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Hallan un nuevo conjunto de petroglifos prehistóricos en el cabezo de la Mina

Cabezo de la Mina

José Miguel Vilar-Bou

Un conjunto de diecisiete petroglifos (grabados rupestres) en forma de cazoleta han sido descubiertos por Patrimonio Santomera en la cima del cabezo de la Mina, en esta localidad. El origen de las insculturas podría remontarse al 1.500 antes de Cristo, aunque podrían ser más antiguas. Con toda probabilidad se inscriben en la cultura argárica. “La investigación está en una fase muy inicial, en sus albores prácticamente”, explican desde la entidad. Muchas posibilidades permanecen abiertas.

El cabezo, a los pies de la sierra de Orihuela, alberga una treintena de cazoletas diseminadas por toda su parte alta. Por su forma y disposición, recuerdan a las de otros yacimientos del sureste ibérico, como el Arabilejo, en Yecla.

El nuevo conjunto, conformado por diecisiete elementos ordenados de forma aparentemente arbitraria, “eleva el interés del yacimiento a un nuevo grado por su originalidad”, valoran desde Patrimonio Santomera.

Compuesta por una cincuentena de socios, esta entidad nació el pasado año con el propósito de investigar y divulgar el patrimonio de la localidad. Colaboran en su labor con el Ayuntamiento, la Universidad de Murcia e institutos de enseñanza secundaria.

Ritual

Se ha especulado mucho sobre la función que las insculturas pudieron tener para sus artífices. Quizás ésta fuese ritual: “La montaña ha tenido para todas las culturas un carácter sagrado”, explica Blas Rubio, socio de Patrimonio Santomera y gran conocedor de la zona.

“La función de los petroglifos no era de tipo práctico”, afirman desde la entidad, “con lo que nos queda el mundo de lo simbólico, lo estético… lo espiritual”.

Las creencias que pudieron tener los argáricos se perdieron en los siglos con la desintegración de su sociedad y su mundo. Sin embargo, el hecho de que enterraran a sus muertos con sus armas y pertenencias -en ocasiones bajo sus propias casas, metidos en tinajas o entre lajas- invita a pensar que creían en algún tipo de vida después de la muerte.

Son muchos los misterios en torno a esta cultura. Su existencia se desconoció hasta a finales del XIX, cuando fue literalmente desenterrada por los hermanos belgas Siret. Dominaron el sureste de la Península Ibérica durante la Edad del Bronce y fueron una de las sociedades de mayor relevancia en la Europa del 3000-2000 a.C. Suele situarse su origen en el 2300 a.C. y su decadencia en torno al 1500 a.C.

Conexión con el cabezo Malnombre

Blas Rubio halló las diecisiete insculturas el pasado mes de enero: “Es un descubrimiento colectivo, somos un equipo”, reivindica.

El hallazgo tuvo lugar tras el descubrimiento de un espectacular conjunto de petroglifos en la cima del cabezo Malnombre: “En ese mismo momento, sabiendo que en el cabezo de la Mina había un poblado argárico, sospechamos que podía haber más cazoletas”, relata Miguel Pallarés, arqueólogo y socio de Patrimonio Santomera.

Desde lo alto del cabezo de la Mina se contempla el de Malnombre, también conocido como Teta de la Monja: Menos de un kilómetro los separa. Patrimonio Santomera considera que los petroglifos que ambos alojan están conectados.

Un paseo por la prehistoria

El camino desde la falda del cabezo de la Mina hasta su cumbre es un paseo de la Edad del Bronce al siglo XX.

El monte aloja en su seno un yacimiento de cobre “que fue explotada desde tiempos argáricos”, explica Víctor Reche, profesor de Geografía e Historia que lleva a cabo una investigación sobre el tema.

Todo el cerro está perforado por pozos y galerías que obligan a extremar el cuidado cuando se lo recorre.

Nos consta que la mina fue explotada por los árabes, y que hubo presencia romana (se han hallado restos de cerámica del siglo I a.C., aunque no estructuras mineras). El metal se continuó extrayendo hasta el siglo XX. Todavía hoy se ven las rocas impregnadas de verdoso carbonato de cobre.

Más allá de los pozos, se encuentran los restos del poblado argárico, que ascienden por la ladera.

Descubrimiento y expolio

Los argáricos construían sus poblados en puntos elevados con fines defensivos. Un ejemplo paradigmático es la Bastida de Totana.

En el cabezo de la Mina de Santomera se reconocen a la perfección los muros de aterrazamiento y de vivienda que alzaron en busca de un lugar seguro donde vivir.

La existencia del poblado se conoce desde los años ochenta. La arqueóloga Cristina González fue la responsable de elaborar su carta arqueológica.

Además de agricultores y ganaderos, los argáricos fueron un pueblo guerrero. La elite detentaba el monopolio de las armas (alabardas, puñales) y se hacían enterrar con ellas, como signo de estatus.

Mientras se recorre el silencioso lugar miles de años después de su nacimiento y decadencia, pueden contemplarse todavía las tumbas profanadas de estos hombres y mujeres, delimitadas por el rectángulo de cuatro lajas: “En 1987, en una sola noche, los toperos (expoliadores de yacimientos arqueológicos) saquearon el lugar”, explican desde Patrimonio Santomera. “Vinieron con detectores de metales y se lo llevaron todo”.

Ahora sólo quedan las tumbas abiertas, vacías. Sin embargo, las diecisiete nuevas cazoletas halladas en la cima son la prueba de que los montes de Santomera esconden muchos secretos todavía.

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