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Clément Montolio: “La sencillez es el mejor camino para llegar a lo profundo”

El pintor francés de origen español, Clément Montolio

José Miguel Vilar-Bou

Pese a ser de origen español, la obra del pintor Clément Montolio (Lión, 1949) no se había expuesto hasta ahora en España. Hijo de un anarquista aragonés exiliado, Clément inició su carrera artística en Francia en los años ochenta. Allí, y en otros países europeos, ha exhibido su obra tanto en muestras individuales como colectivas. En su trabajo, Montolio huye de todo efectismo, y de la tendencia al griterío comercial en que se ha convertido el mundo del arte. “Para mí, la pintura no tiene misión alguna. Es sólo una forma de sentirse vivo”, afirma.

Sus pinturas, en las que explora el paisaje como forma de introspección, son silenciosas, reflexivas, pacientemente elaboradas. Hay en ellas una indescifrable combinación de sencillez y complejidad.

El Museo del Ruso, innovador espacio de arte contemporáneo ubicado en un antiguo palacio sefardí de Alarcón, acoge hasta el dos de agosto, y por primera vez en España, una muestra de la obra reciente del pintor.

El paisaje es el protagonista absoluto de su obra de los últimos años. ¿Qué busca en él?

Busco que la gente, cuando vea mis cuadros, proyecte en ellos su imaginación sin que sea yo quien les dé la clave. Quiero que el espectador perciba que no se trata de paisajes reales, sino simbólicos. Pinto siempre sitios que parecen al margen de la historia y del tiempo. Yo los veo como lugares encantados, en los que puede acontecer una aventura. Así es como me gustaría que la gente los viese.

Sus cuadros son, aparentemente, muy sencillos.

Es que, a veces, una imagen expuesta en toda su desnudez y simplicidad puede alcanzar lo intemporal. El paisaje está muy de moda ahora. Tiene mucho éxito. Pero los pintores jóvenes tienden a distorsionarlo con todo tipo de formas o colores extraños que se interponen entre el espectador y la obra. Para mí, esas alteraciones son innecesarias y no aportan nada. Sólo distraen. Yo prefiero decir las cosas con la máxima esencialidad, porque creo que así consigo llegar a una realidad interior más poderosa.

La figura humana está por completo ausente en su producción reciente.

Durante mucho tiempo trabajé la figura humana, pero poco a poco empezó a desvanecerse de mis cuadros y hace ocho años que desapareció del todo en favor del paisaje. A mi parecer, la figura humana les daba un carácter anecdótico a mis pinturas. Un retrato es algo demasiado directo. En cambio, con el paisaje puedo comunicar de una manera más enigmática e inconcreta.

¿Cómo nacen sus cuadros?

Nacen no siendo ni siquiera una idea, sino un deseo. Es algo anterior a la imagen. Por ejemplo, un estado peculiar del cielo que me retrotrae a mi infancia, o a otro momento de mi vida. Entonces veo colores, formas que se van concretando, pero que son cambiantes, como el tiempo. Eso es lo que quiero reflejar. Llegado a ese punto, me encierro en el taller y empiezo a trabajar sobre la tela. Pinto en horizontal y con acrílico, una técnica que requiere mucha agua. Con ella voy creando capas, tratando de acercarme cada vez más a ese deseo, a esa idea que me ha impulsado a pintar.

¿Es un proceso laborioso?

Es un proceso lento, sí, porque implica volcar muchas fuentes distintas de imaginación y elaborarlas. Conforme acumulo capas de pintura, van quedando formas y colores de la capa anterior que decido conservar. Otras desaparecen. Por eso al final, cuando el cuadro está terminado, sucede que hay incongruencias: Que un árbol no proyecte sombra o que un lago no esté en escala respecto al conjunto. Es un desarrollo semejante al del sueño, donde una imagen nos transporta a otra con una lógica distinta a la de la realidad. Esa es la sensación que quiero hacer surgir en el espectador con mi forma de trabajar.

Tiene usted querencia por las luces de transición entre el día y la noche. ¿A qué responde esta atracción?

Creo que en esos momentos fronterizos, de cambio, reside una pequeña incertidumbre. En el crepúsculo, por ejemplo, estamos en la orilla de lo desconocido. ¿Qué va a ocurrir?

Desde que empezó usted a pintar en los ochenta, su obra no ha dejado de mutar. ¿Se trata de algún tipo de búsqueda?

La evolución es consciente. Desconozco el camino, pero sé adónde quiero ir. Ahora siento que aún no he llegado al final de lo que quiero hacer en cuanto a paisajes, pero sí sé que un día u otro emprenderé una nueva ruta. Quizás con el bodegón. Me gustaría trabajar ese tipo de pintura, profundizar en ella, porque encierra la sencillez esencial que ando buscando.

Hace tiempo que renunció usted al óleo.

El óleo es una técnica muy interesante. Es como un laboratorio o una cocina en la que puedes hacer mezclas infinitas, descubrimientos. Te permite moverte en todas las direcciones. Pero es un procedimiento más propio del retrato. Y yo hace casi una década que sentí la necesidad de cambiar de forma y de técnica. Me concentré en el acrílico y en el paisaje, aunque sigo utilizando el óleo, la acuarela, el gouache.

¿Cómo recomienda usted al espectador que se acerque a sus creaciones?

Yo tengo confianza en la mirada del espectador. Que conozca o no mi trabajo no es importante. Enseguida sentirá que hay algo extraño. Que lo que se le muestra, aunque parezca real, no es la realidad. Entonces se dejará llevar por su propio ensueño, por su imaginación. Yo le doy esa libertad. Eso es lo que busco.

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