Malí.

Carlos Elordi

Tras el secuestro de más de 40 trabajadores occidentales de la explotación de gas de British Petroleum en el Sahara argelino, la cuestión que hoy se plantea buena parte de los editorialistas europeos y norteamericanos es si la guerra emprendida por François Hollande en Malí va a desencadenar un conflicto generalizado de consecuencias imprevisibles con los islamistas y Al Qaeda en todo el norte de África. Si así ocurriera, España se vería directamente afectada –en cierta medida ya lo está- y un problema internacional de enormes dimensiones entraría de lleno en la agenda política de nuestro país, haciéndose necesariamente un hueco entre la crisis económica y el alarmante deterioro de nuestros partidos –por su ineficacia y por la corrupción- que hoy la dominan absolutamente. En definitiva, que quien quiera saber lo que nos está pasando y lo que nos puede pasar, tiene que empezar a mirar con atención a esta guerra del desierto. Y no sólo para oponerse a ella con los argumentos del pacifismo o del anti-colonialismo, que pueden perfectamente seguir vigentes, pero que no son los únicos que han de ser tenidos en cuenta en una situación como la actual.

Unas cuantas citas de los periódicos confirman ese estado de alarma. “El ataque a la explotación gasística argelina hace temer que el conflicto de Mali se convierta en una contienda internacional en torno a las porosas fronteras del Sahel y de la región del Sahara”, dice el Guardian de Londres. “Asistimos en toda la región del Sahel a una degradación acelerada de la situación cuyo origen se remonta a los levantamientos que agitan el mundo árabe desde hace dos años. Frente a un desafío que pone en cuestión sus intereses vitales, Argelia tiene que reaccionar”, concluye el editorial de Le Figaro. “Los militantes de Al Qaeda que reivindican el ataque del miércoles tienen sus raíces en la insurgencia argelina que trató de hacerse con el poder e instaurar un gobierno islamista en ese país a finales de los 80”, afirma el Wall Street Journal.

Lo que dice el New York Times no es menos inquietante: “La toma de rehenes en Argelia ha acrecentado el temor de que una intervención militar occidental en Mali puede convertir a los grupos militantes islamistas que hasta ahora tenían únicamente objetivos regionales en enemigos declarados de los Estados Unidos. En otras palabras, que el contragolpe puede terminar peor que la amenaza original”. Lo que viene a decir que el New York Times cree que la estrategia de no-intervención que Obama ha adoptado en Mali pueda verse superada por los hechos y que los norteamericanos no van a tener más remedio que apoyar decididamente, quien sabe si hasta con tropas, la iniciativa francesa.

Liberation, un diario de izquierdas, dice en su editorial de hoy: “Esta guerra de Mali, en la que Francia está en primera línea, no es la guerra del antiguo poder colonial. Es un conflicto internacional de primera magnitud”. Y Mediapart, otro medio francés de izquierdas, abre su edición de hoy con este mensaje: “Francia busca aliados con urgencia”. Y añade: “Con la toma de rehenes, y mientras las tropas francesas están combatiendo en tierras de Mali, la presidencia y el gobierno francés buscan aliados y socios. La Unión Europea no está proporcionando más que un apoyo cosmético. Los demás países europeos miran desde el balcón. Los Estados Unidos están de servicios mínimos. A este paso el consenso político francés de apoyar al Gobierno podría deshacerse”.

La posición favorable de la prensa de izquierdas a la intervención en Malí coincide con el voto positivo a la iniciativa de Hollande que la mayoría de la opinión pública francesa –incluidos sectores de los ciudadanos musulmanes- ha expresado en los sondeos. Por tanto, la guerra no es impopular en Francia. Al menos hoy por hoy. Que si las tropas galas se enfangan en el desierto y las listas de bajas empiezan a crecer, la cosa podría cambiar. Y no digamos si el terrorismo islamista golpea en territorio francés, como ha hecho unas cuantas veces en el pasado.

Por eso la clave para que el golpe de mano que ha dado Hollande no termine por arruinar definitivamente su presidencia es que otras potencias occidentales se sumen decididamente a su guerra. Hoy, sendos comentarios en el Frankfurter Allgemeine Zeitung y el Suddeustche Zeitung expresan críticas a la pasividad de Berlín. También la prensa británica y, un poco, la italiana empiezan a estar inquietas. Y como sugiere el citado New York Times, Estados Unidos, aunque fuera contra la voluntad inicial de Obama, podría estar empezando a cambiar de postura: no deja de ser significativo que ayer por la noche, el secuestro en la planta gasística argelina y el conflicto de Mali figuraran a la cabeza de la lista de los asuntos más leídos en la edición digital del Washington Post. A pesar del hartazgo de Irak y de Afganistán. Y tal vez porque desde los atentados contra las Torres Gemelas todo lo que tiene que ver con Al Qaeda desata la inquietud en ese país.

¿Qué tendría que hacer el gobierno español? Al menos, seguir muy de cerca, y en serio, lo que está ocurriendo. Pero los antecedentes no permiten ser muy optimistas en este sentido. Porque la política exterior no parece ir con Mariano Rajoy. Porque no sabe de eso, porque no le gusta y seguramente también porque la opinión pública, al menos la que revelan los sondeos, no le presiona mucho para que actúe en ese terreno. Las consecuencias de ese olvido, sea cual sea su motivo, no son precisamente buenas: si el gobierno español, y Rajoy mismo, hubieran ejercido y ejercieran una acción internacional decidida y con criterios claros –que hoy por hoy no existen- en el marco de su gestión de la crisis económica, seguramente no estaríamos tan mal como estamos.

De lo que no hay duda es de que los conflictos armados también forman parte de la política exterior. Se puede estar en contra de ello, y más ante agresiones de poderosos contra débiles, pero no negarlo. Y en vista de cómo están yendo las cosas en Mali, con la implicación en el conflicto de nuestro primer suministrador de gas, Argelia, con Túnez al borde del estallido por el ascenso de presión islamista –que también sigue muy activa en Libia-, no se debe descartar que un día de estos el asunto nos golpee de lleno y tengamos que decidir, juntos o cada uno por su cuenta, si hemos de volver la espalda, como si no existiera, a esa yihad de intolerancia y de violencia que se extiende por el mundo musulmán.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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